Solo existe un paso para adentrarse en una ascendente espiral de mutuas agresiones que van rápidamente escalando hasta cruzar la “línea roja”, antesala de la lucha fratricida: hermano contra hermano.
Estamos aún a tiempo de reflexionar y desistir de continuar recíprocamente apelando a la intolerancia, dogmatismo, maniqueísmo, intransigencia, odio, ceguera ideológica y política, de las que es muy fácil ingresar, pero muy difícil salir y desistir de tales comportamientos aberrantes que lesionan el respeto y la dignidad humana, además de faltar a la verdad objetiva.
La violencia, de cualquier tipo, revela ausencia de argumentos válidos para hacer prevalecer los propios principios, postulados, propuestas, que persuaden a la ciudadanía, los que depositaremos oportunamente nuestros sufragios, bien para recompensar, bien para castigar.
Quienes utilizan la mentira y la difamación con el propósito de obtener adhesiones, lealtades, respaldos, están demostrando carecer de suficiente intelecto para argumentar y debatir en un plano de altura moral y cívica, por lo que deben apelar al arsenal de inexactitudes, falacias, medias verdades.
El autocontrol, físico y mental, constituye requisito indispensable en toda persona que pretenda hacer valer sus aspiraciones a ocupar cargos de elección popular, empleando para ello la lógica y el sentido común. De esa manera, los electores serán quienes decidan por quien depositar su confianza el momento de escoger entre distintos candidatos (as) que buscan acceder al poder local, departamental o nacional.
Ninguna persona ni partido político posee la verdad absoluta, misma que se ubica en zona intermedia entre los extremos ideológicos. No olviden que la consecución del bien común, no el provecho personal y familiar, debe ser el norte y guía que los motive en su conducta privada y pública.