TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Los poemarios que se titulan con un determinante y un sustantivo abstracto, como “La ira”, de Javier Suazo, son de entrada una invitación a pensar ese hecho: pensamos sus formas, sus variantes, su esencia y sus límites, por dar unas ideas.
En ese sentido, el poemario recién publicado no defrauda. Tampoco me parece que es un descuido o una casualidad que sea “La ira” y no “Mi ira” o “Esta ira”, es así todas las iras, con sentido, sin sentido, banales, existenciales... No importa.
Suazo se vale de algunos símbolos que remiten inmediatamente a la ira o mejor dicho, a lo que puede provocar esta, como el puño y la sangre, sustantivos que nombran sus dos primeros poemas. Pronto nos habla también de una mariposa homicida.
Selecciona con cuidado las palabras que nos remiten de alguna forma a la ira: miedo, arma, veneno, gas lacrimógeno, tiranía, codicia, rabia, etcétera.
Del libro en general, pero específicamente de la primera parte, titulada “Implosiones”, se entiende que de la ira se puede ser víctima, en tanto nos afecta o en tanto nos posee, donde quizá la segunda es consecuencia de la primera.
En ese sentido el poema “¿Qué?”, es cuando menos iluminador: “¿Quién nos robó la inocencia? / ese mismo debería estar aquí [...] soltó el veneno de la amargura en nuestro corazón [...] por eso nos matamos / acribillándonos con balas de ira / por eso no llegamos a casa / por eso la mesa está vacía” (pág. 31). Bajo la misma idea fueron concebidos “Esculpido en ira” y “La soga”. De tan víctimas que somos, nos convertimos en culpables.
Sobre lo que sugiere el nombre de la primera parte es necesario detenerse a pensar un poco. La ira, según se propone en el texto, es el hervidero que sucede dentro de nosotros; es, entonces, implosiva: “Un verso anudado sobre mi garganta / me asfixia / da tres vueltas / raspa / incendia mi piel” (pág. 39).
Solamente dando un paso más es que se transforma en violencia, por ejemplo, y esta en formas más concretas como el homicidio: “una hoja fría / ajena a la misericordia / abre el tajo / desencadena el baño rojo y tibio” (pág. 25). Otro ejemplo: “Es descargar mi odio lo que quiero / y él es el vaso donde lo vierto” (pág. 34).
En “El llamado a la revolución” y una que otra composición se habla de una rabia pusilánime, si se quiere: “tras la trinchera de mi ordenador / las balas no se asoman [...] llamo a otros a que se inmolen / en el altar de la Gloria” (pág. 33). No todas las iras son tan rabiosas, entonces.
En el poemario el amor nos es propuesto o bien como antítesis o bien como cura de la ira. La primera impresión sobre esta idea puede que a más de alguno le haga un poco de ruido, sin embargo, es una idea razonable: “Si yo te amo mientras se desata la ira / y beso tus labios cuando truena el fusil [...] y como resultado inexplicable / les impulse a amarse / justo en el mismo lugar donde antes / compartían balas de goma” (pág. 35).
En el cierre de la primera parte la ira tiene, además de la violencia, otras formas aparentemente menos severas: las redes sociales, la televisión o la ignorancia, de las que el autor da cuenta en forma de queja.
Los últimos versos de esta sección se conjugan con las referencias a la política y a la cultura popular que utiliza en la tercera parte, que en consonancia con su discurso se nomina “Un mundo despiadado”.
En la segunda parte del libro, “Un paseo por Tegucigalpa”, cada uno de los poemas se puede decir que relata, como si fuera narrativa, la violencia que se vive en las sangrientas y envenenadas calles capitalinas.
La sección que está propuesta como interludio entre la segunda y la tercera parte trata sobre temas más profundos pero que a los ojos del mundo son menos importantes.
Se explora el ser, la labor del poeta en este mundo y la muerte, pero de una manera distinta al resto del poemario: más existencial y menos cruda.
El autor nos propone un texto armónico, en el que las temáticas, las formas de la literatura y las formas de la belleza se buscan en la oscuridad (como ocurre en todo texto lírico), se toman de las manos y logran formar un discurso que no está desprovisto de valor.
El yo lírico por momentos se torna personal, pero nunca íntimo, al menos desde el punto de vista desde el cual está hecho este análisis; eso puede favorecer una identificación más racional que emocional con los poemas, que considero en su conjunto como un gran logro.