TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Una lesión de tobillo impidió al poeta hondureño Livio Ramírez recibir personalmente el Premio Internacional Dulce María Loynaz de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, uno de los más importantes que otorga la isla donde Nicolás Guillén escribió: “Pasó una mulata de oro/y yo la miré al pasar/moño de seda en la nuca/bata de cristal/niña de espalda reciente/tacón de reciente andar”.
Pero lo que no pudo recibir con las manos, lo hizo con el corazón; un corazón inmenso y solidario que ha producido miles de versos hermosos, profundamente dolorosos, crudos, vivos, tan nostálgicos, que solo con recordarlos a uno lo atrapa la tristeza.
La ceremonia se realizó como uno de los actos principales del Festival de Poesía de La Habana que concluyó el sábado 1 de junio.
En representación del autor de varias obras cumbre de la literatura hondureña como “Yo, nosotros”, “Arde como fiera”, “Descendientes del fuego”, “Escrito sobre el amanecer”, “Columna que fluye” y “Personajes y otros poemas”, acudió Anarella Vélez, ministra de las Culturas, las Artes y los Patrimonios de los Pueblos. Lo entregó Marta Bonet, presidenta de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba.
“Este premio se lo dedico al pueblo hondureño”, me comenzó diciendo el maestro Livio para abrir una plática de cincuenta y cinco minutos por la que desfilarían anécdotas, recuerdos, nombres de varios pesos pesados de la literatura, reflexiones, agradecimientos... Y muchos, muchos versos.
El Premio Dulce María Loynaz (una de las escritoras cubanas con mayor reconocimiento a nivel mundial y Premio Cervantes en 1992), fue creado para reconocer una trayectoria y las contribuciones excepcionales de intelectuales latinoamericanos en las artes y la literatura.
En esta ocasión, el honor recae en un hondureño... En nuestro queridísimo maestro Livio Ramírez.
“Sí, estoy muy contento, pero no es solamente algo personal, sino un reconocimiento que comparto con Honduras y el resto de países centroamericanos. Espero que esto ayude a visualizar un poco más a la poesía de la región”, señala el maestro Livio, quien es, además, Premio Nacional de Literatura Ramón Rosa. El Ramón Rosa se lo entregaron en el 2000, a la edad de 57; el Premio Internacional Dulce María Loynaz lo recibe a los 81 años.
Pablo Neruda y Nicolás Guillén
Durante la conversación, el galardonado, más que hablar de él, resaltó a grandes poetas y amigos (José Adán Castelar, Rigoberto Paredes, Fausto Maradiaga, José Luis Quezada, Efraín López Nieto), a los maestros que le ayudaron a pulir (con una mezcla de bondad y ferocidad) sus versos en aquellos talleres de poesía que coordinaba Juan Bañuelos en el edificio de Rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
“Siempre les estaré agradecido... Sin ellos, sin Juan Bañuelos, sin Marco Antonio Campos, sin la influencia de Octavio Paz, mi obra poética no existiría...”.
Y continuó relatando: “Mi viaje a México, a donde llegué para estudiar Derecho, fue definitivo en mi poesía, en mis convicciones políticas, en mi forma de ver y entender la vida, en mi ánimo por crear unos años más tarde talleres que ayudaran a las nuevas generaciones de poetas hondureños”, señala.
Mientras conversábamos, yo hojeaba el libro “Obra reunida: Livio Ramírez” de editorial Pez Dulce, un trabajo magistral de Rubén Izaguirre Fiallos. ¡Y vaya que es una dulzura! Hablamos de la vez en que fue escogido, entre 80,000 mil estudiantes de la UNAM, para darle las palabras de bienvenida nada menos que a Pablo Neruda; y de aquella otra, cuando también dio el discurso para recibir al poeta Nicolás Guillén.
“Imagínese qué honor el mío. Después nos fuimos con el maestro Guillén y otros amigos míos a mi apartamento y allí estuvimos hasta la madrugada. Era un hombre simpático, gran narrador de historias, de anécdotas...”, recuerda.
Luego hablamos de la masacre de Tlatelolco en 1968, con sus disparos, con los cadáveres estudiantiles tirados sobre la plaza, con las vidas rebeldes secuestradas por las garras oficiales, con el miedo, la rabia, el deseo de venganza... que no llegará con balas, sino a través de la poesía.
Es algo, dice, que me marcó para siempre. Fue una barbarie. La impresión de la matanza quedó plasmada en un poema breve que te hurga el corazón con la punta de sus dedos-versos: “Bajo la noche funeral/los jóvenes masacrados seguían temblando/todos tenían en los ojos/más o menos el mismo recado/no nos olviden/véngame/te amo”... Todo en un mismo poema: luto, tragedia, impunidad, dolor, reclamo, voces que hablan desde las playas oscuras de la muerte, amor...
Así es la poesía del maestro Livio Ramírez. Por eso no es de extrañar que la Unión de Escritores y Artistas de Cuba decidiera otorgarle el Premio Internacional Dulce María Loynaz.
Lo sucedido nos llena de alegría y de esperanza, en medio de esta incertidumbre de vivir en un país en el que, como dice uno de los poemas de su libro Arde como fiera, “la muerte nos anuda la corbata”.