Siempre

Leonel Alvarado: “La poesía me demuestra que yo nunca me fui”

Habían pasado seis años desde la última vez que el poeta hondureño Leonel Alvarado estuvo en Honduras, su regreso ha sido entrañable, y su poesía se ha sentido más cercana que nunca
28.05.2024

GRACIAS, LEMPIRA.- Contaba el poeta Salvador Madrid que cuando él era estudiante universitario la poesía de Leonel Alvarado se conseguía en fotocopias.

Eran tiempos en que acceder a la literatura, sobre todo la nacional, resultaba un ejercicio casi milagroso. Ahora es menos milagroso encontrar los libros de los escritores hondureños, ahora, por ejemplo, podemos tener entre las manos “Un lugar donde caerme vivo” de Leonel Alvarado, ese libro que hizo llorar a más de uno en el Festival de Los Confines, donde el autor tenía planeado leer tres poemas, y terminó leyendo más del doble.

El Festival de Los Confines cierra con una promesa de la poesía

El poeta maltés Adrian Grima ya dejaba registro, tras su paso por el festival, sobre la poesía poderosa de Alvarado, su relato conmovedor de la vida, su orgullo de hijo de Honduras y el amor que le dispensa a esta tierra a la que ahora vuelve poco, pero que no ama menos. “(...) es un hijo tan orgulloso y amoroso de esta tierra. Su lectura durante la presentación de sus poemas fue, para mí, uno de los aspectos más destacados del Festival”, reseñó Grima.

Era la década del 90 y Leonel Alvarado se fue físicamente de Honduras. Pero desde San Jerónimo, Copán, se hizo cada vez más larga la raíz de Alvarado, y no se rompe, lo ha acompañado por Estados Unidos, donde estudió, y lo sigue acompañando en Nueva Zelanda, donde ahora vive y es maestro universitario.

Pero el poeta dice que nunca se fue, que su poesía se lo ha demostrado. Y es cierto. Recurrentemente hay en su poesía una exploración de su identidad, como hombre, como hondureño, como hijo de su padre y como poeta.

Y fue al final de esa lectura poética en la que hubo palabras, lágrimas, abrazos, apretones de mano y firma de libros, que conversamos con el poeta Leonel Alvarado, quien dice que “siempre fui un niño llorón”, pero no podía ser de otra forma, esa sensibilidad tiene que manifestarse de alguna manera, o en la liquidez de las lágrimas o en la profundidad de la poesía... En una sola tarde sucedieron las dos.

A pesar de la lejanía en sus poemas se contempla una cercanía que no han roto los kilómetros, ¿qué ha significado para usted escribir desde afuera, por tanto tiempo?

Este ha sido un tiempo de muchas pérdidas, perdí sobre todo estos espacios, el espacio de la conversación, el espacio que solamente se logra entre los amigos o entre quienes creen en este oficio que hacemos, así que esa ha sido una gran tristeza para mí. Sin embargo, la poesía me demuestra que yo nunca me fui, el hecho de que pueda hablar sobre las piedras de Copán, sobre el patio de la casa, eso quiere decir que yo sigo ahí y que esos lugares están dentro de mí.

Hay un poeta guatemalteco, Luis Cardoza y Aragón, que estaba desterrado en Nueva York, y decía “dentro de mí hay un lugar más grande que Nueva York”, entonces eso es lo que me ha ocurrido a mí, y el hecho de vivir tan lejos me acerca más al país, especialmente a Copán. Ser de Copán ha sido muy significativo para mí, por lo menos me ha permitido pertenecer a una mitología que he hecho muy mía y que me ha permitido reinventarme otra vida.

”Tiene sus malos modos el destierro, sus cuentecitos/ de terror, sus diez mil kilómetros desamorados,/ su torpe lengua bífida, su plato solo, su llanto/ al otro lado de la leche, el peso desorientado/ de la ballena, el resplandor de la pantalla/ que te proyecta la cara de los tuyos en la cara.

Uno marca números para que conteste la nostalgia,/ se aparece en pantalla para que se vea que el cuerpo sigue entero, aunque no intacto,/ cubre a plazos el precio del destierro, aprieta botones/ para enamorarse otra vez de sus distantes (...)”. Fragmento de “Mensaje adjunto”.

¿Cuáles han sido esos símbolos a los que usted regresa una y otra vez, y de los que no puede desligarse esté donde esté?

Creo que mientras más tiempo se pasa fuera del país la relación se vuelve mucho más específica, uno ya no tiene esa nostalgia por un país sino más bien por cosas específicas, gentes específicas, lugares específicos, árboles específicos, fechas específicas; una relación mucho más íntima, me parece a mí, que puede ser dolorosa pero feliz.

Y, como digo, ser de Copán ha sido muy importante, pero también pensar en la gente que uno sigue queriendo, y que lo quiere a uno también, eso es increíblemente especial, y eso lo lleva uno por dentro, uno siempre está habitado por esas presencias dolorosas o queridas.

¿Se corre el riesgo como poeta, entre esa distancia y esa bruma que se va generando a veces en los recuerdos, de perderse un poco y de reencontrarse recurrentemente?

El riesgo se corre, de perderse o encontrarse, aunque uno se vaya o no se vaya, creo que es lo que se hace con ese riesgo lo que cuenta, porque es una búsqueda constante, y escribir es hacer preguntas, uno no tiene las respuestas, uno está haciendo preguntas; yo escribo desde una posición de ignorancia, escribo porque quiero saber, comienzo un poema y no sé hacia dónde va.

Y obviamente cualquier cosa sobre la que escriba siempre será más grande que el poema, escribo sobre una muerte, por ejemplo, y esa muerte será mucho más grande que cualquier cosa que pueda poner en una página (...) yo estoy consciente de eso, no estoy buscando un sustituto de eso, estoy intentando solamente plantearme esa pregunta, salir de mi ignorancia, eso es lo que quiero.

¿Cómo recibe usted que la gente se sienta tan identificada con su poesía, que se conmueva hasta las lágrimas?

Hubiera querido leer solo un poema, me sorprende porque el único lector garantizado de lo que escribo soy yo, muchos de mis poemas están condenados a que solo los lea yo y me tardo muchísimo en escribir y publicar porque descarto muchos y afortunadamente mis malos poemas solo fueron leídos por mí.

Entonces la reacción que los poemas puedan producir es completamente impredecible, pero es inmensamente agradecida, y como digo, siempre fui un niño llorón, y creo que la lectura y la escritura reflejan una vulnerabilidad, no solo en el hecho de leer sino en el de escuchar, uno nunca sabe cómo va a reaccionar la gente o uno mismo, pero uno se entrega felizmente a esa comunión con la gente que lo escucha, y hay un acuerdo fraternal que es muy hermoso y sincero con quien nos escucha, no me gustan las lecturas de poesía que son tan largas, por eso preferiría leer solo un poema.

Pero estábamos como en el concierto, pidiendo “¡otra, otra!”...

Claro que sí (risas), pero no me gusta estar sometiendo a la gente a estar escuchando tanto, no me parece justo, decíamos en la conversación que tuvimos hace unos días acá que no hay que pensar en los derechos del autor, sino en los derechos del lector, me parecen más importantes.

Algo que me llamó la atención en su poesía es el regreso recurrente al “Alvarado”, desde diferentes ángulos, ¿qué busca con esa exploración del apellido desde la identidad del yo?

Eso partió también de manera inesperada de un poema sobre la muerte de mi padre, y que comencé a escribir aquí en Honduras en los años 80, pero en esa época todavía no había vivido suficiente, o muerto suficiente para escribirlo. Entonces me fui del país, como dice el poema, a hacerme más o menos Alvarado, a correr ese riesgo de ver qué era lo que iba a ocurrir con ese Alvarado.

Entonces comenzó la exploración, y usted lo ha dicho muy bien, es una relación de identidad, el apellido me permite también habitar un espacio que no está en ningún lugar, un espacio que me permite reinventarme a mí mismo, y también crea una especie de invitación a los lectores, una complicidad, vamos a ver qué quiere decir ese apellido, veámoslo juntos, explorémoslo juntos, a ver qué ocurre con este apellido.

”te enterramos en dacron, padre,/alvarado mío. te metimos/ en van heusen quince y medio,/ en tela dura/ para que la incomodidad te despertara./ te dejamos quietecito, bien afeitado/ y bien tendido. con los botones/ hasta el cuello para que los niños no viéramos/ por donde te ibas pudriendo. te fuiste/ en camisa nueva, viejo terco. en pantalón/ recién planchado, demasiado almidonado/ para que los pliegues se te metieran en los costados./ pero no saliste de tu van heusen. se nos enfrió el café/ en tu costilla estéril. no te nacimos/ alvarado nuestro. te nos fuiste/ con demasiados botones para un solo cuerpo./ y allí sigues, sin darnos a luz,/ almidonado hasta el fastidio,/ metido en camisa/ bajo siete varas (...)”. Fragmento de “las diez partes en que se divide un alvarado”.

Salvador Madrid acompañó al poeta en la lectura de su obra. Las dos últimas veces que Alvarado ha regresado a Honduras ha sido por el Festival de Los Confines.

¿Cómo es su relación con la poesía como autor y su relación como lector?

La única garantía de que mis poemas sean leídos es que yo los leeré, por lo menos. Sí, se crea una relación muy extraña a veces con lo que uno escribe, pero lo más importante para mí es que en el poema haya cierta identificación crítica, por el hecho de vivir tan lejos y de no poder compartir, no tener con quien conversar. Intento ser muy severo, y por eso no tener prisa, no publicar cualquier cosa, si siento que el poema está flojo de alguna parte, prefiero desecharlo, y he intentado ser muy severo, pero no siempre lo logro, lo sé, por lo menos lo intento.

En esa poesía tan íntima y cercana, ¿cómo es su proceso creativo, en qué momento surge, a raíz de qué, hay algo recurrente en el acto de escribir?

Yo crecí en una casa sin libros, llegué a la literatura muy tarde en mi vida, cuando era adolescente, el único libro que había en mi casa era la Biblia, que es un gran libro, para un escritor me parece que es necesario, para un escritor lo libros sagrados son necesarios como parte del proceso formativo.

Entonces esa cadencia que hay en el lenguaje bíblico, y que después fui descubriendo en otros libros, me fue dando un proceso formativo lento que luego a mí me enseñó una gran lección: que no hay que tener prisa, pero tampoco hay que perder el tiempo, como dice el escritor José Saramago.

Me tardo mucho en escribir y me tardo más en publicar, y espero que mis libros hayan ganado en eso, que me ha permitido no publicar poemas que serían mucho más malos, entonces no he tenido prisa, y la poesía tiene esa gran virtud de que es portátil, uno la puede llevar siempre, uno puede entrar y salir de un poema constantemente, y me ha ocurrido que me he tardado 20 años a veces en terminar un poema, porque me doy cuenta que no estaba listo todavía o yo no estaba listo, entonces para mí es muy importante esa relación que se crea, y ese respeto a la palabra misma.

¿Está su quehacer poético muy profundamente marcado por la soledad?

Me doy cuenta de que he escrito muchos libros infelices, quizá el único libro feliz que haya escrito es un libro del que hay unos poemas acá, se llama “Respiración circular”, un libro erótico amoroso, que es una celebración de la intimidad, creo que ese es mi único libro completamente feliz. Y sí, la soledad ha sido esencial, no como un estado de autocomplacencia, de autoflagelación, sino como un estado que permite esa relación de intimidad, de dignidad, de respeto con el lenguaje, con el quehacer poético.

”Le prometo sostener la nota, bajar hasta sus piernas/ para alcanzar la altura mayor. Es seria esta respiración,/ no se improvisa. No se sabe de dónde vendrá el aire/ que prolongue el deleite de esta asfixia. Arriba, lejos/ de donde oficio, ella se creerá dueña de todo el aire/ pero tengo buenas intenciones de que nos asfixiemos/ juntos. Escucho que su respiración cambia y sé cuándo/ hay que acelerar o reducir la intensidad de la nota./ Nunca detenerla; que sienta la angustia de esa amenza (...)”. Fragmento de “Respiración circular”.

Hay personas que están muy ahogadas con la interacción con otros, y a veces esa interacción me parece que puede alejar a la gente de la observación, y la soledad permite mucha observación de uno mismo y del otro...

Así es, y escribir es un ejercicio solitario; sin embargo, la conversación es esencial también, porque nos alimenta, nos nutre, y gran parte de la literatura latinoamericana surgió así, es decir, el modernismo que es tan esencial para nosotros surge de un proceso en el que se escribía en bares, cafés, en redacciones de periódicos, en oficinas, en cortes, en todos esos espacios en donde se compartía mucho con otros, de ahí surge gran parte de nuestra literatura, y esto demuestra que se puede convivir entre estos dos espacios, el espacio habitado con otros, compartido con otros, y el espacio habitado con uno mismo, y es esencial, sino no se podría escribir.

Son diálogos diferentes...

Son diferentes, y ambos son importantes, ambos son necesarios. En mi caso por vivir tan lejos del país, no he tenido ese diálogo, esa conversación que tengo acá, estar acá para mí es un privilegio enorme, y he venido a escuchar sobre todo, y francamente preferiría leer poemas de otros, porque quiero saber más, quiero escuchar esas otras voces que son maravillosas y esenciales.

¿Cuándo tiene pensado volver, si es que hay un plan de volver en el mediano plazo?

Siempre existe ese plan, nunca se abandona, y el hecho de no haber vuelto cuando tenía que volver, cuando ya estaba preparado para volver, me dejó en un estado de orfandad, fue una decisión muy difícil por razones personales, de mucha tristeza, pero qué sé yo, ahora escribiría de otra manera, sería otra persona obviamente, no sé si más o menos Alvarado.

Corrí el riesgo; es un riesgo volver, es un riesgo irse, es lo que hacemos con ese riesgo lo más importante (...) Pero no importa que esté lejos de acá, yo soy parte de esa gran tradición de la poesía hondureña.

Todos venimos de la poesía indígena, maya, y esos jóvenes maravillosos que fueron los poetas románticos y modernistas, José Antonio Domínguez, Juan Ramón Molina, de ahí venimos todos. Y todo poema que se escriba vuelve a esa tradición.

¿Cuál es el último poema que escribió y que solo usted ha leído?

Es un poema sobre la silla, tengo una serie de poemas sobre sillas. Usted sabe que uno cuando quiere que alguien fuerce la puerta o la abra, pone una silla; bueno es una silla que se pregunta qué está haciendo ahí con las patas en el aire, y hay una violencia que quiere entrar en ese cuarto, y la silla se pregunta por qué existe esa violencia, si su función es estar ahí para que alguien se siente, entonces la silla está preguntándose qué hacen sus patas en el aire, y obviamente la silla no quiere estar ahí. Es una serie de poemas sobre esas preguntas que hace la silla, que son preguntas que nosotros nos hacemos.

La segunda edición de “Un lugar donde caerme vivo”, que reúne poesía publicada e inédita de Alvarado, se agotó en el marco del festival.