¿Por qué mataron a aquella mujer que no se metía con nadie? Y, ¿por qué la mataron de aquella forma tan despiadada? ¿A quién le había hecho mal si no tuvo nunca enemistad con nadie? No solo era una buena esposa, era, además, una buena hija, porque pasaba pendiente de su madre anciana e inválida; era una buena cristiana, porque servía en la iglesia convencida de que con sus acciones agradaba a Dios; era una buena madre, porque amaba a sus hijos más que a nada, y era una buena amiga y una buena vecina. Entonces, ¿por qué la mataron?
“No sé -les dijo el esposo a los agentes de homicidios de la Dirección de Investigación Criminal-; no sé… Ella no se metía con nadie… Ella era una mujer buena”.
Escena
El cuerpo estaba en la cocina, tirado en el piso sobre un lago de su propia sangre. Estaba boca arriba, con los ojos abiertos y las manos todavía en el cuello, como si por largo tiempo hubiera intentado detener la sangre que brotó de su herida a borbollones.
“La degollaron con un cuchillo de su propia cocina” -dijo uno de los detectives.
“Y el asesino es un hombre alto y fuerte” -agregó otro.
“¿Por qué lo decís?”
“La víctima era una mujer alta, de más de un metro setenta centímetros, y era fornida, sin ser gorda… El asesino se situó detrás de ella, la inmovilizó, agarrándola del pelo, y le cortó la garganta de un solo tajo, partiendo en dos la carótida…”
“Ella estaba de espaldas a la puerta de entrada a la cocina -dijo un tercero-, y parece que hacía algo en el lavatrastos… Hay sangre en el fondo y la orilla está salpicada; además, hay sangre sobre la cerámica, lo que nos dice que estaba parada allí, cerca, muy cerca del lava trastos”.
“Después de inmovilizarla, el asesino la acuchilló, pero al mismo tiempo la arrastró hacia atrás… y la dejó caer mientras ella trataba de detener la hemorragia”.
“Esa es la dinámica del crimen -dijo el primer agente-, ahora, hay que averiguar cómo entró el asesino a la casa…”.
SERIE 1/2 Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres. |
¿Por qué?
A Norma la encontró muerta en el piso de su cocina su hijo de 12 años, que acababa de llegar de la escuela. Eran las tres de la tarde. El médico forense dijo que la mujer tenía al menos seis horas de muerta.
“¿Cómo entraste a la casa?” -le preguntó el detective al niño.
“Siempre tengo llave” -respondió este.
“¿Viste algo extraño al llegar?”
“¿Cómo qué?”
“Algo extraño…”
“¿Cómo a mi mamá muerta?”
El detective apretó los dientes.
“Decime una cosa -dijo, tratando de dirigir mejor la entrevista, viendo avergonzado al niño-, ¿vos abriste la puerta con tu llave?”
“Sí, aquí está, mire”.
“Y, el llavín ¿cómo estaba?”
“Enllavado”.
“¿Cuántas vueltas le diste a la llave para abrir?”
El niño se quedó pensando por unos segundos.
“Dos… y la última que abre el llavín”.
“Eso significa que la puerta estaba enllavada… Pero, ¿quién pudo asegurar bien el llavín?”
“Lógicamente, lo hizo alguien que tiene llaves de la casa…”
“Alguien conocido”.
“Alguien a quien la mujer conocía”.
“Así es”.
El detective se volvió hacia el niño.
“¿Quién más tiene llaves de la casa?”
“Mi papá, mi mamá y yo”.
El agente se puso de pie.
“Señor -le dijo al marido, que lloraba en silencio, de pie en la sala-, ¿dónde están sus llaves?”
El hombre metió una mano en un bolsillo del pantalón.
“Aquí” -dijo, mostrando un llavero con varias llaves brillantes.
“¿A qué hora salió usted de su casa?”
“A las seis de la mañana -respondió el hombre-, como todos los días. Dejo a mi hijo en la escuela y luego voy a mi trabajo…”
“¿A qué hora llegó hoy a su trabajo?”
“Poco antes de las siete… como siempre… ¿Por qué me hace esas preguntas?”
“Es rutina, nada más… Dígame, ¿salió usted de su oficina en el transcurso de la mañana?”
“Sí, salí a una reunión de trabajo…”
“¿Alguien fue con usted?”
“Sí, mi jefe, que es el dueño de la empresa, su secretaria, dos abogados y el chofer del jefe…”
“¿Hasta qué hora estuvo con ellos?”
“Hasta las tres y minutos de la tarde, poco después que mi hijo me llamó para decirme que su mamá estaba muerta en la cocina”. “¿Informó de esto a su jefe, a sus compañeros?”
“Sí, señor… Aquí está mi jefe conmigo, y su secretaria, y los abogados y el chofer… ¿Qué más testigos quiere?”
El hombre había levantado la voz.
La DNIC
“Señor -dijo el agente, tratando de serenarse-, solo estoy haciendo mi trabajo… Dígame, ¿sabe usted si su esposa tenía… un amigo especial… una persona…?”
“¿Un amante? ¿Eso es lo que quiere decir?”
“Perdone usted, pero debo preguntar…”
“No, señor, no tenía ningún amante. Mi esposa era una mujer buena y leal”.
“¿Sabe usted si alguien la pretendía?”
“¿Qué quiere decir con eso?”
“Queremos descartar que el asesino sea alguien que pretendía a su esposa y que, al sentirse rechazado, decidió matarla… Es posible. Hemos visto muchos casos de estos”.
“No, señor, no sé nada de eso”.
“Bien, perdone la molestia. ¿Puede decirme donde están las llaves de la casa, las que usaba su esposa?”
“Deben estar en el llavero de la sala, donde colgamos las llaves…”
El detective caminó hacia la pared donde estaba el llavero, pero este estaba vacío.
“¿Estarán en la cocina?”
Fueron a buscar allá.
“¿En el cuarto, señor? ¿Podemos buscar en el cuarto?”
Tampoco estaban allí.
Los técnicos de inspecciones oculares dijeron que tampoco las llevaba la mujer.
“En algún lugar deben estar” -dijo el marido.
“¿Es que tienen por costumbre no ponerlas en su sitio cuando llegan a la casa?”
“No, señor; cuando no se necesitan, las llaves siempre están en el llavero de la pared. Mi mujer es bien organizada… Estoy seguro de que sus llaves deberían estar en el llavero”.
“Pero no están”.
“No”.
“Y su hijo dice que la puerta estaba cerrada con doble llave, que él le dio dos vueltas al llavín para abrir la puerta”.
“Eso me parece raro” -dijo el esposo.
“¿Por qué?”
“Mi esposa nunca echaba doble llave… No cuando ella estaba aquí… Y el portón, ¿cómo estaba?”
El detective se sorprendió con la pregunta.
“No le pregunté eso”
Llamaron al niño.
“El portón estaba abierto -dijo este, después de pensar un rato-, lo empujé y se abrió solo…”
“Tienen perro en la casa?”
“Sí, señor; un labrador”.
“¿Dónde está?”
“Ahorita está en el patio… Dice mi hijo que cuando él llegó a la casa, el perro estaba echado en la puerta de entrada de la cocina… Si lo ve, tiene manchadas las patas con sangre…”
“¿Es bravo el perro?”
“Sí, claro”.
“Y, ¿tiene libertad el animal de andar por la casa? Quiero decir, ¿no está encerrado todo el tiempo?”
“No; siempre está entre nosotros”.
“Ya”.
El detective hizo algunas anotaciones.
Pésame
En aquel momento llegó a la casa un hombre que se abrió paso entre la gente para llegar hasta donde estaba el viudo. Lo miró y, con ojos llorosos, lo abrazó.
“Lo siento mucho -le dijo-; es algo horrible”.
“Sí” -musitó el hombre.
“Cuando me llamaste no podía creerlo… Perdoname que tardé en venir… Estaba en San Juancito, entregando mercadería…”
“No hay problema -dijo el viudo-; gracias por estar aquí”.
“¿Saben quién fue?”
“No; la Policía está investigando…”
El recién llegado se limpió una lágrima.
“¿A qué horas fue?” -preguntó.
“No se sabe… El niño la encontró a las tres, cuando vino de la escuela. El forense dice que la mataron a eso de las nueve de la mañana…”
“¿Quién pudo ser el asesino?”
“A saber…”
Los hombres se abrazaron de nuevo.
“¿Por qué alguien tenía que matar a Norma si era un ángel de Dios?”
La pregunta se apagó en los labios del recién llegado.
“¿Quién es usted, señor? -le preguntó un detective, acercándose a ellos y sin saludar.
“Soy amigo de la familia” -respondió el hombre.
“Eso quiere decir que es usted de confianza en la casa”.
“Podría decirse que sí”.
“Es mi mejor amigo -intervino el viudo-. ¿Qué desea preguntarle?”
“Señor -dijo el detective, dirigiéndose al segundo hombre-, en casos como este, todo el mundo es sospechoso. Me limito a hacer mi trabajo, y mi trabajo es encontrar al criminal, al que mató a su esposa…”
“¿Sospecha de mí también?”
“Al inicio sí, pero usted tiene una coartada perfecta…”
“Entonces, ¿yo soy sospechoso?”
“Eso se lo diré después…”
Siguió a esto un silencio difícil.
“¿Sabe usted de alguien que tuviera motivos para asesinar a la señora?”
“No, por supuesto que no”.
“¿Tendría usted inconveniente en contestar algunas preguntas? Algo de rutina…”
“Claro que no, señor; estoy a sus órdenes”.
“Gracias”.
El detective y el hombre caminaron hacia el porche, se sentaron en unos sillones de mimbre que estaban cerca de unas palmeras, y el hombre le silbó a unos periquitos australianos que estaban en una jaula, colgando de una viga del techo.
“Los pajaritos lo conocen” -le dijo el detective.
“Sí; llevo muchos años visitando esta familia”.
“Ya. ¿Y el perro también lo conoce?”
“Por supuesto; yo se lo regalé a Norma… Fue el primero que parió mi perra, una labrador café… Pero, ¿por qué me pregunta eso?”
“Rutina, nada más… Tenga en cuenta que debo hacer mi trabajo y que en la cocina está muerta la esposa de su amigo… asesinada con saña por un criminal despiadado…”
“Usted habla siempre en masculino… -interrumpió el hombre-; ¿no existe la posibilidad de que una mujer la haya matado?”
“Sí, es muy posible -contestó el detective-, pero en este caso, el asesino es un hombre… un hombre con unas características especiales…”
“No lo entiendo”.
El detective no respondió.
“Yo creo -dijo, poco después-, que la mujer tenía un amante… y que el asesino es el marido…”
“¿Qué? ¿Qué está diciendo usted?”
Continuará la próxima semana