TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.
Nota inicial. Decía mi padre, que en paz descanse, que es de gente bien nacida agradecer siempre el bien recibido, y que nunca, jamás, se paga un favor por más que se hagan mil favores en correspondencia al que nos hicieron. Y yo aprendí de mi padre, que aprendió del suyo, a mostrar agradecimiento, “que es la más grande y noble de las virtudes humanas”.
“Maldito de Dios sea el mal agradecido -me decía-, sencillamente, porque el que nos hace un bien, lo hace movido por el amor, por la buena voluntad o por el afán de servir sin esperar nada a cambio; y maldito de Dios debe ser aquel que muerde la mano que le dio de comer”.
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En este largo camino que he recorrido bajo la sombra de diario EL HERALDO, escribiendo esta sección, he tenido amigos y amigas que me han tendido su mano y que son, en realidad, quienes han impulsado a Carmilla Wyler desde las páginas del diario, por lo cual, en estas sencillas líneas quiero agradecerles su apoyo, su confianza y su interés en que esta sección sea un éxito.
Y entre los muchos hombres y mujeres que me han ayudado, deseo destacar el apoyo de Pablo Rodríguez Merlo, oficial superior de Policía, un lector fiel que por años y años ha sido adicto a diario EL HERALDO y a Selección de Grandes Crímenes, y quien me dio este caso, entre varios más, para que lo ponga en manos de los lectores.
Cuerpo
Don Martín estaba muerto. Cuando lo encontraron tenía entre ocho y diez horas de haber fallecido. Estaba tirado boca abajo, con la cara sobre un charco de sangre coagulada sobre la que revoloteaban las moscas de la mañana. Tenía una herida grotesca en la parte de atrás de la cabeza, la que había sangrado mucho; sin embargo, como dijo el forense, no era una herida mortal. Fue el primer golpe con que lo redujeron a la impotencia. Lo mataron las casi treinta y cinco heridas de cuchillo que tenía en la espalda. Seguramente no sintió la muerte.
Estaba tendido en la línea del cerco que separaba un potrero de otro. Aquel era un camino real que cruzaba varias propiedades, y que servía a todo el mundo. Por ahí pasaba don Martín para llegar a su casa cuando iba a la aldea a tomarse unos cuantos tragos de puro guaro.
Don Martín era muy querido en la zona. No se metía con nadie, trabajaba su propia tierra, cuidaba su ganado y comerciaba granos y verduras con los coyotes que llegaban desde Tegucigalpa y El Salvador. Vivía en paz con todo el mundo, y, aparte de su trabajo, cuidaba con esmero a sus hijas, las cuatro niñas que había tenido con su esposa en veinte años de matrimonio. Y, por supuesto, era celoso con ellas, de la misma forma en que es celoso el padre que desea el mejor compañero para sus hijas.
Pero ahora estaba muerto. Lo mataron con saña. Aparte de la herida en la cabeza, lo apuñalaron treinta y cinco veces.
“Lo esperaban -dijo el agente de la DPI a cargo del caso-; los asesinos se emboscaron cerca del falso del cerco y, cuando el señor se agachó para quitarlo, y pasar, le dieron el primer golpe. Caído en el suelo, lo atacaron con cuchillos. Por la forma de las heridas, fueron dos cuchillos los que usaron para asesinarlo. Uno dejó heridas anchas; el otro más delgadas... Por esto podemos suponer que fueron dos los asesinos de don Martín”.
“¿Pero por qué lo mataron? -preguntó el juez de paz-. Don Martín no tenía enemigos, y no era la primera vez que pasaba por este camino para llegar a su propiedad...”“Pues por la forma en que lo mataron, los asesinos tenían algo contra él; lo mataron con ira, como si se vengaran de algún agravio que les hubiera hecho la víctima...”El juez de paz se quitó el sombrero y se rascó la cabeza.
“¿Pero quién, o quiénes, pudieron hacer esto? Aquí todos nos conocemos y todos somos amigos y buenos vecinos”.
“Es posible que don Martín haya hecho algo, y alguien se vengó por eso”.
“Conozco a este hombre desde hace cincuenta años -replicó el juez de paz-, nos criamos juntos en estos llanos, y nunca, óigalo bien, nunca, se metió a problemas con nadie, a pesar de que siempre fue un hombre serio, de pocas palabras y con pocos o escasos amigos. Por eso se me hace imposible que haya hecho algo malo y que le haya hecho merecer esta muerte tan horrible...”
“Lo entiendo bien, señor -le dijo el agente-, pero, esta muerte es demasiado violenta, fue planificada, y la ejecutaron con cólera...”
“Pues, no sé, señor... Ustedes son los que saben”.
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DPI
Un día, le pregunté al general Orlin Javier Cerrato Cruz que si no hubiera sido policía, qué le hubiera gustado ser. Y su respuesta fue rápida y definitiva:
“Me hubiera gustado ser policía” -me dijo; y como él, miles más escogieron esta profesión para servir, proteger y salvar, que son los tres pilares en los que descansa la noble labor del policía. Por supuesto, de todo hay en la viña del Señor, y en la Policía Nacional hay, también, personas indignas de lucir el uniforme.
“Es la verdad -dice el general Sabillón, ahora ministro de Seguridad-, tenemos gente perversa en la Policía Nacional, pero hay más hombres buenos, mujeres buenas, que aman esta profesión y que sirven a la sociedad, aún a costa de grandes sacrificios”.
Y entre estos, están los agentes de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) que tomaron el caso de don Martín como un reto.
“Teníamos que resolverlo -dice el agente a cargo de la investigación-; estábamos obligados a encontrar a los asesinos, porque desde el primer momento supimos que había más de uno en este crimen, y decidimos quedarnos en la aldea hasta que encontráramos la forma de resolver el misterio. No lo hacemos para que nos aplaudan, ni para que nos den premios; lo hacemos porque es nuestro deber, porque es el trabajo que escogimos, y porque juramos un día enfrentarnos al delito y a los criminales en nombre de la justicia y de la seguridad de las personas, aunque nadie agradezca nada. Y aquella muerte nos pareció injusta, aunque no sabría decirle si hay alguna muerte justa. Mataron a aquel señor por la espalda, sin darle la oportunidad de defenderse, y eso solo lo hacen criminales empedernidos, gente vengativa, colérica, sin principios ni respeto por la vida humana, y nosotros teníamos que hacerle justicia a este señor”.
El agente hace una pausa, bebe un poco de agua, y agrega, mientras se acomoda en su silla.
“Tal vez tenga problemas por lo que le digo, Carmilla -me dijo-, pero, es la verdad. Nuestras autoridades han sido lentas para profesionalizar la DPI; tenemos excelente personal, un buen laboratorio, gente capaz y que juntos podemos hacer de la DPI una de las mejores policías de investigación científica de América Latina, pero, algunos de nuestros viejos jefes se dieron a la tarea de vegetar, olvidándose de la verdadera investigación criminal. Lo peor es que ahora nos ponen de jefes a una viceministra que es más lo que inventa que lo que realmente sabe, y a un viceministro que nunca abre la boca, aunque también fue policía de investigación en otro tiempo; un muy mal policía de investigación”.
Hace otra pausa.
“Mire este caso -añadió, después de unos segundos-; un hombre muerto a traición, uno o dos asesinos con motivos realmente absurdos, aunque no hay un motivo especial para quitarle la vida a alguien; una familia destrozada, cuatro hijas huérfanas... ¿Es justo eso? ¿Debemos quedarnos de brazos cruzados ante un crimen como este? ¡No! ¡Ni ante este crimen, ni ante ningún crimen, porque el delincuente debe terminar en la cárcel, y es nuestro deber ponerlos a la orden de la justicia!”
Calló de nuevo, para calmar sus ánimos, y al final de la pausa, dijo:
“Don Martín estaba muerto, y nosotros teníamos que encontrar al criminal... Allí mismo, en la escena del crimen, encontramos algunos indicios que nos iban a ayudar a resolver el caso. Había llovido, el camino real era arcilloso, y en la parte de atrás de un arbusto, cerca del falso por el que tenía que pasar don Martín, había huellas de botas; pero, eran huellas planas, por lo que dedujimos que eran botas de hule. Uno de mis muchachos se agachó para ver mejor, y vio que en algunas partes se notaban las marcas de la orilla de la plantilla, o sea, las rayitas, si se les puede llamar así, de las botas, que se marcan bien cuando son nuevas, pero era solo en una parte, por lo que el agente me dijo que eran botas demasiado usadas, viejas ya; y de estas huellas habían unas más pequeñas que las otras, lo que significaba que uno de los hombres calzaba un número mayor que el otro...”
Pistas
“Tenemos algo -dijo uno de los investigadores-, y es que son dos los asesinos, usaron dos cuchillos, aparte del machete con el que le hirieron la cabeza a la víctima, y sabemos que uno es más joven que el otro, o al menos, que uno es de menor estatura. Además, por las heridas podemos decir que son jóvenes y fuertes, ya que las heridas son profundas y rectas, lo que nos dice que fueron hechas con fuerza, aparte de la ira que los impulsaba...”
“Y tenemos un dato más -dijo el agente a cargo del caso-, los asesinos no son de esta zona; son gente que vino de afuera... Esto, porque sabemos que don Martín no tenía enemigos ni le hacía mal a nadie... Así que empecemos la investigación por la cantina, que fue el último lugar donde estuvo la víctima la noche de su muerte”.
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA
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