Los medios de comunicación repiten las imágenes una y otra vez. Sin cesar, nos muestran los últimos instantes del ciudadano Jonatan Perdomo, mientras luchaba contra asaltantes dentro de la institución financiera donde prestaba sus servicios como guardia de seguridad.
El crudo video salió a luz pública casi de inmediato, como un esfuerzo desesperado por dar captura a los sujetos que, con desparpajo y frialdad, ejecutaron atraco y asesinato, sin cubrirse rostros, con mortal eficacia.
La reiteración mediática, rayana en morbosidad, ha producido un efecto de indignación generalizada y de solidaridad con la familia del valiente guardia.
La anónima cámara aporta hoy, junto con la recompensa ofrecida, la única pista y oportunidad –ante el temor que pueden sentir clientes y empleados- para dar con el paradero de los responsables.
Meses atrás, la prensa hizo igual despliegue de visibilidad con los videos de una masacre nocturna en la zona de los mercados capitalinos y del homicidio de un corajudo policía en un transitado bulevar.
Del primer crimen, poco o nada se supo después; del segundo caso, la persecución y captura de los autores fue casi inmediata, pero las imágenes dejaron constancia de todo lo ocurrido, especialmente del proceder del agente del orden, de sus ejecutores y de los transeúntes.
Los noticiarios, afortunadamente, no se han conformado con mostrar filmaciones: han incorporado los análisis de especialistas en seguridad, estudiosos del fenómeno social de la criminalidad y del comportamiento humano.
Asumiendo el rol que la sociedad espera de ellos, además de mostrarnos y criticar la dura realidad, los periodistas han indagado con variadas fuentes sus efectos y las posibles soluciones para hacerle frente de manera colectiva.
El asalto en Choloma –que no era el primero- nos muestra a un guardia solitario, en la única entrada y salida del local que resguardaba. A diferencia de instituciones similares (las bancarias), no había un vestíbulo para registro y resguardo de objetos personales (armas entre ellos); una vez herido, el valiente guardia continuó oponiendo resistencia en evidente desventaja, sin posibilidad de apoyo o asistencia.
La muda cámara ha dejado constancia de un resultado que podía preverse como inevitable para cualquier observador sensato. La muerte del policía Joaquín Santos Arita en el Bulevar Centroamérica también fue en desventaja y precedida de procedimientos inapropiados.
Días atrás pudimos ver cómo, sin abusar de violencia, un sujeto se alzó con 14.8 millones de lempiras, cobrados pacientemente en un banco, cuya seguridad externa es una de las mejores del país.
Aprendida la lección, esta institución ha establecido nuevos controles para evitar un chasco similar. Sin embargo, no puede preverse todo: un hombre en silla de ruedas, semanas atrás, introdujo las armas con que sus compinches desvalijaron otra entidad bancaria, aprovechando la buena fe de sus guardias. Cada caso aporta nuevas lecciones, para afinar estrategias.
Una cámara de seguridad es buena herramienta, mas no basta. La lamentable muerte de Jonatan Perdomo lo demuestra.