Este domingo se realizan las elecciones internas o primarias entre la ciudadanía afiliada a uno de los partidos políticos legalmente reconocidos, en tanto, en noviembre se llevarán a cabo los comicios generales en que se elegirán al titular del Poder Ejecutivo, a los diputados y alcaldes.
En ambas ocasiones, el voto a emitirse debe ser motivo de reflexión por parte del votante, analizando las propuestas presentadas a su consideración, sopesando si son factibles de implementarse, realistas en sus contenidos, no demagógicas ni populistas.
Es un hecho evidente que al interior de los partidos políticos hondureños, históricos y nuevos, prevalecen élites que ejercen el monopolio del poder, perpetuando en los cargos directivos a familiares de los caudillos y a sus incondicionales, reacios a la apertura a las corrientes internas alternativas constituidas, parcialmente, por nuevas generaciones que reclaman liderazgos inéditos cuestionadores del tradicionalismo, el autoritarismo, la secretividad.
El electorado ha madurado en sus perspectivas políticas, dejando atrás la obediencia ciega y esa evolución no debe ser subestimada por las dirigencias, acostumbradas a la férrea incondicionalidad que a la larga perjudica en vez de beneficiar.
Los resultados de esta elección deben constituir un aldabonazo, tanto para las directivas como para las bases, sirviendo como un punto de reflexión para analizar aciertos y desaciertos en el curso de la campaña, así como una acumulación de fuerzas para las generales de finales de año.
Es de desear que todo el proceso electoral transcurra en un ambiente cívico, exento de imposiciones, manipulaciones, violencias y que el Tribunal Supremo Electoral sepa administrarlas de manera inteligente, pronta y eficaz.
La ciudadanía debe recordar que el voto es el arma poderosa con que cuenta para hacer valer su voz y sus aspiraciones; en sentido contrario, el abstencionismo la perjudica y obstaculiza el avance hacia una auténtica participación popular en el rumbo y destino de la nación.