En las últimas dos semanas, las actividades académicas en la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH) han sido alteradas por las tomas protagonizadas por un grupo de jóvenes. Al grado que en algunas carreras peligra el actual período, lo que es lamentable para los estudiantes que sí quieren recibir clases y para los padres de familia que con sacrificio apoyan los estudios superiores de sus hijos.
Y es que la educación cambia la vida, y es un factor indispensable para que un país salga adelante. Sin educación seguiremos en el atraso, por eso cuesta entender que el conflicto en la máxima casa de estudios no dé visos de solución.
En un intento por recuperar la normalidad, las autoridades universitarias tomaron la desacertada decisión de dejar en 65 por ciento la nota mínima para aprobar una clase y acordaron que el 70% entre en vigencia hasta en 2018. En el sistema educativo público la medida fue implementada desde 2014 y no ha habido problemas. Pero en el alma máter, donde se aspira a hallar la luz a través del conocimiento, se retrocede a favor de la mediocridad.
Las tomas, sin embargo, han continuado porque sus impulsores insisten que el 70% no era el problema, sino otros asuntos relacionados con la calidad educativa.
Los mensajes difusos de estos grupos dejan traslucir otros intereses, como los políticos, que las mismas autoridades universitarias han venido denunciando.
La rectora Julieta Castellanos tiene que agarrar al toro por los cuernos y sentarse con todos los sectores para sostener un diálogo sincero, sin condiciones, con ganas de solucionar el problema, poniendo las cartas sobre la mesa de uno y otro lado. Solo así se logrará poner fin a esta crisis que no sólo afecta a la UNAH, a la imagen de su rectora, sino a todo el país.
Los argumentos de estos movimientos que tienen semiparalizadas las actividades universitarias tienen que ser desbaratados uno a uno, mientras que aquellos con fundamento y sentido deben ser vistos como una oportunidad para hacer crecer y mejorar la máxima casa de estudios.