Opinión

Poder, querer y deber

“¿Cuál es más digna acción del ánimo, sufrir los dardos penetrantes de la fortuna injusta u oponer los brazos a este torrente de calamidades y darles fin con atrevida resistencia?”

La situación del papa Ratzinger ante la agravada crisis del Vaticano, y de su magisterio, es del todo hamletiana. Solo e impotente, sabe que esa crisis gira alrededor de su salida, mientras se debate entre lo que puede, lo que quiere y lo que debe hacer en el tiempo que le queda.

Observa el fuego atizado por algunos compañeros que nunca lo fueron, quienes no ocultan la impaciencia por asistir al velorio del sumo pontífice.

Es una situación muy triste para un hombre que, después de dedicar su vida a la teología católica, a la vez controversial y luminosa, queda atrapado en luchas de otros por el poder, ajenas a la misión de la Iglesia.

El conflicto es hoy más enconado que la semana pasada. Nuevos documentos son a diario filtrados a la prensa, indicio de intereses externos al Vaticano.

La milenaria confrontación entre conservadores y reformistas hace crisis periódicas. El Concilio Vaticano II fue convocado precisamente para iniciar un programa de reformas de largo plazo, pero tras la muerte de su inspirador y organizador, el papa Juan XXIII, el impulso de los cambios comenzó a ceder, y algunos fueron mediatizados.

En 1985, Ratzinger, de 58 años, prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, concedió una entrevista al periodista Vittorio Massori, que duró varios días, en un retiro de los Alpes tiroleses. El joven cardenal quería definir muchas cosas de la teología y del futuro de la Iglesia.

El resultado fue The Vatican Report, como se tradujo al inglés el libro de Massori, pero es más revelador el título italiano: Rapportosulla Fede (“Informe sobre la fe”).

Se trata de una visión conservadora de las conclusiones y seguimiento del Vaticano II, concilio que abrió las puertas a cambios mayores.

Demasiadas puertas, demasiado anchas; según el libro, dejan pasar ideas contrarias a la esencia de la fe.

En el capítulo “En la raíz de la crisis”, Ratzinger hace un categórico dictamen de la jerarquía eclesiástica: “La Iglesia no es un partido, ni una asociación, ni un club. Su profunda y permanente estructura no es democrática, sino sacramental. Aquí la autoridad no está basada en la mayoría de votos, sino en la autoridad del propio Cristo, quien quiso pasarla a hombres que serían sus representantes hasta su retorno definitivo”.

En “¿Un Papa impredecible?”, de mayo de 2005, esta columna plantea las consecuencias de esos criterios: “Los hechos (revolucionarios) de 1968, la ruptura con Kung (Hans, sacerdote amigo de Ratzinger, pero teólogo de la reforma profunda del Vaticano) y la experiencia de Tubingen (rebeldía estudiantil en la Universidad de Ratzinger) convencieron a Ratzinger de que Roma debe controlar las ideas, las propuestas y las actitudes en asuntos de doctrina”.

Ratzinger es un hombre íntegro. Su teología es también personal; su firme convicción y la coherencia de su pensamiento indican que siente lo que dice. No es hombre que retroceda ni se desdiga.

¿Pensará alguna vez, movido por la tristeza de ver a su amada Iglesia envuelta en trifulcas mundanas, si el sustento teórico que ha dado a la jerarquía ha facilitado la conspiración contra él?

Después de referirse a la lucha de los cardenales italianos para elegir un Papa de esa nacionalidad, un editorial de antier del Corrieredella Sera, titulado “El subterráneo del Vaticano”, concluye en que “…el comportamiento de algunos tiende una injusta sombra sobre todos. La consecuencia podría ser que se alimentase entre los demás episcopados un sentimiento ‘antiitaliano’, reflejo de uno ‘antirromano’, tan comprensible como preñado de incertidumbres”.

¿Cómo contestará el papa Ratzinger a la pregunta de Hamlet, definitoria, perentoria e inconfundible? En principio, no está en posición de hacer lo que quiera.

Pero sí, como especulé en 2005, podría facilitar la elección de un papa joven (en términos vaticanos, claro), siquiera del centro derecha teológico, que emprenda reformas viables, sensatas, y siembre esperanzas para el futuro de la Iglesia. ¿Hará lo que debe, o apenas lo que pueda?