Revistas

Nobleza, honestidad, rectitud y solidaridad

FOTOGALERÍA
19.07.2014

Escasas veces he conocido a una persona más noble y honesta, humanista y solidaria, gentil y recta que Óscar”.

Las palabras del escritor Julio Escoto, nacidas desde el dolor de la pérdida de un amigo, son un impulso para rendirle un homenaje diferente al poeta óscar Acosta.

Un reconocimiento puro y sencillo, ese que se le hace al amigo, al maestro, al hermano, al hijo, al padre, al ser humano ejemplar, que despojado de toda investidura o pose encumbrada, supo transmitir sus conocimientos a los demás sin esperar nada a cambio y sobrevivió con heroísmo a la envidia y a los desengaños.

A ese don óscar es a quien quiero guardar celosamente en mi memoria. Al hombre gentil de rostro amable y sonrisa amplia.

EL PRIMER ENCUENTRO

Era editor de la revista Vida de EL HERALDO, pero me llevó a él la profunda admiración que tenía por su obra.

Inspirada por los versos de “Poesía menor”, flotando entre el “Tiempo detenido” y queriendo sumergirme en la narrativa de “El Arca”, llegué a su residencia en la Alameda, una soleada tarde del 19 de marzo de 1997.

Hablamos una eternidad, pero para mí el tiempo pasó rapidísimo mientras él rememoraba cada etapa de su vida y de cuando en cuando reía a carcajada limpia con una que otra anécdota, sobre todo al refererirse a su vida diplomática.

Ya casi para concluir aquella plática-entrevista, marcada por la acuciosidad de la juventud, él colocó de repente en mis manos un libro: “óscar Acosta, poeta de Honduras”, una semblanza repleta de juicios y valoraciones de escritores, diplomáticos y amigos, publicada con motivo de su sesenta cumpleaños el 14 de abril de 1996. “Tal vez le sirve para su trabajo”, me dijo.

Aquel día nació un afecto sincero y creció la admiración por aquel personaje alto de cabello cano y de vestir correcto con sus infaltables camisas blancas, que lo veía a uno de manera peculiar a través de los lentes.

Aún no sé cómo llegué a ser parte de un grupo de periodistas que él llamaba “chicas Vida” y que estábamos bajo la coordinación de Víctor Hugo álvarez. Durante casi cinco años formamos parte del equipo de la revista Vida, del equipo de don óscar.

En ese tiempo no solo aprendí a admirar la enorme biblioteca que ocupaba el segundo piso de su casa. Su inagotable colección de fotografías antiguas, tenía miles y de tantos personajes que ya ni recuerdo.

Y esa manía de tener siempre a la mano al menos tres ejemplares de una obra reciente y el desprendimiento total de tomarla de su bliblioteca personal y obsequiarla cuando el caso lo ameritara.

Muchos como yo, llegamos a su casa buscando al poeta, al narrador, al antólogo, al ensayista, al diplomático, al periodista... pero lo que encontramos fue al ser humano excepcional que fue hasta su último suspiro.

UNA TARDE EN LA ALAMEDA

Y así quiero recordarlo. Alegre, atento, caballeroso y excelente conversador.

Los encuentros en su residencia de la Alameda eran memorables, de pláticas interminables que, inspiradas por una copa de vino y un insustituible menú estilo italiano de spaguetti a la carbonara o la famosa tortilla española, su favorita, se constituían en un viaje por la literatura y por su carrera periodística y diplomática llena de anécdotas que narraba con una lucidez aplastante que jamás he visto en ninguna persona.

Cada ocurrencia suya era motivo de risas, pero era en realidad su carcajada limpia y vital como la música de Stravinski la que más nos inspiraba y que hacía de aquellos encuentros algo inolvidable.

Porque ahí en su casa de la colonia Alameda, en aquella elegante y sobria mesa de comedor, en la salita de estar donde sobresalía un enorme cuadro de su amada esposa Edelmira Valdés, ahí en la intimidad de su hogar descubrimos al impresionante ser humano que había detrás de Óscar Acosta, el poeta de Honduras. El caballero gentil que aún le abría la puerta a las damas, el que, entre plática y plática preguntaba: ¿más vino, tinto o blanco? y llenaba la copa con la destreza de un excelente anfitrión.

En esos encuentros se hablaba de García Márquez, de Borges, de Cortázar, de García Lorca, de Vargas Llosa, de Sergio Ramírez, de Froylán Turcios, de Ramón Amaya Amador... pero también había discusiones sobre política, religión o diplomacia.

Cuántas anécdotas, cuánto conocimiento había en el poeta Acosta y lo mejor es que siempre estaba dispuesto a compartirlo.

Y aplaudo al escritor Julio Escoto cuando dice: “estoy convencido que murió en olor de santidad estética, en pureza literaria y humana”.

EL MENTOR

Fue un maestro. Cada día nos daba cátedras de periodismo en la Redacción de EL HERALDO. Llegaba y se sentaba frente al escritorio en la pequeña oficina que ocupaba la revista Vida y con una creatividad impresionante dibujaba en un papel amarillento cómo quería el diseño de sus páginas culturales, que eran esperadas con avidez por los lectores los sábados o el espacio “En busca del tiempo perdido”, que se publicaba los martes.

Ahí retrataba en imágenes la vida de la sociedad literaria, empresarial, política, diplomática y periodística de distintas épocas. “Eran piezas de colección”, compartió el escritor Livio Ramírez, mientras le dábamos el último adiós en la funeraria.

Según Ramírez, su aporte a la cultura nacional es impresionante. Desde su labor en diario El Día y las revistas Extra y Presente, la Revista Universitaria y recientemente la Revista Política, publicada por la Editorial Iberoamericana de Tegucigalpa que él fundó.

Y es que don Óscar Acosta era “el poeta mayor”, como lo describe el escritor Rigoberto Paredes, un hombre dotado con un “expansivo don de gente”, con una “vieja querencia por las librerías de viejo” y “su resonante carcajada, su clave del humor variopinto contagioso”.

Cómo olvidar el curioso hecho de que siempre andaba a mano un libro, una foto perdida en el tiempo, de la juventud y hasta de las metidas de pata de algún poeta, político o diplomático y hasta una fecha memorable escrita en un pedazo de papel.

No podía enterarse que uno iba a escribir sobre algún tema histórico o literario porque al día siguiente venía con un libro en la mano: “este le puede servir”, decía.

Siempre se los devolví y eso le gustaba mucho, “muy poca gente devuelve un libro hoy en día”, me decía; y “nadie presta”, le respondía, con una sonrisa.

Tenía una paciencia de santo, admiraba mucho su afinidad con los más jóvenes, sabía llegar a ellos y ganarse su confianza.

Dando una vuelta por las redes sociales el 15 de julio, día del fatídico anuncio de su deceso, uno se da cuenta el respeto, el cariño y admiración que le tenían, sin importar la edad.

Y más reconfortante es el hecho de asistir a su velatorio, donde parecía dormido enfundado en un impecable traje negro, encontrarse ahí a sus amigos, para quienes su partida significó un golpe bajo.

“Óscar ha sido para Honduras como un faro que irradia luz para difundir la esencia y trascendencia de su tierra primigenia. Con perseverancia y entusiasmo, con fervor y sentido cívico, ha cumplido a plenitud este papel tan digno y hermoso de enarbolar banderas y exaltar escudos como exponente de una Honduras que se torna incesante en la búsqueda de su verdadero destino….”.

Estas expresiones del doctor Edgardo Paz Barnica, recogidas en “Óscar Acosta, poeta de Honduras”, describen en pocas palabras su esencia de escritor y ser humano.

Y así lo recuerda Honduras, la patria que lo vio nacer y morir, la patria a la que amó entrañablemente y a la que dio tantas y enormes satisfacciones.

ADIóS

Su retiro de la vida pública debido a su enfermedad fue una enorme pérdida de la que aún no nos recuperamos. Sobre todo porque anhelábamos decirle cuánto le queríamos, admirábamos y respetábamos.

Solo esperamos que hayan llegado hasta él los mensajes, las oraciones y las letras que en algún momento se escribieron para rendir sencillos homenajes a su persona.

Desde el 15 de julio, como dijo el licenciado Juan Antonio Medina, catedrático de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán (UPNFM), “Honduras es más liviana...”.

Pero nos queda la tranquilidad de saber de su propia voz que fue un hombre feliz, que vivió intensamente, que amó y fue amado, que se entregó sin reservas al quehacer cultural del país.

La llamada Generación del 50 ha perdido a uno de sus más ilustres hijos y nosotros al mentor, al amigo, al periodista insustituible, al ser humano ejemplar.

¡Hasta siempre poeta Acosta, hasta siempre querido don óscar, que la tierra le sea leve!