La historia recoge este hecho bélico de cuatro días durante los cuales los ejércitos de Honduras y El Salvador se envolvieron entre la gloria y la vergüenza.
“Hoy a las seis de la tarde empezó la guerra entre El Salvador y Honduras la aviación de El Salvador bombardeó cuatro ciudades hondureñas (stop) al mismo tiempo las tropas de El Salvador violaron la frontera con Honduras intentando penetrar en el interior del país (stop) en respuesta al ataque del agresor la aviación de Honduras bombardeó los más importantes centros industriales y objetivos estratégicos de El Salvador y las fuerzas terrestres emprendieron acciones defensivas”, así, sin punto ni coma, fue el primer despacho que envió el 14 de julio de 1969 el corresponsal de la agencia polaca PAP sobre el inicio del enfrentamiento armado.
“Ayer tarde, cuando nuestra población civil se encaminaba a sus hogares después de concluir la segunda jornada de trabajo, completamente despreocupada, se inició a las seis y veinte minutos de la tarde, el primer ataque por sorpresa en forma simultánea a las siguientes poblaciones hondureñas: Tegucigalpa, Gracias, Nueva Ocotepeque, Santa Rosa de Copán, Juticalpa, Amapala, Choluteca, Nacaome y Guaimaca”, describió la revista Sucesos Centroamericanos.
Ningún bombardeo dio en el blanco. Con estos ataques aéreos imprecisos, el ejército salvadoreño puso en marcha su plan de campaña “capitán general Gerardo Barrios”, encaminado a conquistar territorio hondureño, el cual venía preparando desde años atrás.
Era el inicio de una lucha desigual. Alimentados por el patriotismo, los soldados hondureños caminaban al campo de batalla -a defender la soberanía y la integridad territorial- con más carencias que armas y municiones.
CAUSAS. Numerosos libros y análisis se han escrito, tanto a nivel de Honduras como de El Salvador, sobre esta lucha armada, a la que el tratadista Thomas P. Anderson también denominó “La guerra de los desposeídos”.
Los textos salvadoreños justifican la guerra en una campaña humanitaria, los hondureños en la defensa de su soberanía y su integridad territorial.
Abundan los textos, unos narrados con fervor nacionalista, otros -más objetivos- buscan apegarse a los acontecimientos.
A pesar de estas descripciones con sentimiento patriótico, hay hechos que ni las emociones ni el tiempo han logrado deformar, como las causas de la guerra, los incidentes antes del 14 de julio de 1969, los muertos tanto civiles como militares y el desastre táctico y logístico de ambos ejércitos en los teatros de operaciones.
Toda guerra necesita planificación y elaboración de una estrategia. La cúpula militar salvadoreña comenzó su diseño desde 1961, cuando prevé que un gran problema social se le acerca.
El coronel hondureño César Elvir Sierra, en su libro “El Salvador, Estados Unidos y Honduras”, hace una descripción documentada de los hechos que desde 1961 empezaron a marcar el camino del conflicto armado, los cuales se han corroborado en los lugares, con los participantes, las víctimas y sus descendientes.
Los incidentes en la frontera comienzan el 8 de junio de 1961, cuando un grupo de salvadoreños al mando del alguacil de Lajitas, El Salvador,
Alberto Chávez, penetraron territorio hondureño por el sector de Dolores, La Paz, siendo repelidos por una patrulla de la extinta Guardia Civil al mando del delegado Fausto López y el inspector de hacienda Jeremías López. En el enfrentamiento murió Chávez. El gobierno salvadoreño imputó la muerte al hacendado hondureño Antonio Martínez Argueta, juzgado en ausencia por un tribunal de El Salvador.
El 19 de junio de 1961, las autoridades salvadoreñas piden a Honduras investigar el hecho. Se comprueba que Chávez, tras ingresar a territorio hondureño, muere al enfrentarse a una patrulla de la Guardia Civil.
El hecho ocurre en la Hacienda de Dolores, propiedad de Martínez Argueta. Según la declaración que efectuara la comisión investigadora, Martínez Argueta no tenía nada que ver en el acontecimiento, pues el 8 de junio él se encontraba en Tegucigalpa.
En 1962, durante el gobierno de Ramón Villeda Morales (1957-1963), inician los primeros pasos para controlar el flujo desordenado de inmigrantes salvadoreños y en septiembre de ese año se promulga la Ley de la Reforma Agraria.
En el gobierno de Oswaldo López Arellano (1965-1971) se implementa, afectando a miles de salvadoreños que ocupaban tierras de forma ilegal.
La deportación de salvadoreños ilegales que ocupaban tierras en Honduras es un problema para las autoridades y la burguesía salvadoreña.
A esto se suma la disparidad en los beneficios económicos obtenidos en el mercado común centroamericano. Lentamente la guerra va fermentándose y así lo informan los diplomáticos que Honduras tenía en El Salvador.
Seis años después, el 25 de mayo, el alcalde de Polorós, El Salvador, José Vicente Bonilla, con apoyo de la Guardia Nacional de ese país y civiles armados, secuestra en la Hacienda de Dolores a Martínez Argueta, Antonio Argueta Romero, Fermín López Martínez y a José Elías Rodríguez, por el asesinato de Chávez.
Cuatro días después, o sea, el 29 de mayo de 1967, elementos de la Guardia Nacional salvadoreña penetran nuevamente a la Hacienda de Dolores, enfrentándose con un resguardo hondureño al mando del subteniente Cándido Amaya.
El choque armado deja como resultado tres muertos, dos heridos y dos capturados de la Guardia salvadoreña, el ejército hondureño reporta dos soldados muertos -Gregorio Pineda y Rodimiro Solórzano- y un herido que fue trasladado a Florida, Opatoro.
El 11 de junio de 1967, Martínez Argueta fue sentenciado a 20 años de prisión, pero el 13 de octubre de ese mismo año, el juzgado de Santa Rosa de Lima establece que no hay lugar para detener al hondureño, por falta de pruebas.
En junio de ese mismo año un destacamento salvadoreño -integrado por dos oficiales, 41 elementos de tropa y cuatro motoristas civiles, fuertemente armados- cruza la frontera de El Poy, Ocotepeque, y es capturado por elementos del Cuerpo Especial de Seguridad (CES) al mando del subteniente Santos Rodríguez.
Al ver la superioridad de la tropa salvadoreña, Rodríguez decide no enfrentarlos, sino que muy amistosamente, los pasa adelante y los invita a desayunar por separado, los oficiales en un lado y la tropa en otro, pidiéndoles dejar sus armas aparte. Cuando los soldados salvadoreños degustaban los alimentos, el oficial hondureño les pone custodia y les comunica que están detenidos. Posteriormente son llevados al cuartel de Santa Rosa de Copán.
La prensa salvadoreña se burla de ellos y les llama los “bellos durmientes”.
Estos incidentes empiezan a generar una crisis militar y diplomática. Las tropas salvadoreñas se movilizan a la frontera y crece la tensión entre los países.
El 23 de diciembre de 1967, se realiza un canje humanitario. Honduras entregó a los cuatro motoristas civiles y El Salvador liberó a los labriegos que acompañaban a Martínez Argueta.
El 6 de junio de 1968, luego de la visita a San Salvador del presidente estadounidense Lindon B. Jonhnson, la Corte Suprema de El Salvador le otorga amnistía al reo Martínez Argueta y tres días después es canjeado por los dos oficiales y los 41 soldados salvadoreños capturados en El
Poy y por los dos guardias nacionales capturados en la Hacienda de Dolores.
Estos canjes fueron calificados de vergonzosos por los medios de comunicación salvadoreños, que hasta hicieron mofa de sus militares y autoridades civiles.
Estos hechos aceleran la guerra, los militares del vecino país querían rescatar el honor de su desprestigiada institución armada.
El 16 de junio de 1969 se celebra en el estadio Flor Blanca, en San Salvador, el partido Honduras-El Salvador como parte de las eliminatorias para el mundial de México 70.
El ambiente es hostil y así continúa los días posteriores al partido. La guerra se avecina. Los salvadoreños residentes en Honduras regresan a su patria, los hondureños en El Salvador hacen lo mismo.
El drama social es terrible “cuando muchas familias de salvadoreños unidos con hondureñas y viceversa, tienen que destruir su unidad familiar, que incluye patrimonio, hijos y todo una vida de sacrificios”, narra Elvir Sierra.
JUSTIFICACIÓN. Algunos analistas, historiadores y militares salvadoreños, en diferentes textos, presentan la guerra contra Honduras como una campaña militar de naturaleza humanitaria.
En citas a pie de página del estudio Cinco Tesis Sociológicas y Estratégicas sobre la Guerra de 1969, del estudioso salvadoreño Juan Carlos Morales Peña, se hace referencia a lo manifestado por el general de división Álvaro Calderón Hurtado, de que la guerra se trató de una “cruzada por la dignidad nacional”.
La derrota militar fue evidente, se conquistaron 1,600 kilómetros cuadrados, los guardias de Honduras retrocedieron, su fuerza aérea fue destruida en un gran porcentaje en tierra, dijo el militar.
El objetivo estratégico era “la conquista de un espacio geográfico, zona de compensación, a fin de negociar las garantías de nuestros connacionales en Honduras”.
En el estudio, se plantea que la diplomacia salvadoreña presentó al mundo la situación humana de los salvadoreños en Honduras como la causa de su malestar, pero al entrar a territorio hondureño, la lectura internacional le dio el calificativo de un Estado agresor.
“Recuérdese que si la campaña contra Honduras no se hubiese realizado, la legitimidad de las Fuerzas Armadas salvadoreñas se habría deteriorado y por lo tanto el estímulo de la oposición al régimen se habría convertido en una realidad ascendente”, dice la tesis de la guerra preventiva, una de las cinco tesis sociológicas.
Mientras tanto, Kapuscinski termina su reportaje sobre el conflicto armado de 1969, publicado en su libro “La guerra del fútbol”, de la siguiente manera: “La guerra terminó en un impasse. La frontera se mantuvo intacta.
Es una frontera trazada al ojo en medio de la selva, en un terreno montañoso que reclaman ambos países. Parte de los emigrantes regresaron a El Salvador, mientras que otros siguen viviendo en Honduras”.
“Los dos gobiernos están satisfechos de la guerra, porque durante varios días Honduras y El Salvador habían ocupado las primeras planas de la prensa mundial y habían atraído el interés de la opinión publica internacional”.
“Los dos pequeños países del tercer mundo tienen la posibilidad de despertar un vivo interés cuando solo se deciden a derramar sangre.
Es una triste verdad, pero así es”.