En Honduras, los enfermos de riñones con patología crónica caminan senderos interactuando cotidianamente en los límites de la incertidumbre y el miedo, pero también con una fuerza telúrica interior sosteniendo en sus puños un homenaje a la vida, como lo harán, seguramente, miles de compatriotas que padecen otras enfermedades como cáncer, diabetes, sida, etc.
Actualmente, en el país hay más de 4 mil pacientes con enfermedades renales, pero de estos, unos mil doscientos están hospitalizados y su vida depende de un Estado irresponsable que, en vez de recurrir a un verdadero y eficiente sistema de salud, recurre a la empresa privada para comprar servicios de diálisis y hemodiálisis. ¡La salud pública en nuestro país es tanto un millonario como un fabuloso negocio!
Los pacientes renales crónicos tendrán que recibir hemodiálisis por toda su vida, para lo cual, el Estado contrata los servicios de la empresa privada, pero cuando el gobierno atrasa los pagos, las empresas cierran literalmente sus puertas, a los pacientes, redundando en ellos y ellas mucha zozobra, angustia y desesperanza que toca fondo en familiares y seres queridos, porque hacer o no hacer hemodiálisis es un asunto de vida o muerte.
La hemodiálisis, que se realiza tres días a la semana, es un método para eliminar de la sangre desechos y toxinas como la urea y que los riñones son incapaces de eliminar de forma natural, en una jornada que dura aproximadamente cuatro horas.
En las sesiones de hemodiálisis, la sangre del paciente se conduce entubada desde el organismo hasta una máquina llamada “riñón artificial” en la que pasa a través de un filtro de limpieza (dializador); se produce el intercambio entre el líquido del dializador y la sangre, recogiendo las sustancias tóxicas de la sangre, aportando otras beneficiosas para retornar de nuevo al cuerpo (Wikipedia).
Con el transcurso del tiempo, la hemodiálisis deja cicatrices y huellas en muñeca, brazos y cuello. La más dolorosa es el desarraigo e indiferencia del Estado que se inhibe de asumir responsabilidad profunda y seria frente a esta y otras poblaciones afectadas, con problemas graves de salud.
En medio de todo, lo más hermoso es la convicción de vida que tienen estas miles de personas con problemas renales. Sus días transcurren, a pesar de los desafíos existenciales, sin bajar los brazos para un pan en la mesa y la honra de sus familias. Al verlos caminar no parece que estuviesen librando una batalla total, pero increíblemente con su aliento y sin proponérselo, regalan mucha “diálisis” moral para continuar, nosotros, peleando por nuestros sueños irresueltos frente a nuestros propios problemas de salud.