El presidente de la República promete y hasta dice que se cambiará “el nombre” si no lo logra; los titulares de los otros dos poderes del estado, el ministro de Seguridad y hasta el de Defensa, lo mismo que los jefes policiales, hablan, aseguran que están haciendo lo necesario, pero en la práctica seguimos en medio de una vorágine de criminalidad que es seguida de la más absoluta impunidad de los perpetradores.
La situación es tan perturbadora, tan desesperanzadora, tan frustrante, que las autoridades no tienen pleno control ni siquiera de los pocos delincuentes que están en las cárceles o del mismo cuerpo policial que ya se sabe está infiltrado hasta la médula por las más diversas formas de la delincuencia común y organizada.
El fiasco más visible es la incapacidad de depurar la Policía, un prerrequisito básico para cualquier intento honesto de recuperar la seguridad perdida.
La desidia, la inacción, la incapacidad o la complicidad es tal que no se les despojó de sus placas y armas de reglamento a policías que están suspendidos por sospechas de vínculos con la delincuencia. Así quedó demostrado el miércoles cuando dos oficiales suspendidos fueron acribillados a tiros en un vehículo sin placas.
Como este tipo de crímenes tampoco se esclarecen, porque ya son muchos los policías asesinados, aumenta el temor de que o bien los elementos suspendidos continúan sus actividades delictivas y pierden la vida en pleitos entre bandas o saben mucho de la corrupción de alto nivel y son callados para siempre.
La Policía pone en práctica “un terrorismo a favor del crimen organizado y del narcotráfico”, reconoce sin ambages el propio Comisionado Nacional de los Derechos Humanos. Lo peor de todo es que las autoridades nacionales no están haciendo nada, en concreto, para revertir la situación.
Al contrario, cada día más aparecen signos peores, que van desde ver como “normal” esta patología social de la violencia delictiva hasta el linchamiento, como ocurrió en una aldea de El Paraíso, cuando un presunto delincuente fue asesinado por iracundos pobladores de forma tan bárbara que mantuvieron su cadáver durante siete días, le sacaron los ojos, le pasaban vehículos y finalmente solo entregaron un poco de cenizas.
¿Y las autoridades? Apenas sirvieron para entregar los despojos a la acongojada madre.