Opinión

Entre intenciones, argumentos y sospechas

En las relaciones internacionales, el juego de las sospechas representa la antesala de un elaborado plan que busca obtener las mayores ganancias para los grupos que se confrontan. En la arena internacional no se exponen directamente las intenciones, sino que se presenta únicamente el inicio del enunciado para completarlo con argumentos que deriven del contexto, siguiendo sigilosamente un fin determinado.

El objetivo evidente rara vez es sinónimo de la situación final y los protagonistas implicados tienden a apoyarse de otros actores que bien pueden servirles para alcanzar sus metas.

Aparentemente, la anexión de la península de Crimea, al ser una región lejana a Ucrania y más cercana a Rusia, era el objetivo de Moscú para reposicionarse como la gran potencia de Europa Oriental.

Sin embargo, la “suerte” parece volver a sonreírle al país más grande del mundo, ya que la “legítima” defensa que hizo de los habitantes prorrusos en Crimea ha herido enormemente a Ucrania, despertando una particular simpatía pro-Moscú en diversos grupos de habitantes del este de aquel país, quienes buscan desestabilizar al Estado ucraniano con dos demandas principales: el trato igualitario de los ruso parlantes o en su defecto, la sesión para unirse a la Federación Rusa.

La facilidad con la que se han desarrollado estos eventos nos conduce a conclusiones sospechosas sobre las reales intenciones de Moscú en Ucrania, ya que los rusos han hecho caso omiso a las peticiones de Occidente sobre la reducción de efectivos militares en su frontera con este país.

Estados Unidos y sus aliados temen que Crimea haya sido solamente el primer movimiento de la estrategia rusa para ocupar más territorios de su pequeño vecino del Oeste, sobre todo porque el enunciado que dejó abierto el presidente Putín se refirió a la protección de todo ciudadano de ascendencia rusa o que comparta esta lengua, sin limitaciones en la determinación geográfica en la que pudiera encontrarse.

Por su parte, Estados Unidos ha declarado que si Rusia ejerce alguna acción militar directa en Ucrania “habrán serias consecuencias”.

Seguramente Moscú no incursionará en Ucrania hasta que las condiciones se lo permitan. No puede arriesgarse una vez más a violar la soberanía de un país sin tener los argumentos necesarios para hacerlo. El incremento de la violencia, el reforzamiento de grupos paramilitares, la desestabilización de la institución estatal y las manifestaciones en contra del gobierno ucraniano pueden convertirse en motivos para que Rusia comience la legítima defensa de sus intereses en territorio ucraniano.

La mesa está puesta, por ello el embajador ruso en el Consejo de Seguridad de la ONU ha demandado que sean respetados los Derechos Humanos de los manifestantes pro-Moscú y ha condenado el uso del ejército ucraniano para estabilizar la zona, con ello, el diplomático contribuye a la generación de una situación óptima para los intereses rusos.

En este tener, nos referimos a una situación y no a una serie de argumentos porque la desestabilización de Ucrania legitima la anexión rusa de Crimea: un gobierno ocupado en sus asuntos internos no puede ejercer efectivamente su política exterior, pues su vulnerabilidad es una variable de gran peso, que puede desbalancear aún más en favor del invasor, que amenaza, blofea, desconoce, pero mantiene siempre un canal directo con la otra parte de poder involucrada.

Es así que los encargados de la política exterior de Rusia y Estados Unidos han estado en contacto de forma permanente, por lo que el único actor fuera de las negociaciones parece ser Ucrania, que busca tener estabilidad, pero que carece de un respaldo popular al estar liderado por un gobierno interino, que ha sido señalado por el gobierno ruso de neonazi y antisemita, como estrategia para desconocerlo.

La crisis interna en Ucrania solo nos permite observar el poder de los grupos de “choque” para alcanzar objetivos particulares de Estado. Sin embargo, no se puede hablar de una relación directa entre Moscú y los manifestantes, más allá del deseo de estos últimos de formar parte de Rusia, tampoco se puede creer que las intenciones de expansión del país más grande del mundo hayan cesado con la anexión de Crimea, lo único evidente hasta el momento es el hábil calculo ruso para generar situaciones y argumentos en favor de sus intereses sin disgustar en demasía a los líderes occidentales, que se han convertido en excelentes observadores de las crisis internacionales.