TOKIO, JAPÓN.- El tamaño de Japón es el área total de Honduras, Nicaragua y Cuba. Y, aunque los japoneses no hablen español y el gran gigante asiático parezca muy diferente a estos tres países de Centroamérica y el Caribe, lo une a estos un tema vital: los desastres naturales.
La diferencia entre los países del istmo y el pueblo nipón es la prevención. De eso sí saben, y mucho. La prueba es que no esperaron a que el monte Usu, ubicado en el Parque Nacional Shikotsu-Toya, en la isla de Hokkaido, al norte de Japón, escupiera lava y se llevara más vidas como lo hizo en 1977, para convertir la zona en un enorme centro de enseñanza donde niños y adultos aprenden a prepararse ante cualquier eventualidad.
O la manera como se levantaron, casi de entre los escombros en 2011, cuando un terremoto de magnitud 9.0 Mw, que creó olas de maremoto de hasta 40.5 metros, sacudió todo a su paso frente a la costa de Honshu, 130 kilómetros al este de Sendai, en la prefectura de Miyagi y que según la Agencia de Policía Nacional Japonesa, dejó miles de muertos.
Fue este tema y la ardua lucha del pueblo y gobierno japonés contra el cambio climático lo que reunió durante diez días en ese país a un grupo de 26 periodistas, estudiantes universitarios y jóvenes funcionarios gubernamentales de los países del Sistema de Integración Centroamericana (Sica) y Cuba.
Este encuentro forma parte de Juntos (Programa de intercambio entre Japón-Latinoamérica y el Caribe), dirigido por el Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón (MOFA, por sus siglas en inglés), que tenía como objetivo central conocer la experiencia de Japón en cambio climático y prevención de desastres naturales.
El recorrido
El programa no solo fue un viaje al interior de ciudades medioambientales, buenas prácticas del cuidado de la naturaleza y museos que promueven la prevención, fue además una corta cruzada para conocer a la sociedad japonesa, su cultura, costumbres, tradiciones, gastronomía, tecnología, economía, relaciones diplomáticas y el sistema político, que es una democracia constitucional basada en la soberanía del pueblo y el respeto de los derechos humanos fundamentales.
La primera estación fue Tokio, la capital del país. Una enorme metrópoli, que es la más poblada del mundo y en la que conviven la modernidad y el respeto a la naturaleza. Alrededor de cada edificio o rascacielos hay árboles y el enorme río Sumida, que atraviesa la ciudad y que desemboca en la bahía.
Ahí en cada cruce peatonal de sus amplias y bien señalizadas calles se respira el respeto, el orden, la disciplina, la paciencia, la honestidad, la puntualidad y hasta la perseverancia que definen al pueblo japonés.
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Y en cada estación del metro, en cada restaurante y museo se respira modernidad, creatividad, la más alta tecnología y un respeto por el ser humano que se palpa en cada saludo solemne que incluye une pequeña inclinación de cabeza para cada hola (Kon’nichiwa) o gracias (Arigato gozaimasu).
Ahí, en medio del bullicio de la capital japonesa, hubo espacio para visitar SonaArea, el centro de aprendizaje interactivo de prevención de desastres naturales, donde se enseña a los niños qué hacer las primeras 72 horas tras un desastre natural.
Además, se abrió una ventana para intercambiar impresiones con el viceministro parlamentario de Relaciones Exteriores, señor Tsuji Kiyoto, quien dijo que su intención era “aprender de la energía de sus países, porque para construir una sociedad son necesarias las fuerzas de todos”.
Luego de un recorrido rápido por los jardines del Palacio Imperial, la residencia de sus altezas reales los emperadores Naruhito y Masako, tocó dejar atrás Tokio con sus enormes edificios, impresionantes centros comerciales, sede de la cultura del cómic y el animé, museos, templos y santuarios, para continuar la ruta en la isla de Hokkaido.
Medio ambiente
El recorrido incluyó la ciudad de Niseko, uno de los 23 municipios medioambientales de Japón, donde sus habitantes aprovechan los recursos naturales para disminuir la cantidad de gases del efecto invernadero y así mitigar los efectos del cambio climático.
La pequeña ciudad, que aparece inmersa en una envolvente capa de naturaleza, es el lugar donde un grupo de productores de arroz de una cooperativa captan un trozo de hielo de las nevadas de cada invierno y lo colocan en una enorme estructura de hierro para mantener climatizada su producción de arroz, que suma más de 30 mil quintales.
Además de un recorrido en barco por el Lago Toya y un ascenso en teleférico hacia al volcán Usu, cuya última erupción ocurrió en el año 2000, lo que ha hecho que sus habitantes estén siempre alerta y hayan convertido la zona en un enorme parque en el que el visitante conoce sobre prevención, mitigación, gestión de riesgo e historia.
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La ruta llevó al grupo a la planta nuclear Tomari, la fábrica de whisky Nikka en Yoichi, Hokkaido, donde se produce el mejor whisky de malta del mundo; a la ciudad de Otaru, famosa por sus canales artificiales al estilo veneciano y sus artesanos del vidrio; y a Sapporo, una ciudad luminosa, famosa por sus restaurantes de ramen (platillo tradicional japonés) y su zona viva tapizada de comercios, hoteles, bares y discotecas.
Al final del recorrido, que concluyó en el mismo punto de partida, en Tokio, con visitas a la exposición de autos en la Toyota Mega WEB y una recepción de despedida presidida por el Sr. Takahiro Nakamae, director general de MOFA para América Latina y el Caribe, solo quedó el aprendizaje, el de conocer una pequeña parte de un país del primer mundo con el que Honduras celebra 85 años de relaciones diplomáticas, de amistad y de cooperación, un país del que hay mucho que aprender.
Porque como se concluyó en el cierre del Programa Juntos, “Japón es un país de aprendizaje... Queremos que vuelvan a sus países queriendo imitar a Japón”.