Los pretextos son variados, desde que no hay tiempo para tanta cortesía hasta que ese estilo está pasado de moda. Lo actual es tomar ventaja de los demás, portarse de forma maleducada e intolerante, para destacar en la nueva sociedad ¿o suciedad?
El profesor Manuel Antonio Carreño se volvería a morir espantado al ver los modales del siglo 21. Él fue un venezolano, nacido en 1812, pedagogo, sobrino del profesor de Simón Bolívar.
Carreño escribió un manual de urbanidad y buenas maneras, el cual fue una materia de enseñanza escolar cuando yo estudié la primaria.
El maestro subrayaba que en los deberes para con Dios se encuentran las obligaciones sociales y los mandatos de la moral. Indicaba que el modelo de las virtudes, el padre más amoroso, el hijo más obediente, el esposo más fiel, el ciudadano más útil a su patria, está unido a tener religión y respetar a un dios.
La mayoría de males y padecimientos sociales comienzan cuando sucumben la fe, los valores familiares, hay pérdida de paz doméstica y crece la soledad individual de sus miembros a causa de excederse viendo televisión, navegar en la Internet y jugar videos.
El irrespeto a los padres es el primer síntoma de que la sociedad está enferma. Carreño se refería a los papás como los autores de nuestros días; los que recogieron y secaron nuestras primeras lágrimas; los que consagraron todos los desvelos a la difícil tarea de educarnos y labrar nuestra felicidad; deben ser para nosotros los seres más venerados de la faz de la Tierra.
Los niños y jóvenes de hogares disfuncionales salen a las calles como animalitos salvajes que no distinguen las reglas sociales ni la urbanidad básica. No conocen las normas de Carreño, que, aunque parecen obsoletas, son fácilmente aplicables a cualquier tiempo: no masticar con la boca abierta; no morderse las uñas; no fumar en la calle o sin haberle pedido permiso a quien esté a su lado.
Creo que hoy, basados en que Carreño nos enseñaba a ser limpios, corteses y cívicos, podríamos añadir muchos cánones de urbanidad tan sencillos como estos: no tener mal aliento y conservar los dientes limpios; ir vestidos de manera decorosa sin exhibicionismos. Comportarse en la mesa y no masticar con la boca abierta o hablar sin haber tragado la comida.
No hurgarse la nariz en público y lo más primordial, no saborearse después como si fuera un manjar delicioso. No gargajear ni escupir en la calle. No hablar en voz alta por el celular.
Por otro lado, es gratificante el civismo: dar información correcta a la persona que requiera ayuda; facilitar el paso a quien lo pida aunque lo haga de mala gana (al final lo que nos debe importar es nuestra buena acción); ceder el asiento a las damas o abrirles la puerta del auto; ayudar a los ancianos y respetarlos por su edad a pesar de sus caprichos; saludar, decir buenos días, buenas tardes, en especial a los compañeros de trabajo o de estudio, con quienes compartimos la mayor parte del tiempo.
Llamar a los padres y abuelos para saber de su salud. Dar gracias.
No es pedir mucho. Hay que tener una mínima dosis de urbanidad social y humana en este mundo repleto de intolerancia.