Al margen de si es bueno o malo, el transfuguismo es un fenómeno referido a la decisión de un político, más específico, de un legislador, que en ejercicio de su cargo, deja el partido político por el cual logró su butaca legislativa. Pudo ser por desacuerdos con la doctrina de su partido de origen, por confrontación con los dirigentes del mismo o simple conveniencia particular. Los desacuerdos ideológicos a medio camino, la búsqueda de mejores oportunidades en el acceso al poder y hasta prebendas, sin que alcance el nivel de oportunismo, la conflictividad interna, el rechazo de quienes fueron sus líderes, la falta de apoyo que se esperaba, todo puede orillar a alguien al transfuguismo. Inclusive, más puntual, pueden haber casos en que se prefiera renegar de lo que antes se consideró positivo por considerar que se corrompió y no se desee ser relacionado con ello, como también, todo es posible, que la cooptación, capítulo aparte y corrupción en sí misma, puedan dar el impulso al transfuguismo. Es entendible, que de lo que parezca una simple crisis partidaria, derive una profunda fragmentación que conduzca a la separación definitiva del partido político por el que casi se dio la vida. Se tipifica como consecuencia del transfuguismo político, la inestabilidad que tanto nos inquieta: no sabemos a donde vamos, a saber a donde llegaremos. O si llegaremos. Pero en general, el transfuguismo, sin acentos peyorativos y sin ulteriores propósitos aviesos, es un derecho bien establecido y como tal reconocido. No existen apelativos en la legislación nacional al respecto. Lagunas, llamaran unos, simplemente temas ignorados en la Ley, por resultar innecesarios a su espíritu por sus mismos formadores. La connotación y corolario que el presidente defacto del Congreso Nacional pretende darle al cambio de partido de algunos legisladores, responde únicamente a su confusión particular. Nada que deba afectar ni el desempeño ni legitimidad de los legisladores tránsfugas. Es su derecho.