El debate se extendió por varias horas, condimentado por ingredientes de múltiples sabores, todos ellos adecuados a la naturaleza del guiso que hervía en la olla.
Mientras los ánimos aumentaban de temperatura, los diputados de la legislatura próxima a concluir demostraron con sus desesperadas intervenciones, profundos conocimientos sobre la gastronomía popular y la tradición culinaria heredada de las abuelas.
Citando –para ilustrar- un extenso menú en el que destacaron la chanfaina, la sopa de mondongo con patas de chancho, el tapado con chorizo, sopa de frijoles con costilla y pelleja, torrejas y ayote en dulce, varios representantes trataron de influir en el ánimo de la bancada mayoritaria para que se aumentara el número de productos que deberían o no integrar la canasta básica exenta del impuesto sobre ventas.
No se trataba de un tema menor o sin importancia: las draconianas reformas tributarias aprobadas para dotar de recursos el deficitario presupuesto nacional, han orillado a las autoridades financieras del país a revisar con lupa cuántos de los alimentos que se lleva el hondureño común y corriente a la boca, conservan las características de “básicos, populares e indispensables”.
Sin que se conozca a cabalidad las justificaciones empleadas para excluir o incluir los ítems del catálogo que publicó in extremis el diario oficial La Gaceta el 30 de diciembre de 2013 (antes la lista era menos restringida), sí conocimos las elocuentes participaciones de quienes defendieron el menú de un cada vez más hosco Juan Pueblo.
En el transcurso de la jornada, se intentó –infructuosamente- retornar la exención de gravamen a las humildes cuajada y quesillo, a la mortadela y chorizo, al café molido y en grano, y al espagueti, entre otros productos.
Al final, los diputados impulsores de la reforma del anexo a la Ley de Ordenamiento de las Finanzas Públicas, Control de las Exoneraciones y Medidas Antievasión, se quedaron con una sensación amarga en sus resecas bocas, a pesar de que el nivel de detalle utilizado en la argumentación era para relamerse bigotes y salivar como perro de Pavlov.
Aunque un análisis en frío del déficit fiscal y la futura correlación de fuerzas parlamentarias permiten comprender las motivaciones tras la premura y radicalidad de las medidas tributarias adoptadas, ha quedado una importante sensación de vacío y preguntas sin respuesta en el tratamiento de este asunto, que no llenaremos con nuestra propia versión de la retórica culinaria que dominó durante la sesión de 8 de enero pasado. Todo lo contrario.
Como ciudadanos, hubiéramos querido escuchar el monto del que se privaba el fisco con la modificación del listado de esa noche, del mismo modo que con cifras exactas se atajó el intento de posponer la entrada en vigencia del 15% al ISV.
Hubiéramos querido escuchar datos estadísticos sobre el consumo real o estimado de cada producto por la mayoría de la población o sobre el impacto en su dieta y salud. Hubiéramos querido escuchar quiénes más se sacrificarán.
Al menos esta vez, hubiéramos querido ver la cuenta, antes de pagarla.