Terrible polarización política

¿No creen que merecemos una política que una, no que divida? Y eso comienza con el respeto mutuo y la capacidad de ver más allá de los colores partidarios

  • 14 de enero de 2025 a las 00:00
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La polarización política es un terrible virus que amenaza con liquidar los débiles lazos de la sociedad hondureña. En un país donde el Partido Nacional, el Partido Liberal y el Partido Libertad y Refundación dominan hoy el escenario político, se ha vuelto demasiado fácil juzgar, discriminar y etiquetar a una persona por su afiliación partidaria. Basta con simpatizar con cualquiera de estas instituciones para que inmediatamente se nos cargue con el peso de los errores, los escándalos y los crímenes de quienes nos han deshonrado. ¿Cómo llegamos a este punto? Porque hemos permitido que la narrativa del odio y la división se imponga sobre el ideal de unidad
nacional.

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Es cierto que dentro de los tres grandes partidos han existido y probablemente seguirán existiendo figuras oscuras que merecen el repudio ciudadano: Hernández en el Partido Nacional, Rosenthal en el Partido Liberal, y Carlos Zelaya en Libre, son ejemplos notorios; pero hay otros en todos los partidos, y los conocemos, nuestro repudio para ellos también. Pero las culpas de estos personajes no pueden extenderse a todos los simpatizantes o militantes de sus partidos. Es injusto e irracional asumir que cada nacionalista, liberal o miembro de Libre es un corrupto, un narcotraficante, un ladrón o un vagabundo. Esta lógica no solo es inadecuada, sino que también perpetúa un ciclo de odio que socava cualquier posibilidad de compromiso.

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Nuestra situación se agrava pues quienes deberían liderar con el ejemplo, aquellos en
el poder, fomentan esta
discriminación.

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Desde Cancillería y Planificación, pasando por Presidencial hasta llegar a las redes sociales, el lenguaje divisivo y las acusaciones generalizadas se han convertido en herramientas políticas para deslegitimar al adversario. En lugar de buscar la unidad nacional, se siembran más barreras entre los ciudadanos. El resultado es un país fragmentado, donde el sentido de pertenencia a una comunidad mayor cada día se pierde más entre insultos y descalificaciones.

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La afiliación partidaria nunca debe convertirse en una marca de vergüenza ni una excusa para la discriminación. Es un derecho fundamental en cualquier democracia el poder identificarse con un partido político sin temor a ser etiquetado o humillado. Nadie es responsable por las acciones de un correligionario, así como no elegimos las decisiones de nuestros compañeros de trabajo, vecinos o, incluso, familiares. Ser nacionalista, liberal o de Libre no equivale a ser culpable de los errores de otros.

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Si vamos a avanzar para algún lado como sociedad, debemos rechazar esta mentalidad de culpa colectiva; hoy, el debate político en Honduras debe centrarse en ideas,
propuestas y principios, no en ataques personales ni en estigmatizaciones.

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¿No creen que merecemos una política que una, no que divida? y eso comienza con el respeto mutuo y la capacidad de ver más allá de los colores partidarios.

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Al final del día, quisiera creer que a pesar de nuestras diferencias ideológicas todos compartimos un mismo objetivo: un mejor futuro para Honduras.

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