La ausencia de educación vial, es decir el conjunto de conocimientos, normas y actitudes que se enseñan a las personas para fomentar el comportamiento seguro y responsable en las vías de tránsito, con el objetivo principal de reducir los accidentes de tráfico y mejorar la convivencia entre todos los usuarios de las vías, ya sean conductores, peatones, ciclistas o motociclistas, sigue causando dolor y luto en miles de hogares hondureños que a diario ven alteradas sus vidas por incidentes de este tipo que involucran a parientes y amigos.
Las estadísticas que maneja la Dirección Nacional de Vialidad y Transporte (DNVT) reflejan la necesidad de que población y autoridades se sienten a reflexionar sobre esta problemática que, además de arrebatarle la vida a centenares de personas, deja una larga lista de consecuencias de las que muy poco se habla, una vez que ocurren los accidentes.
Entre esas consecuencias podemos señalar los gastos relacionados con la atención médica inmediata, hospitalización, cirugías, rehabilitación y terapias de quienes sobreviven a los accidentes, las disminución de los ingresos en los hogares debido a la incapacidad temporal o permanente de estas personas, los costos de reparación o reemplazo de vehículos y otras propiedades dañadas, así como los gastos legales que se deben enfrentar en muchos o la totalidad de los casos. Los daños y los traumas psicológicos, el impacto en la calidad de vida por las discapacidades temporales o permanentes, la reducción de las oportunidades laborales y educativas y el impacto en los sistemas de salud por el aumento de los servicios médicos son otras de esas consecuencias.
Los estudiosos de estos temas recomiendan que la educación vial se imparta en diversas etapas de la vida, desde la infancia en las escuelas hasta la capacitación de conductores profesionales; campañas públicas y programas comunitarios. A ellos hay que escucharlos. Salvar la vida de las personas debe ser prioritario en estas fechas de fiestas y todos los días del año