La ceremonia se realiza en lugares públicos, como escuelas o iglesias. Aunque también hay tzikines familiares, por ejemplo, en la mencionada comunidad de Carrizalón, Copán Ruinas.
Allí, son destacables los tzikines que don Santiago Guajaca y don Antonio García montan en sus respectivas casas, por bien trabajados, con todo el conocimiento y la tradición ancestrales.
La diferencia entre el Tzikín familiar y comunitario es que en el primero una familia particular lo patrocina en su totalidad, mientras que en el segundo se involucra a todos los miembros de la comunidad. Cada vecino hace ofrendas de acuerdo con lo que posee y con los intereses que tiene.
En sí, el Tzikín es una ceremonia para dar culto a la vida y a los espíritus de los ancestros; esto significa que va dedicado a alguien especial, puede ser un pariente muy querido ya muerto, por quien se encienden velas de dedicatoria y se hacen rogatorios.
'Entonces, yo voy y ruego por mi abuela, por decir algo. También ofrecemos un banquete, ofrecemos manjares; el manjar frecuentemente se ofrece de acuerdo a la comida que le gustaba a mi ancestro, a mi antepasado... Se llevan tamales, ticucos, queso, cuajada, frijoles, tortillas, todo, justo lo que a esa persona a quien estoy dedicando, al espíritu de esa persona a quien estoy dedicando este Tzikín, le gustaba', cuenta un habitante de Carrizalón.
Para el acto solemne se prepara un altar, cosa que puede hacerse desde un día anterior. Por lo general, ya hay flores y hojas específicas para armar el lugar de la ceremonia. La decoración de la parte exterior se efectúa con hojas de comte, que tienen forma de cruz, mientras que en la parte interior se utilizan flores atractivas, entre las que destaca la flor de muerto.
Para realizar la ceremonia, se busca una persona que pueda hacer el padrineo, rezar y que entienda el trabajo del chucurero. Esta persona realiza dos rosarios; uno a las siete de la noche y otro a medianoche. A continuación, se realiza el ofrecimiento de los manjares, para lo que se da un tiempo prudencial.
Después, en el entendido de 'lo que no se comieron los espíritus', los presentes proceden a repartirlo y comer. Cuando es una familia la que ofrece, además de los manjares del altar, se preparan ollas de tamales, atol chuco y tortillas frescas.
Existe toda una tradición para la elaboración de los alimentos, porque se tiene la creencia de que 'todas las comidas tienen espíritus', así que se intenta cohesionar el espíritu de la comida con el espíritu del ancestro al que se dedica el Tzikín.
Como dicta la costumbre, los rezadores se guardan de cuatro a doce días antes del Tzikín, incluyendo abstinencia sexual y no comer carne, sólo tortilla, frijoles y agua. Esto con el fin de estar en armonía con la madre naturaleza, con los espíritus de los antepasados y con los espíritus de los alimentos.
Es por ello que no es cualquiera ni a cualquier hora que se reparte la comida. Esta es exclusiva del manjar, nadie la toca; ni los anfitriones ni los recién llegados. Puede estar desde las cuatro de la tarde hasta las doce de la noche y no se prueba absolutamente nada, hasta que el guía espiritual ordena que se reparta.