En 1996, las organizaciones de trabajadores comenzaron a recordar a quienes habían sufrido accidentes en su lugar de trabajo o encontrado allí la muerte.
Desde aquel año el 28 de abril (Día Mundial de la Salud y Seguridad en el Trabajo) se convirtió no solo en fecha para hacer memoria sino también para llamar la atención sobre cómo dichos accidentes y muertes pueden y deben ser evitados. Desde 2003, la OIT lidera la iniciativa mundial a favor de trabajos seguros.
Este año el foco de la Jornada es la Promoción de la Salud y Seguridad en el Trabajo en la Economía Verde. Cuando tanto se habla del impacto ambiental debe tenerse en cuenta, también, otro impacto: el que sobre las personas tiene una determinada actividad en la economía verde.
Especialmente cuando este tipo de economía está entre las que más crecimiento pueden tener. El mercado global de productos y servicios ambientales debería superar los 2,740 millones de dólares americanos para el 2020.
¿De qué serviría alentar la utilización de la energía solar si las condiciones en que se haga pueden dañar la salud de quienes en ello trabajen?
Dos grandes desafíos, para un mundo cada vez más consciente de las amenazas que la actividad productiva puede generar para el medio ambiente, son que las industrias se hagan más limpias y así más sustentables y que, además, generen empleos seguros.
Los empleos verdes deben ser entendidos como “trabajo decente que contribuye directamente a reducir los efectos en el medio ambiente de las empresas, los sectores económicos o la economía en general mediante la reducción del consumo de energía y de recursos, la reducción de las emisiones, los residuos y la contaminación, y la conservación o restauración de los ecosistemas (…) Los empleos verdes deben ser trabajo decente, es decir, buenos empleos que garanticen unos salarios adecuados, unas condiciones de trabajo seguras, seguridad del empleo, perspectivas profesionales razonables y derechos de los trabajadores”.
Abordar el cambio climático y disminuir el vínculo entre crecimiento económico y consumo de energía basado en combustibles fósiles requiere transformaciones que ofrecen oportunidades para la generación de trabajos seguros, con eficacia ecológica y escaso nivel de emisiones.
Los esfuerzos por reducir el cambio climático y sus efectos generan nuevos empleos en muchos sectores y economías, y podrían crear millones más tanto en países industrializados como en desarrollo.
Lo importante es que los mismos ofrezcan garantías de seguridad para quienes los desempeñen y que no afecten su salud.
Las oportunidades que ofrece la economía verde a los países en el istmo centroamericano o en la antigua Hispaniola son indudables, pues ellos presentan ventajas comparativas que sus gentes, empresarios y trabajadores deben convertir en ventajas competitivas.
Para la consolidación de economías verdes con trabajo seguro políticas públicas adecuadas son de indudable utilidad.
Una transición hacia la eficiencia energética en las viviendas, a nivel mundial, podría generar millones de trabajos, al mismo tiempo que hacer más limpios los empleos existentes para muchos de los cerca de 111 millones de trabajadores que trabajan en este sector.
La inversión en infraestructura es para Centroamérica, Haití, Panamá y República Dominicana crucial para su desarrollo y resulta indispensable que en el sector de la construcción se redoblen esfuerzos para garantizar niveles internacionales de ecoeficiencia y de seguridad y salud ocupacional.
Entre los empleos que se generen para abordar el cambio climático puede haber sucios, peligrosos y difíciles.
A propósito generan particular preocupación la agricultura y el reciclado, en donde es necesario modificar con rapidez, entre otros aspectos, la seguridad e higiene en el lugar de trabajo por exposición a materiales tóxicos.
Más allá del daño humano se calcula que, anualmente, el cuatro por ciento del Producto Bruto Interno mundial es el costo de las malas prácticas en seguridad y salud laboral.