A Luis Chang lo mataron cerca de su negocio, un restaurante de comida china. Dos muchachos que se cruzaron con él mientras regresaba de una pulpería de comprar cigarros, le dispararon por la espalda. Los testigos describieron a los asesinos, pero nadie pudo reconocerlos y, pasado el tiempo, la Policía archivó el caso.
Sin embargo, una mañana, un muchacho fue torturado y asesinado en una casa solitaria y los detectives de la DNIC se enteran que la viuda de Luis Chang es hermana del muerto. Aunque no se sabe por qué mataron al muchacho, los agentes hablan con la mujer, por si pueden encontrar alguna pista que resuelva los dos asesinatos.
Serie 2/2Este relato narra un caso real.Se han cambiado los nombres. |
Xiomara
Llorando y con los ojos rojos, la mujer dejó de contestar las preguntas del detective. Este, por la naturaleza de su trabajo, debió insistir.
“¡Ya le dije que no sé nada! –le gritó ella–. ¿Por qué no va a preguntar a otra parte?”
“Señora –le dijo el agente, con la mayor tranquilidad del mundo–, le pido que se calme y que trate de colaborar con nosotros, que solo estamos haciendo nuestro trabajo. Entiendo que se sienta mal, pero debo advertirle algo: o habla conmigo ahorita, o lo hace en la oficina de la Policía…”
La mujer se levantó de un salto de la acera y miró a la cara al detective.
“¿Qué quiere decir?” –le preguntó.
“Que voy a tener que citarla para que nos dé sus declaraciones en las oficinas de la Policía”.
“¿Qué declaraciones? –preguntó Xiomara, tranquilizándose de pronto–. ¿Qué es lo que quiere que le diga?”
“Empecemos por el nombre del amigo inseparable de su hermano… Tenemos testigos que dicen que lo vieron por última vez con un muchacho al que le dicen el “Flaco”, con el que siempre se llevaba… ¿Usted nos puede decir cómo se llama el “Flaco” y dónde lo podemos encontrar?”
La mujer esperó unos segundos antes de responder.
“Ellos son amigos desde niños, y son compañeros del colegio…”
Dijo esto y se interrumpió de pronto.
“¿Cómo se llama y dónde lo podemos encontrar?”
Xiomara aun dudó un poco pero, al final, le dio un nombre y una dirección. El detective llamó a dos de sus compañeros y les dijo:
“Vayan a esta casa y traigan a este muchacho”.
“No entiendo por qué está haciendo eso” –le dijo Xiomara.
El detective no la escuchó, dio un grito y sus compañeros se detuvieron. Él caminó hacia ellos, les dijo algo y, después, llamaron al fiscal. Este, entre bostezo y bostezo, movía la cabeza hacia adelante, en señal de que estaba de acuerdo en lo que le decía el detective. Un minuto después, sus compañeros se fueron.
Preguntas
“¿Estás seguro de lo que estás haciendo?” –le preguntó el fiscal, poco después.
“Sí… La descripción de los testigos fue la misma y este chavo se me hace muy parecido a lo que los testigos dijeron”.
“¿Creés que tenga algo que ver en la muerte del chino?”
“No, no estoy diciendo eso, pero se me hace muy raro que a dos semanas escasas, le maten al hermano a la viuda, y que este se parezca mucho a uno de los asesinos… Bueno, no es que se parezca, sino que la descripción coincida…”
“Mirá, no vaya a ser y estés bateando en el aire… Son un montón de chavos que se visten así…”
“Eso ya lo sé, pero lo que me intriga es que sea hermano de la mujer del chino… Eso me revuelve algo en el estómago”.
“¿Y si te equivocás?”
“Mire, abogado –dijo el detective, bajando más la voz–, a este chavalo lo buscaban para matarlo y lo que debemos preguntarnos es: ¿por qué? ¿Qué hizo para que le dieran luz verde? ¿A quien traicionó? ¿Por qué secuestrarlo, traerlo hasta esta casa, torturarlo y luego darle muerte? ¿Por qué, si solo querían matarlo, no lo ametrallaron en el lugar donde lo raptaron?”
“¿Qué sospechás?”
“Que este chavo es miembro del grupo que opera en esta zona, y creo que esta muerte es más un castigo…”
“¿Por qué?”
“Pues, tal vez porque hizo algo sin la aprobación de los jefes… Esta muerte tiene un sentido claro…”
“Eso me parece lógico, pero, ¿y el amigo? Dicen que siempre estaban juntos…”
“Eso lo vamos a saber cuándo regresen mis compañeros”.
“En concreto, ¿qué es lo que sospechás?”
“Déjeme confirmar mi hipótesis, abogado, y se lo voy a decir…”
Regreso
Cuando el carro de la Morgue llegó a la escena, los detectives regresaron con algunas noticias.
“El ‘Flaco’ no está en su casa; es más, dice su mamá que no durmió allí anoche…”
“¿Sabe dónde encontrarlo?”
“No, pero dice algo más. A eso de las tres o cuatro de la mañana, varios muchachos fueron a buscarlo a su casa, rompieron la puerta principal y entraron a la fuerza. Lo buscaban y, en opinión de la señora, no lo querían para nada bueno”.
El detective sonrió para sí. El fiscal se acomodó una hebra de cabello.
“¿Sabe la señora que mataron al mejor amigo de su hijo?”
“Sí, ya lo sabe… Aquí las noticias vuelan. Y por eso está horrorizada… Cree que le van a matar a su hijo”.
“¿Dice por qué se lo van a matar, o por qué se lo quieren matar?”
“Pues, lo que ella dice es que siempre le aconsejó que no se metiera en malas cosas, que dejara las gavillas y los malos pasos, pero que nunca le hizo caso…”
En ese momento sonó un teléfono celular, el detective miró la pantalla, hizo un gesto y se retiró unos pasos.
“Aló” –dijo.
“El ‘Flaco” está en ‘Las Brisas’… En una casa de dos pisos que está…”
El detective colgó, llamó a sus compañeros y al fiscal, y les dijo:
“Ya nada tenemos que hacer aquí”.
“¿Qué pasó?” –preguntó el fiscal.
“Me llamó un informante y me dijo dónde está el “Flaco”, escondido, pero necesito que usted nos autorice entrar a la casa… No podemos perder más tiempo. Si no lo agarramos nosotros, lo van a matar sus compañeros y no vamos a resolver el caso… los casos”.
El fiscal no dudó un instante.
El “Flaco”
Dos patrullas de la Policía se detuvieron en la calle de tierra frente a la casa, los detectives tocaron la puerta y una voz áspera les contestó desde adentro.
“Buscamos al “Flaco”… Somos de la Policía”.
La voz del detective resonó en la sala.
“Aquí no hay nadie al que le digan el flaco”.
“Señora, o nos abre la puerta, o la abrimos nosotros… Tenemos una orden”.
La mujer, una señora gorda, ya entrada en años, dudó un momento. Dos muchachas y varios niños se acercaron a ella. Luego, salió un señor y dos muchachos más.
“Decile al “Flaco” que baje –dijo el hombre–; no quiero problemas con la Policía”.
“Señor, abra la puerta” –le dijo el detective.
“¿Para qué si ya va a salir?”
“¡Qué abra la puerta, señor!”
El hombre obedeció.
Varios detectives y algunos policías entraron a la sala amplia y alta. En la grada apareció un muchacho nervioso, de unos diecinueve años, alto, delgado y con ojos asustados que les dijo:
“Yo soy el “Flaco”… ¿Para qué me buscan?”
“¿Dónde tenés la pistola?”
Varios fusiles le apuntaron a la cabeza. El “Flaco” tembló, se levantó la falda de la camiseta y mostró en la cintura una pistola de nueve milímetros.
“¡Levantá las manos!”
El muchacho obedeció.
“Yo no he hecho nada” –dijo.
“¿Sabías que mataron a tu amigo?”
El “Flaco” abrió la boca.
“Y a vos te andan buscando para matarte… Y vos lo sabías bien, ¿verdad?, por eso te escondiste aquí”.
“Yo no quería, señor, yo no quería”.
“¿Qué es lo que no querías? ¿No querías matar al chino?”
El “Flaco” empezó a llorar.
“Sí” –murmuró.
“Pero a tu amigo ya le habían pagado para que lo matara, ¿verdad?”
“Sí, y me dijo que lo acompañara…”
“Y los jefes del grupo de ustedes no les dieron permiso para matar al chino, ¿verdad?”
“No, nadie sabía nada…”
“Pero se supo que fueron ustedes y por eso les dieron luz verde, por eso los buscan para matarlos…”
El detective hizo una pausa.
“Bueno, a tu amigo ya lo mataron. Solo quedás vos”.
El muchacho temblaba y, con los brazos arriba, se orinó en los pantalones.
“Solo te voy a hacer una pregunta –le dijo el detective, sin dejar de apuntarle a la cabeza–, y si me decís la verdad, te vamos a ayudar”.
En la sala, todo el mundo estaba a la expectativa.
“Dígame” –musitó.
“¿Quién le pagó a tu amigo para que matara al chino?”
El “Flaco” dudó un momento.
“¿No me vas a decir o es que no sabés?”
El “Flaco” tragó una buena porción de saliva.
“No sé” –dijo a media voz.
“Vaya, pues –le dijo el detective, guardando la pistola–, ya que no querés colaborar con nosotros, ahí te vamos a dejar para que te encuentren tus compañeros. A ellos sí les vas a decir quién les pagó para asesinar al chino…”
El “Flaco” no dijo nada.
“¡Ah! –exclamó el detective–, y allí te dejamos la pistola, para que te defendás cuando vengan aquí por vos… A estas alturas, estoy seguro de que solo están esperando que nosotros nos vayamos para sacarte de aquí del pelo… ¡Y ya sabés lo que te espera!”
El “Flaco” dio un grito.
“¡Fue la hermana” ¡Fue Xiomara! Nos dio mil quinientos a cada uno… ¡Fue ella! Dijo que ya no aguantaba al chino porque se seguía viendo con el papá del niño y que si el chino se moría ella se iba a quedar con el negocio y con unos dólares que el chino tenía en el banco… y que de eso nos iba a dar cien dólares a cada uno”.
Dos detectives agarraron al “Flaco” de los brazos, sacaron la pistola de su cintura, y lo esposaron. El fiscal le leyó sus derechos.
“Vayan por la mujer –dijo–. Vayan a traerla…”
Nota final
El “Flaco” espera juicio en una cárcel de máxima seguridad. Xiomara vive en algún lugar de México. Luego de que Medicina Forense levantó el cuerpo de su hermano, ella regresó a su casa, cogió algunas cosas de valor, y llevó a su hijo a la casa del padre.
Los detectives confirmaron que había vaciado las cuentas de su esposo, más de trescientos mil dólares que le habían prestado para expandir su negocio. Ahora no solo la DNIC e Interpol la buscan… Los otros no la quieren para llevarla ante la justicia, por supuesto… Dice el detective que él es el más estúpido de todos los investigadores de homicidios. Tuvo a la autora intelectual de la muerte del chino en sus manos y la dejó escapar…
“Por desgracia –agrega–, no soy adivino”.