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'¡Ese hombre es mío, mío, mío...!”

10.10.2015

Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres y se han omitido algunos detalles a petición de las fuentes.

DENUNCIA. Poco después de las nueve de la mañana de un caluroso jueves en San Lorenzo, Valle, una mujer joven y de buena apariencia, fue llevada a la oficina del médico forense para que este la examinara.

Una hora hacía que la mujer estaba en las oficinas de la Dirección Nacional de Investigación Criminal, DNIC, y en todo este tiempo respondió las preguntas de los detectives que deseaban saber más detalles acerca de la denuncia que acababa de hacer.

“¿Cuándo sucedió?”

“¡Ya le dije, señor!”

“Señorita, necesito que se concentre en lo que me está diciendo. Si le pregunto de nuevo es solo para reafirmar la denuncia y trasladarla con todos los elementos al fiscal de turno para que presente el requerimiento fiscal y se ordene la captura... ¿Entiende?”

La mujer se limpió una lágrima y respondió, con un sollozo:

“Sí”.

“Bien, dígame cómo sucedió todo”.

La mujer golpeó el suelo con un zapato, apretó los dientes, molesta, y respondió, con los dientes apretados:

“Ya le dije que él me secuestró…”

“¿Dónde?”

“En Nacaome. ¡Ya se lo dije!”

“¿Qué pasó después?”

“Me obligó, bajo amenazas a subirme a su carro, y me trajo aquí, me metió a un hotel, por la fuerza, y me violó…”

“¿Qué hotel?”

La mujer contestó con un monosílabo.

“Bien… ¿Recuerda el número de habitación?”

“No, pero él se registró con su nombre…”

“Y, ¿la violó?”

“¡Toda la noche!”

“¿La golpeó?”

“¡Ay, señor! ¡Me puso a hacerle un montón de cochinadas! Y hasta me dejó llena de su… de su… ¡de su puercada!”

“¿Usted lo conocía?”

“Sí…”

Las lágrimas bañaron las mejillas de la muchacha y detuvieron las preguntas del detective.

“¡Bueno! –exclamó este, poniéndose de pie–, vamos a hablar con el fiscal de turno”.

EL FISCAL. Después de leer el informe de la DNIC y de hacer algunas preguntas por su parte, el fiscal tomó una decisión: llevar a la muchacha al médico forense.

“A estos criminales hay que encerrarlos para siempre” –dijo uno de los detectives, dándole su propio pañuelo a la mujer en el momento en que le abría la puerta de la patrulla.

La mujer se limpió las lágrimas, se limpió los mocos y miró con suprema angustia al detective. Cuando llegaron a la clínica del médico forense, se sentó a esperar mientras el fiscal del Ministerio Público hablaba con el doctor.

“Bien, señorita –le dijo una ayudante, cuando la llamaron–, desnúdese y súbase en esa camilla; y abre bien las piernas… El doctor la va a examinar”.

Antes del mediodía, dos patrullas de la DNIC y una de la Policía Nacional Preventiva entraron a Nacaome a toda velocidad. No tardaron en detenerse.

“¿Juan José Yánez? –dijo uno de los detectives, presentándose de golpe.

“¿Sí?”

“Queda usted detenido por considerarlo sospechoso de violación en perjuicio de la señorita…”

De nada sirvieron los gritos, las esposas de acero se cerraron alrededor de las muñecas de Juan José y, ante el asombro de su padre y las lágrimas de su madre, lo subieron a la patrulla.

“Estos hijitos de papi y mami solo son lloretas cuando los agarra la jura –dijo un policía–; ahora se la va a tragar toda por rigioso…”

Era la tarde limpia y llena de sol de ese jueves caluroso en la zona sur.

BODA. En el salón lucían los adornos blancos, las flores, las mesas cubiertas con manteles blancos como el algodón y en la cocina se repasaban las recetas de la comida con la que se iba a celebrar la boda. Había fuentes de tequila, de whiskey, mares de cerveza y lagos de vino; los músicos instalaban sus instrumentos y, cerca de ahí, la novia contemplaba su hermoso vestido con larga cola de seda y velo transparente. Era el día más feliz de su vida, sin embargo, sería el más triste. La DNIC acababa de capturar a su prometido y lo acusaba de haber violado a una mujer en un hotel de San Lorenzo.

“¿Quién es esa mujer?”

“Amanda Fulanita de Tal”.

“¡Pero si esa mujer era mi mejor amiga! ¿Por qué? ¿Por qué? ¡Juan!”

CÁRCEL. La granja penal de Nacaome es, hay que decirlo, un horno, y en ese horno coció su pecado Juan José por dos largos años. Su abogado defensor, Tomy Zambrano, poco pudo hacer por él en la audiencia inicial, y se resignó a que el juez enviara a su cliente al presidio hasta el día del juicio.

“Abogado, soy inocente”.

“¡Todos son inocentes! –dijo un oficial, cerca de él–. Primero meten las patas, se creen la gran cosa porque tienen dinero y cuando están hasta las orejas, son inocentes… ¡Ja! De inocentes están llenas las cárceles de Honduras!”

ALMUERZO. El abogado entró al restaurante con un portafolio en una mano, buscó con la mirada desde la puerta y alguien lo saludó levantando una mano desde una mesa lejana.

“Doctor –dijo el abogado–, gracias por venir. Como le expliqué por teléfono, necesito su ayuda… Este caso se puso difícil…”

Denis Armando Castro Bobadilla, doctor en Medicina, abogado y criminalista, experto en delitos sexuales, no contestó de inmediato.

“Por lo que me dijiste antes parece un caso complicado” –dijo, al final de una pausa.

“Y lo es, doctor”.

“Veamos”.

“Aquí está”.

Un expediente quedó ante los ojos del doctor Castro y se hizo el silencio entre los dos hombres. Las páginas del expediente pasaron despacio, una tras otra, mientras el doctor leía sin mostrar emoción alguna.

En un momento de la lectura se quitó los anteojos, se puso una gota de colirio en cada ojo, se puso los anteojos de nuevo y leyó unos minutos más. Al final, cerró el expediente, llamó a un mesero y pidió el almuerzo.

“Y me trae un vino suave que vaya bien con ese plato, por favor…”

El abogado eligió su comida en el menú, despidió al mesero, y dijo:

“¿Qué tal, doctor?”

“Yo muy bien, muchas gracias”.

“Perdón, doctor, me refería al caso… ¿Cómo lo ve?”

El doctor se quitó los lentes una vez más, los limpió con un pañuelo y los devolvió a su lugar.

“Tu cliente secuestró a la muchacha, la subió a la fuerza al carro, la llevó, en contra de su voluntad a San Lorenzo, la metió en un hotel y, durante toda una noche, la violó… ¿Es así?”

“Es lo que ella declaró, doctor”.

“Bien”.

“Mi cliente dice que las cosas no pasaron así, doctor”.

“Tu cliente va a decir lo que le conviene –respondió el doctor Castro–. La violación es un delito muy serio y, cuando menos, le esperan unos quince años en la cárcel, y en esa cárcel de Nacaome que es un horno, papaíto”.

“Él dice que es inocente, doctor. Es más, él se casaba al día siguiente de la denuncia… La boda estaba lista, pero todo quedó en nada…”

“¿Cuánto tiempo ha pasado desde la denuncia –preguntó el doctor, buscando algo en el expediente–, desde que capturaron al muchacho?”

“Vamos para dos años, doctor” –respondió el abogado.

“¡Dos años! ¡Dios santo!”

“Así es, doctor”.

“Y, ¿para cuando es el juicio?”

“En un mes, doctor”.

“Un mes… Bien. Y, ¿en qué puedo ayudarte yo?”

“Queremos que forme parte del equipo de la defensa, doctor… Seguramente usted encontrará en este caso algunos elementos que a mí se me han pasado por alto”.

“¿Queremos? ¿A quiénes te referís cuando decías: queremos?”

“A los padres del muchacho y a mí mismo, doctor…”

El doctor Castro dejó pasar unos segundos, puso el expediente a un lado, dejó que el mesero pusiera la comida frente a él y tomó un trago de vino.

“¿Qué tipo de relación existía entre el acusado y la acusadora? –preguntó, poco después.

“Se conocían, doctor…”

“¿Eran amigos, compañeros, vecinos…? ¿Qué eran? En su declaración ella dice que lo conocía, y no da más explicaciones…”

“Doctor, en estos pueblos pequeños todo el mundo se conoce…”

“¿Por qué cree la muchacha que tu cliente la eligió a ella para secuestrarla, intimidarla y violarla?”

“No dice nada de eso en sus declaraciones, doctor”.

“¿Qué clase de muchacho es tu cliente?”

“Pues, es mi cliente”.

“Entiendo”.

“Nos gustaría que trabaje con nosotros en la defensa, doctor”.

“Bueno –dijo el doctor Castro, después de una pausa–, es mi trabajo y de esto como; todo es cosa de que nos pongamos de acuerdo…”

El abogado sonrió.

“Me parece bien, doctor” –dijo.

“Bien… –suspiró el doctor Castro–. Repasemos un poco el caso. El informe del médico forense dice que encontró semen en abundancia en la vagina de la muchacha…”

“Así es, doctor”.

“También dice que encontró secreciones vaginales…”

“Sí, eso dice”.

“Y secreciones vaginales abundantes…”

“Sí”.

“También encontró saliva, orines y sudor… ¿Vamos bien?”

“Sí, doctor; eso dice el informe del forense…”

“Veo que la entrevista del forense a la muchacha se parece mucho a la que le hicieron en la DNIC y en la misma Fiscalía… Y la muchacha no se contradice en sus declaraciones… Amenazas, secuestro, traslado a San Lorenzo, llegada al hotel y violación… Violación toda la noche… No especifica cuántas veces la obligó a tener sexo con él pero, a juzgar por la cantidad de semen encontrado por el forense, debieron ser varias…”

“¿Qué significa eso, doctor?”

“Que el testimonio de la ofendida es coherente, que el Ministerio Público, a través de su forense confirmó la existencia de semen y de otras secreciones en el cuerpo de la muchacha y con eso el fiscal tiene un caso y le pedirá al juez veinte años para el violador…”

El abogado dejó de respirar por unos segundos, miró el rostro sereno del doctor Castro y, al final, preguntó:

“¿Qué podemos hacer, doctor?”

Denis Castro agarró el tenedor y el cuchillo, cortó un pedazo de carne, lo mojó en salsa y, antes de llevarlo a su boca, respondió:

“Pues, por mientras, comer…”.

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