Opinión

Don Miguel

Vine a conocerlo personalmente cuarenta años más tarde de mi primera admiración, cuando PNUD convocó a ciertos célebres ciudadanos y constituyó con ellos el grupo de Convocantes por la Democracia, de los que (ironía visceral) la mayor parte se declaró golpista en 2009. Pero mi inicial respeto por Miguel Andonie Fernández se remontaba a 1969, cuando presidió él Comité Cívico Pro Defensa Nacional con que las organizaciones civiles apalancarían al gobierno durante las horas críticas de la invasión de El Salvador y para cuyo evento tales autoridades estaban brutalmente impreparadas. El citado Comité asumió las funciones de gobernanza pública mientras la tropa marchaba a pelear a la frontera y escribió con ello páginas heroicas de historia y comportamiento cívico.

Al quedar las ciudades fatalmente ausentes de control policiaco, y bajo instrucciones precisas del Comité, la población se encargó, desde villorrios a urbes, de la vigilancia general, la protección de propiedades, manejo del tránsito, cuido de infraestructuras estratégicas (puentes, torres alámbricas, generadores de energía), arresto de quinta columnistas y prevención de sabotajes, estando presta además para asistir al frente y batirse allí, con lo que hubiera, por la soberanía y la territorialidad.

Aún más, aquellos a quienes los castrenses insultaban con epíteto de civilones se hicieron cargo de la comunicación inalámbrica, particularmente desde los radioclubes; del alimento y transporte del alimento para la tropa en la frontera, a la que con frecuencia, por avioneta, llegaba el rancho caliente; de la administración de postas y hospitales; de requisición de medicamentos y vendas, del manejo de ambulancias y, como si fuera insuficiente, esa misma sociedad, inspirada de luz patria, donó larga parte de su salario e invirtió en la obligada compra de bonos estatales para adquirir armamento, aviones de combate, vituallas y, en general, financiar la defensa. Pocas veces había ocurrido una unión tan íntegra, sustantiva y limpia de la identidad hondureña, jamás en épocas modernas habíamos vivido tan profundo ese original y purísimo sentido de nación.

El fenómeno, empero, aterrorizó a los militares conservadores, a la oligarquía (que jamás es la misma con aquellos) y a los abusadores del solio, pues un pueblo unido —clama el republicano lema— no puede ser vencido con pensamiento vertical, orden de mando ni violencia sino con debate público, democracia y argumento lógico, que ellos difícilmente alcanzan a poseer. A esa hermandad espontánea, fraternidad política e ideológica súbitamente voluntariada por la emergencia y que comenzaba ya a parir y diseminar ideas de justicia y equidad, de libre sufragio y acusaciones de corrupción, de arrasar con las podridas élites que lucraban del poder, empezaron ellos a verla como canon subversivo.

La coyuntura acababa de probar que el hondureño extraído del dominio psicoide, de la estupidez inducida, de la alienación y la enajenación era capaz de gobernarse sin intermediarios reviviendo al ágora, imitando a la Atenas parlamentaria y civil, cuyo liderazgo asumió Miguel Andonie Fernández con valentía y pundonor.

Por lo que rápido se descabezó al Comité Cívico Pro Defensa Nacional; el chafarotburó supremo y su cónyuge, la cómplice cachureca, decidieron ahogar la iniciativa colectiva y distrajeron con los espejitos de siempre: elecciones, otra constitución, con lo que el ganado volvió al abrevadero, la manada al establo, el rebaño al galpón; banderas coloradas y azules sustituyeron pronto, en el deseo popular, a la patria querida y la gran oportunidad del siglo XX se extinguió.

Don Miguel intentó aglutinar esas fuerzas y sueños en un nuevo partido político popular, pero este más pronto que tarde se hizo al acomodo burgués, o desde allí había provenido, con lo que pasó luego a integrar el folclore, como el cadejo, la siguanaba y el jinete candidatural sin cabeza, que es con el estómago que dirige los pies.

Aunque sea solo por esos quince minutos de protagonismo histórico, honramos la memoria viva de Miguel Andonie.