Tegucigalpa, Honduras
La obra de arte remite siempre a un lenguaje, a un orden objetivo de combinar y jerarquizar. Por esta forma relacionamos diferentes obras y las consideramos parte de una misma clase, aun cuando sus orígenes estén separados en el tiempo y el espacio. El lenguaje puede unir obras de todas las épocas y en menor escala, conjuntos relativos a períodos históricos, comunidades, movimientos, grupos y artistas. En el caso del lenguaje “biográfico”, las imágenes nos ofrecen un modo personal de formar.
La actividad del lenguaje, sin embargo, trasciende la búsqueda y el cumplimiento de un modelo de legibilidad, creando una intención, en cuyo término final aparece el sentido, o más precisamente, el motivo de vida del emisor. El espectador puede recorrer las propiedades icónicas de la obra y, luego, intuir en su totalidad un concepto que, desde luego, es el sumario de un sentido. En este caso, la imagen sirve de campo significante para asir el sentido, en cuya trayectoria la realidad natural se presenta como algo imprescindible; sin las equivalencias morfológicas, escalares y temporales de la realidad, la expresión del artista sería tremendamente caprichosa.
En Andrés Mejía Rivas, el lenguaje se reconoce por la combinación de figuras naturalistas y fondos convencionales. El conjunto de elementos naturalistas elegidos se refieren a un mundo concreto de personas, animales y cosas, recreados para ser identificados. Al elegir este nivel de realidad para sus figuras, el artista busca que nosotros captemos algo de su propia vida, en los lugares remotos o solitarios, donde el cielo y la tierra se juntan para compartir sus lunas, ángeles, cántaros, perros y niños.
En el caso de los fondos, su geometría abstracta invoca dos motivos concurrentes. El primero es la convicción de que el mundo natural es algo creado, según la sugerencia cromática y regular de los planos. En efecto, el cuadrante superior de Interno es dorado y plateado el de Externo. Al considerar estos colores en “profundidad”, nadie podría obviar el significado divino que ambos poseen para las religiones, en especial, para la iglesia católica.
El segundo motivo de Mejía Rivas es precisar, para su propia consciencia, la diferencia entre la imagen -creada- y la realidad -natural-. Al abstraer el espacio asume la responsabilidad de indicarnos que el arte es algo formal y no una situación material. Con esta distinción en mente, las figuras naturalistas son introducidas para escalonar hasta el reino de los valores.
Por eso la diferencia entre naturalismo y naturaleza. El naturalismo es un marco de referencia para situaciones naturales, lo que en arte viene a cumplirse mediante el restablecimiento de las propiedades estructurales que vuelven identificable al objeto representado. Tal identificación denuncia algo: que el artista valora los hechos naturales como conceptos simbólicos. En Mejía Rivas esta es la razón primaria de su naturalismo.
La obra de arte, además de sentido, tiene propósito, una dirección que nos remite hacia “afuera”. Una obra es la concreción de algo ideal, de una bondad no realizada, porque cuando ha llegado a su meta le sobreviene una nueva y distante, que reclama inédito cumplimiento. Mejía Rivas se propone definir un arte donde los procesos alcanzados y los materiales dominados armonicen con sentidos más hondos y formas más originales, procurando con ello “desgastar” la casualidad. Además, el propósito se relaciona con la interpretación: en su obra encontramos la necesidad de mejorar el diálogo con los espectadores, afinando las propiedades discretas, tácitas y furtivas del lenguaje, por cuanto lo deseado es un arte para vivirlo en comunidad.
Al final, podemos ver que el sentido no es algo ajeno a los otros. Aun siendo el sentido mi propio motivo, lo cierto es que, para concretarlo, necesito de una misión que, a la vez, exige medios e intereses ajenos. En la conformación de mis propósitos, cuenta lo que son, desean y tienen los demás. No es casual que en el modelo artístico se incluyan, junto a los procesos de percepción y representación, el propio de la interpretación, con lo cual queda dicho que el arte tiene causas personales, a la vez que condiciones naturales, sin las cuales no tendría ningún sentido. En la obra de Andrés Mejía Rivas tal intuición es absolutamente cierta, aferrada al campo por la memoria, a la historia por el lenguaje y a la comunidad por la creación compartida.