TEGUCIGALPA, HONDURAS.- “Tiempo perdido” de Héctor Leyva cuenta la historia de Luciano, un profesor de literatura hondureño que viaja a Washington para investigar en los Archivos Nacionales (de los Estados Unidos) sobre la violenta muerte del escritor Arturo Martínez Galindo.
Luciano cree que en medio de ese laberinto de documentos hay un dato, una noticia, una transcripción que puede esclarecer la muerte de “su autor”, sin embargo, ese afán lo lleva a conocer hechos que probablemente no le interesaban y que de haber podido (muy posiblemente) habría evitado: persecuciones, presuntas intromisiones, conspiraciones, peticiones desesperadas, etcétera.
En esta novela hay dos posibles historias o quizá forzosamente dos historias. La del investigador que se va dando cuenta de la dimensión de los hechos que acontecieron en Honduras en las vísperas y durante la dictadura de Tiburcio Carías Andino; esta historia tiene más que ver con las emociones que provoca el encuentro de Luciano con una realidad que probablemente intuía, pero que prefería ignorar, y que ahora está presente en sus conversaciones y si no lo aterran por lo menos le quitan la paz.
La segunda historia es la de los acontecimientos mismos, esta transcurre entre documento y documento, con personajes como Herrera Cálix, Zúniga Huete, Paulino Valladares y Argentina Díaz Lozano; y, muy de reojo, el motivo de la investigación, Arturo Martínez Galindo.
Es una historia interrumpida, con elipsis enormes y, por lo tanto, llena de supuestos, a veces cavilados por Luciano y otras veces, por el lector.
“Tiempo perdido” es una novela que se disfraza por ratos de estudios literarios y de crítica literaria. Tiene, por ejemplo, algunos capítulos dedicados al comentario de la obra de Martínez Galindo como si de un ensayo se tratara: “El cuento es sexual (se refiera a ‘La pareja y uno más’), también erótico (aunque menos de lo que pudiera ser).
Tiene mucho de la tesis del naturalismo que se repite en otros de sus cuentos y que apuntan a los determinismos de la biología en la conducta humana, con lo cual involucra la puesta en tela de juicio de la moral” (pág. 168).
Esta temática en la novela tiene una doble entrada, por una parte, se propone un análisis sobre cómo se trata en sus cuentos, y por otra, se especula sobre si tuvo que ver con su muerte (al menos un personaje suelta la idea): “La pregunta de Arriaga fue certera. Si Martínez Galindo era un autor de escritos eróticos, ¿entonces por eso había sido muerto?, ¿cómo era ese erotismo?, ¿qué había ahí?” (pág. 365).
Pronto, cualquier lector se da cuenta de cuáles son las intenciones de estilo de la novela.
Tiene una profunda huella ensayística, aparecen citas como si de una tesis se tratara, se adjuntan fotografías de documentos, cartas, periódicos y del mismo Martínez Galindo a manera de evidencia.
Esta propuesta estilística calza no solamente con la naturaleza de la historia o la temática (hecho que resulta evidente), sino que va más allá, y es coherente con el mensaje que sólo se descubre al agotar el texto (guiño al título).
¿Se pierde el tiempo con algunos temas? Una de las verdades que probablemente se deja caer en la novela es que la literatura nunca (o casi nunca) es solamente literatura.
Luciano piensa cuando apenas comienza a investigar: “No eran esas confrontaciones las que lo habían llevado ahí. No quería verse involucrado en esas rancias mareas y rencor. Era de mal gusto, prosaico. Lo suyo quería ser dignamente literario, el destino trágico de un escritor, el corazón del hombre o algo así” (pág. 68).
Posteriormente se da cuenta de que no puede ser de esa manera.
“Tiempo perdido” es a la vez testimonio de esa afirmación sobre la literatura, porque acaba transcurriendo entre rencores rancios, supuestas conspiraciones y acontecimientos prosaicos que sorpresivamente tienen cabida en un texto literario.
También se remueven algunos pensamientos sobre la historia de la política hondureña. Algunas obras como esta nos recuerdan que hay un tiempo y una serie de acontecimientos sucedidos en ese tiempo, que por una razón u otra no tiene testigos, y que es, por lo tanto, un tiempo perdido.