La capital de Honduras experimenta un auge sin precedentes en programas de infraestructura que le van dando un cariz de ciudad moderna. Sin embargo, esa fachada gris que permitirá mejorar la movilidad urbana es apenas una de las aspiraciones de sus habitantes, y quizá la menos importante en comparación con otra necesidad más radical, la de su seguridad.
Y es que el Distrito Central se encuentra a la cabeza de los 25 municipios más violentos del país, aun con la disminución en el primer semestre de 149 homicidios en comparación con el mismo periodo de 2016, cuando se registraron 495.
La criminalidad que golpea a las ciudades gemelas se concentra en 400 sectores, de 1,200 que la conforman, entre barrios, colonias y aldeas.
Según el recuento del Observatorio de la Violencia de la UNAH, este año han sido asesinados 42 transportistas, 34 estudiantes, 5 elementos de seguridad pública y 17 de la privada. De ellos, 31 fueron hallados en costales o bolsas. Además, hay 35 muertos en nueve masacres.
Este desangramiento cala en la psique colectiva, afectada por la sensación de vulnerabilidad, temor, desconfianza y proclive a la ansiedad y depresión, trastornos que afectan el aparato productivo y la economía del país.
Una parte de esa violencia tiene que ver con causas fundamentales como la pobreza, desigualdad y exclusión social que generan desesperanza y que se evidencian en la concentración de riqueza en unos pocos y en los cinturones de miseria que cohabitan en su geografía.
Pero también hay causas inmediatas como la corrupción y las falencias en la gestión pública.
De allí que la solución vaya más allá de pergeñar estrategias de represión del delito que son insuficientes, como que apenas hay un agente por cada 900 a mil habitantes, y se seguirán quedando cortas si no se previene esa violencia atacando sus raíces.
Entonces seguiremos viendo una ciudad cada vez más moderna, pero en la que menos ciudadanos querrán salir a disfrutar por la inseguridad que cada vez nos tiene más recluidos por el temor a no regresar con vida.