Convirtió la irresponsabilidad provocativa no en una ética, sino en una estética. Y exhibió en su obra todas las circunstancias íntimas de su vida y pensamiento.
Con un talento místico, extremadamente imaginativo y con una notable tendencia al narcisismo y la megalomanía, Salvador Dalí se consagró como uno de los mayores pintores del siglo XX.
El artista que logró forjar un estilo personal y reconocible, muy ecléctico y que “vampirizó” innovaciones ajenas, era un experto dibujante y sus habilidades pictóricas se suelen atribuir a la influencia y admiración por el arte renacentista. Una de sus obras más célebres es “La persistencia de la memoria”, el famoso cuadro de los relojes blandos, realizado en 1931.
Cuando se rememoran el 23 de enero, los 25 años de la muerte del célebre pintor y escritor español, considerado uno de los máximos representantes del surrealismo, hacemos un recorrido por su obra y recordamos que su grandeza también fue admirada por Honduras en 2012,
cuando la exposición “‘La divina comedia’ ilustrada por Salvador Dalí” se estacionó durante varias semanas en las instalaciones del Museo para la Identidad Nacional (MIN).
UN ARTISTA COMPLETO
Dalí, bautizado como Salvador Felipe Jacinto Dalí i Domènech, marqués de Dalí de Púbol, nació en Figueres, Gerona, el 11 de mayo de 1904 en el seno de una familia burguesa, hijo de un notario y de una sensible dama aficionada a los pájaros.
En una de sus autobiografías relató que “a los tres años quería ser cocinero. A los cinco quería ser Napoleón. Mi ambición no ha hecho más que crecer y ahora es la de llegar a ser Salvador Dalí y nada más. Por otra parte, esto es muy difícil, ya que, a medida que me acerco a Salvador Dalí, él se aleja de mí”.
Y ya que el hecho de perseguir ese objetivo sería incesante y éste no habría de alcanzarse nunca y, dado que en ningún recodo de su biografía estaba previsto que hallara el equilibrio y la paz, decidió ser excesivo en todo, interpretar numerosos personajes y sublimar su angustia en una pluralidad de delirios humorísticos y sórdidos.
Se definió a sí mismo como “perverso polimorfo, rezagado y anarquizante”, “blando, débil y repulsivo”, aunque para conquistar esta laboriosa imagen publicitaria antes sorteó varios obstáculos y si el juego favorito de su primera infancia era vestir el traje de rey, a sus diez años se pinta como “el niño enfermo”, explora las ventajas de aparentar una constitución frágil y nerviosa.
Tenía una sorprendente precocidad, a los doce años descubre el estilo de los impresionistas franceses y se hace impresionista, a los catorce conoció el arte de Picasso y se hizo cubista y a los quince se convirtió en editor de la revista Studium, donde dibuja brillantes pastiches para la sección titulada “Los grandes maestros de la pintura”.
Era multifacético y excéntrico. En 1919 entró en la Academia de Bellas Artes de Madrid y se hizo amigo de Federico García Lorca y del futuro cineasta surrealista Luis Buñuel, de quien se distanció irreversiblemente en 1930.
En la capital adopta un extraordinario atuendo: lleva los cabellos largos, una corbata desproporcionadamente grande y una capa que arrastra hasta los pies. A veces luce una camisa azul cielo, adornada con gemelos de zafiro, se sujeta el pelo con una redecilla y lo lustra con barniz para óleo. Es difícil que su presencia pase desapercibida.
Luego viaja a París, donde se une al movimiento surrealista del poeta André Breton, quien después lo expulsa por “coquetear con el fascismo”.
Más tarde, en 1929, conoce a Gala, la mujer de su vida y la musa con quien gozaría por primera vez de las mieles del erotismo.
“Amo a Gala más que a mi madre, más que a mi padre, más que a Picasso y más, incluso, que al dinero”, dijo en una ocasión.
Vivió con tristeza en 1936 el infame asesinato de su amigo Federico García Lorca, durante la atroz guerra civil española, un crimen que conmocionó a la opinión pública internacional. Dalí escribió: “Lorca tenía personalidad para dar y vender, la suficiente para ser fusilado, antes que cualquier otro, por cualquier español”.
Volvió a España en 1948, fijando su residencia de nuevo en Port Lligat y hallando en el régimen del general Franco toda suerte de facilidades.
Durante los años setenta, Dalí, que había declarado que la pintura era “una fotografía hecha a mano”, fue el avalador del estilo hiperrealista internacional que, saliendo de su paleta, no resultó menos inquietante que su prolija indagación anterior sobre el ilimitado y equívoco universo onírico.
A su muerte en 1989, tras una larga agonía, el controvertido pintor, en su testamento, legó gran parte de su patrimonio al Estado español, provocando nuevas polémicas.
Su longeva existencia, tercamente consagrada a torturar la materia y los lienzos con los frutos más perversos de su feraz imaginación, se mantuvo igualmente fiel a un paisaje deslumbrante de su infancia.
EXPOSICIONES
En vida del artista se fundó un Museo Dalí en Figueres; ese extraño monumento a su egolatría es uno de los museos más visitados de España.
Hoy su obra es una de las más admiradas no solo en su país natal sino en todo el mundo. La fascinación por Dalí es imparable desde que él mismo hiciera de su personaje su gran obra maestra.
En 2013 rompió todas las previsiones en el Pompidou parisino (790,090 personas en cuatro meses) y repitió la hazaña en el museo Reina Sofía (730,339 entradas). Un récord absoluto de visitantes para los dos museos. La exposición “Dalí, todas las sugestiones poéticas y todas las posibilidades plásticas”, arrasó desde el momento de su inauguración.
Y la Fundación Gala-Salvador Dalí, con sede en Figueres y Cadaqués, sigue siendo el museo privado más visitado de España y uno de los más conocidos en todo el mundo.
Las visitas a su obra son tan impresionantes que, como retrata un artículo publicado por diario El País, de España, “Si Salvador Dalí volviera de entre los muertos se frotaría las manos de puro gusto, de no ser porque ‘ese gesto abominable’ le resultaba ‘típicamente antidaliniano”’. Así lo sentenció en su “Diario de un genio” (Tusquets), recuento de aquellos inmodestos veranos pasados con Gala hace medio siglo en Port Lligat (Girona).
El libro es una joya con perlas como esta: “Por primera vez después de por lo menos un año, contemplo el cielo estrellado. Lo encuentro pequeño. ¿Seré yo el que crece o es el universo el que encoge? ¿O las dos cosas a la vez?”.
“Es un creador que llena la obra de arte de referencias de sexo culpable y la plantea como un objeto de deseo. Sus pinturas rebosan morbo, y el morbo vende”, dijo Manuel Borja-Villel, director del museo Reina Sofía.
Según el filósofo José Luis Pardo, “Dalí se dedicó a representar el mundo onírico del inconsciente surrealista sin abandonar las convenciones de la figuración.
Esto último le asegura la inteligibilidad. Lo primero le proporcionaba la dosis justa de escándalo. El fenómeno es curioso; la gente acude a escandalizarse de algo que uno ya sabe de antemano que le va a escandalizar, y cómo”.
DALí EN HONDURAS
Honduras también se sumó a la fiebre que desata el pintor en todo el mundo.
En 2012, el MIN exhibió “‘La divina comedia’ ilustrada por Dalí”, una colección de 100 piezas impresas en papel sobre madera que ha recorrido el mundo.
La historia de la muestra inicia cuando el gobierno de Italia encargó a Salvador Dalí una serie de acuarelas para ilustrar el inmortal poema de Dante, con motivo de los 700 años del nacimiento del escritor italiano, autor de “La divina comedia”.
El pintor español pintó más de cien acuarelas, sin embargo, el proyecto fue suspendido solo porque Dalí no era italiano.
Los 100 grabados se realizaron sobre madera de 25.5 x 17.5 cm de plancha, en un formato de 33 x 26 cm de papel. La firma de Dalí fue hecha en plancha.
En la muestra se presenta la descomposición de acuarelas en el proceso xilográfico y se observan las numerosas impresiones de diferentes colores que fueron necesarias para completar la imagen final.
Y a una semana de celebrarse un cuarto de siglo de su muerte, la Fundación Gala-Salvador Dalí acaba de adquirir una nueva obra surrealista del pintor. Se trata de un óleo sobre madera de 1933 titulado “Carreta fantasma”, que fue comprado a un coleccionista particular.
Es “una de las dos obras más importantes que se han comprado en los últimos años”, manifestó Antoni Pitxot, director del Teatro-Museo Dalí.
La pintura, influenciada por los clásicos flamencos, fue parte de la colección de Edward James (1907-1984), poeta inglés, conocido por ser un ferviente defensor del surrealismo, que fue mecenas de Dalí entre 1936-1939, así como de René Magritte.
“Carreta fantasma” se incorpora a unos fondos que se han ido ampliando desde 1991, con más de 300 piezas, 11 de ellas de la época surrealista. Integran así la más grande antológica del artista ampurdanés, ubicada en su ciudad natal.
El cuadro está lleno de simbolismo, y según el director del Teatro-Museo Dalí, “transporta toda la adolescencia del genio hacia su destino”. Y “es una pieza única pintada con una pulcritud y una capacidad técnica y pictórica difícil de encontrar en el siglo XX”.