SERIE 2/2
Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres.
VEA: Lecciones de un crimen (Parte I)
Resumen
A unos doscientos metros de su casa, en una aldea de Goascorán, cerca de la frontera con El Salvador, encuentran a una mujer muerta. La mataron de una sola cuchillada en el estómago. Los detectives de la DNIC están en un callejón sin salida hasta que uno de ellos nota algo en el rostro de la víctima, la huella de una mano… y siente que con eso puede resolver el misterio.
Introducción
“Doctor –dijo el detective–, esta muerte fue bien planificada, y fue una muerte cruel; la ejecutó alguien con odio, o sea, que odiaba a la mujer y quería vengarse de ella…”
“¿Por qué?”
“Eso es lo que vamos a averiguar”.
Pasó un minuto largo y silencioso.
“Hay dos detalles especiales en estas marcas” –añadió, al final, el detective.
“¿Cuáles son?”
“Primero, el asesino es zurdo… Apretó la cara de la mujer con la mano izquierda…”
“¿Y el segundo detalle?”
El detective sonrió de nuevo, le brillaban los ojos y se notaba satisfecho, miró a sus compañeros, vio al doctor, que esperaba con aburrimiento sus palabras, y dijo, levantando la voz con acento triunfal:
“El segundo es el detalle que nos va a ayudar a identificar al asesino”.
Tesis
¿Cuál era el segundo detalle que hacía sonreír confiado al detective?
“Mire los detalles de este caso –dice el detective, hojeando el expediente que tiene frente a él, a un lado de su taza de café ya frío–: La última llamada que esta mujer recibió y contestó fue de su marido que está en Estados Unidos. La llamó pocos minutos antes de las doce de la noche. En el vaciado telefónico que hicimos vemos que el marido y ella siempre hablaban temprano, entre las cinco y las nueve de la noche, hora de Honduras. Era una especie de patrón. Se puede comprobar con el registro de llamadas. Pero esa noche en especial la llamó varias veces, y las llamadas fueron cortas, sobre todo la última, como si solo hubiera llamado para decirle algo corto como un “Buenas noches” o un “Te quiero”, algo así”.
El policía hace una pausa, dibuja un círculo con lápiz rojo sobre una lista de detalles enumerados, y agrega, después de sorber un poco de café:
“Ese día el marido le habló más veces de lo normal, casi el doble. ¿Por qué? Pues, esa fue la pregunta que me hice cuando vi la insistencia en las llamadas. No creo que hayan estado enojados, o que el marido le hiciera algún tipo de reclamo a la muchacha porque esta estuvo tranquila y serena todo el día, no hizo nada anormal, no mostró otra conducta que la de todos los días, al final les hizo cena a sus papás, les sirvió y se quedó viendo televisión… Esa fue la última vez que la vieron con vida… Pero salió antes de medianoche, sin miedo de ningún tipo, tal vez porque conocía bien el lugar, y en este lugar no hay peligros, o porque estaba citada con alguien, y no tenía nada qué temer, pero, ¿por qué una cita en aquel lugar? ¿Es que la mujer tenía un amante? Para un policía todo es posible y debemos valorar cada detalle sospechoso o cada posibilidad, y a mí se me metió entre ceja y ceja que la mujer escondía algo, que tenía un secreto y que tal vez por ahí le vino la muerte, pero, ¿de parte de quién?”.
Detalles
Una de las cosas que llamó la atención del investigador fue que la mujer estuviera tan lejos de su casa. Si tenía un amante no era, seguramente, algo nuevo, y no parecía ni lógico ni romántico verse con él a tal distancia de la casa y menos en aquel lugar inhóspito, pedregoso, con escasos árboles, a la orilla del agua y transitado, aunque era de madrugada y estaba solitario en aquel momento. Otro detalle era la forma de su muerte: una sola cuchillada en el estómago, una forma cruel de matar a alguien, por dolorosa y rápida y porque no da oportunidad para nada. Es mortal en un cien por ciento. Además, el médico dijo que le cortó la vena cava y la hemorragia fue severa y mortal también.
Por otra parte, el asesino usó un cuchillo nuevo, virgen podemos decir, que compró solo para cometer el crimen. Este crimen era un asesinato, por su planificación y ejecución. Y un asesinato espera un tiempo, imagina una y mil veces, se planifica, se calculan los movimientos, se estudian los detalles y se ejecuta de acuerdo a un guión, estando casi completamente seguro del resultado. Además, se tiene una coartada que aleja a la Policía del sospechoso.
Ahora bien, el detective, confundido al inicio, no tenía pistas para armar el caso, hasta que notó dos detalles en las huellas que el posible asesino dejó en el rostro de su víctima. La primera, que era zurdo, o al menos usó la mano izquierda para apretar el rostro, y si hizo esto con esa mano, debió ser la misma con la que manipuló el cuchillo para herirla de muerte. Fue en este momento en que se manchó con la sangre de la vena cava inferior, que saltó por la herida… En conclusión, el asesino era zurdo.
¿Cuántos hombres zurdos conocía aquella mujer? Era cosa de averiguar un poco.
Entrevistas
Cuando los detectives de homicidios regresaron a Tegucigalpa traían alguna información valiosa. Para empezar, ningún conocido, alrededor de la mujer, era zurdo.
En cuanto al amante, novio o pretendiente, era un muchacho de veinticinco años que dijo que estaba a la orden de la Policía para lo que quisieran investigar.
Dijo que la mujer “le llamaba la atención”, pero que no habían llegado más lejos de la amistad. El problema era que la gente hablaba más de la cuenta.
“¿Sospecha de alguien? ¿Sabe usted de alguna persona que quisiera matar a la muchacha? ¿Tenía enemigos?”
“No –dijo el hombre–; no sé nada. Ella nunca me dijo nada de eso”.
“¿Platicaba bastante con ella?”
“Algunas veces sí…”
“Sabe usted si el esposo se dio cuenta de que la mujer tenía un pretendiente?”
“Mire, aquí la gente habla demasiado y estoy seguro de que algo le dijeron al hombre”.
“¿Sabe si él le reclamó?”
“Lo único que me dijo es que él le había dicho que se cuidara y que no diera de qué hablar; que él confiaba en ella”.
Más
La abuela de la muchacha dijo que el esposo estaba enojado con ella y que la había amenazado con quitarle el dinero si se daba cuenta de que ella andaba con otro hombre.
“¿Ella tenía el dinero del marido?” –le preguntó un detective.
“Ella lo guardaba para cuando regresara”.
“¿Sabe si ella lo malgastaba?”
“No, siempre fue bien cuidadosa con lo que él le mandaba para que ahorraran”.
Los detectives comprobaron las palabras de la anciana. Las cuentas estaban intactas.
El detective
“Al principio sospeché del esposo –dice el detective–, porque imaginé que al darse cuenta de que su esposa le pagaba mal él pagó para que la mataran y hasta llegué a creer que él mismo había venido a cobrarse la traición, esto, por las llamadas insistentes de ese día, pero comprobamos que las llamadas que hizo, salieron de Los Ángeles, California, y hasta allá le llegó la noticia de la muerte de su mujer”.
Entonces, ¿quedaban algunas preguntas sin responder? ¿Quién mató a la mujer? ¿Por qué la mataron? ¿Qué había hecho ella para que la odiaran tanto y la mataran de aquella manera? Y, ¿por qué salió de su casa a aquella hora y caminó casi doscientos metros? ¿Con quien quedó de verse?
“Yo estuve en mi trabajo toda la noche –dijo el pretendiente–; estaba pescando larvas de camarón”.
Esto lo comprobaron fácilmente los detectives. El muchacho hacía aquel trabajo desde hacía mucho tiempo.
¿Entonces?
Pasaron dos semanas después del crimen y, como en casi todos los casos, este se fue estancando. Los detectives estaban en un callejón sin salida, no había más sospechosos a los qué investigar y el manto de la impunidad empezó a cubrir aquella muerte.
“Era una mujer joven y bonita –dice el detective–, y, de alguna forma, me molestaba que el criminal anduviera por ahí, libre, riéndose de su víctima y de la justicia. Pero no podíamos hacer nada más. Las investigaciones se estancaron y nadie dijo o agregó algo que nos ayudara a resolver el caso”.
Llamada
Pero una tarde, el detective, después de quemarse la lengua con café caliente, se puso de pie detrás de su escritorio, en su oficina, y dijo:
“¡Algo se nos pasó por alto!”
“¿¿Algo de qué?” –le preguntó uno de sus compañeros.
“En el caso de la mujer que mataron con el cuchillo…”
“¿La de Goascorán?”
“Esa”.
“¿Qué es?”
“¿Entrevistamos a todos los que la conocían?
“Sí”.
“¿Estamos seguros de eso?”
“Bueno, al menos entrevistamos a todas las personas que estaban cerca de ella…”
“He revisado el expediente una y otra vez y me detengo en el detalle del hombre zurdo…”
“Sí, y en dos semanas no nos has dicho cuál era el segundo detalle”.
“Porque estaba tratando de identificar a alguien con esas características, pero no apareció nadie…”
“Y, ¿cuál es ese detalle?”
“El asesino es zurdo, ¿verdad?”
“Se supone”.
El detective sacó varias fotografías de una gaveta de su escritorio.
“¿Ves las marcas de la mano?”
“Sí”.
“¿Qué ves?”
“No te entiendo”.
“Fijate bien”.
Unos segundos después, el detective levantó la mirada.
“¿Ya?” –le preguntó su compañero.
“Tiene los dedos de la mano mutilados”.
“O, al menos los tiene iguales”.
En la fotografía se notaba la huella de los dedos sobre el cachete; las puntas estaban en línea, juntos, como si todos fueran del tamaño del dedo meñique.
“A nadie le preguntamos si conocen a alguien con ese defecto”.
“No, a nadie”.
“Bueno, es hora de regresar a Goascorán”.
El padre
Era una tarde soleada, calurosa y polvorienta. La casa estaba triste, el anciano se mecía en una hamaca raída mientras un perro se rascaba cerca de él. Cuando vio llegar a los detectives, el animal gruñó, llamando la atención de su dueño.
“¿Regresaron?” –les dijo el señor, a manera de saludo.
“Solo queremos hablar unas cosas con usted –le dijo el detective.
“Ustedes dirán”.
Pasaron unos segundos mientras la esposa del anciano sacaba unos taburetes.
“Señor –añadió el detective–, ¿usted conoce a algún hombre que haya perdido los dedos de la mano en algún accidente, los dedos de la mano izquierda?”
El hombre se quedó pensando unos momentos.
“No, señor –dijo–; no conozco a ningún hombre así…”
“¿Está seguro?”
¿Por qué me lo pregunta?”
“Porque un hombre que tiene cortadas las puntas de los dedos de la mano izquierda fue el que mató a su hija”.
El anciano abrió la boca para decir algo, pero las palabras se atoraron en su garganta.
“No sé de ningún hombre así, señor, pero sí conozco a una mujer que se cortó tres dedos de la mano izquierda cortando un ocote para el fuego”.
Los detectives se pusieron de pie al mismo tiempo.
“¿Cómo se llama?”
“Dora”.
“¿Dónde vive?”
“Cerca de aquí, por Agua Fría”.
“¿Usted conoce la casa?”
“Sí, y la conozco a ella; es la esposa del muchacho que decían que pretendía a mi hija”.
“¿Puede llevarnos?”
“Claro que sí”.
Casa
No tardaron en llegar a la casa de bahareque y ladrillo en la que vivía Dora. En el corredor, desgranando maíz, estaba el esposo.
“Queremos hablar con Dora –le dijo el detective, después de saludarlo–, su esposa”.
“¿Para qué?”
“Ya va a ver para qué… ¿Dónde está ella?”
“Pues, ahorita debe estar en México… Se fue para Estados Unidos con un coyote”.
“¿Cuándo se fue?”
“Hace nueve días”.
“¿Tiene el número de teléfono de ella?”
“Sí”.
“Démelo”.
El hombre le dio el número.
“¿Para qué la buscan?”
“Su mujer se cortó los dedos de la mano izquierda con un machete, ¿verdad?”
“Sí, hace como dos años; estaba cortando leña…”
“¿Cuántas veces le reclamó ella por su relación con la muchacha de Goascorán?”
“Siempre me hacía pleito por eso… Se le había metido que yo la iba a dejar por ella, pero no…”
“Bueno, pues por eso fue que su esposa mató a la muchacha… Solo queremos saber cómo hizo para citarla”.
El hombre se quedó con la boca abierta.
“Dígame una cosa –añadió el detective–, ¿su esposa y el marido de la muchacha muerta se conocían?”
“Sí, son primos hermanos, hijitos de dos hermanos…”
“¿Se comunicaban entre ellos?”
“Sí… siempre hablaban”.
Nota final
El detective cree que Dora le dijo a su primo que la esposa lo engañaba con su marido, y entre los dos planificaron matarla. Es posible que la llamada que le hizo el esposo antes de medianoche a la víctima fuera para decirle que “ya la estaban esperando”. Probablemente él la llamó para decirle que le mandaba un mensaje urgente con alguien que no debía ser visto por nadie. La mujer celosa y el esposo traicionado se unieron para asesinar a la mujer. Tal vez algún día se pueda confirmar esta hipótesis. Por lo pronto, el detective espera que Dios haga justicia