Tegucigalpa, Honduras.- Moisés Godoy, abre el tiempo para soñar el tiempo; con su cámara atisba la ciudad y como un antropólogo recorre calles y espacios de Comayagüela, se detiene, selecciona, registra y conecta cada experiencia no solo con la memoria de la ciudad sino con su memoria individual.
Sus decisiones no son arbitrarias, están ligadas a sus vivencias, cada fotografía es una evocación, cada imagen es un viaje a “las cálidas raíces de la vida”, así versificó el poeta John Connolly ese momento en que los recuerdos llegan a tocar la puerta de todo lo vivido.
En la propuesta de Godoy, cada imagen es un tejido que va articulando instantes, momentos que el artista jerarquiza y detalla.
Moisés Godoy, sin duda, tiene eso que Walter Benjamín llamó “conciencia óptica”, conciencia de percibir; es esta la razón por la que Comayagüela adquiere sentido de identidad en su mirada. El proyecto en su conjunto es una revelación de la memoria de la ciudad, pero a su vez, es un gesto que ilumina la visión particular que el artista tiene sobre ella.
Si en la muestra aparecen algunas fotografías de Tegucigalpa es porque es imposible concebir Comayagüela sin la huella urbana de la capital, estas dos ciudades viven un traslape de memorias. La hermosa fotografía sobre el cerro “El Berrinche” nos conecta en el tiempo con la guerra civil de 1924, específicamente con el sitio de Tegucigalpa, pero “El Berrinche”, siendo un cerro de Comayagϋela, también sangró el desgarramiento de la ciudad hermana. Las fotografías de los puentes “Carías” y “Soberanía”, nos diagraman ese tránsito comercial y cultural entre las dos ciudades.
Cuando vemos estas imágenes tenemos la sensación de estar viendo un film entrecortado, no son fotos aisladas; Godoy no produce postales turísticas, la muestra que hoy nos ofrece presenta una contundente voluntad de construir imaginarios culturales: la economía del mercado, la vida estudiantil, calles, vida cotidiana, rincones, que al final constituyen el cuerpo de la ciudad, el pálpito y su energía. Es una ciudad narrada por la imagen, recorrida en una sola imagen que se fragmenta en distintos momentos, es esto lo que me hace pensar esta muestra como un film entrecortado.
La fotografía del “Obelisco” es única no solo por su ángulo en escorzo, también lo es porque su imagen se asemeja a un video en movimiento fugaz.
Más allá del registro objetivo que en principio define al hecho fotográfico, hay en Moisés Godoy un afán creativo, artístico, no solo por su idea del tiempo como ritual de la memoria, sino como constructor visual que ilumina los espacios de una ciudad que desde su marginalidad nos revela su anhelo de ser reimaginada y reinventada.
Aquella ciudad aparentemente sórdida y caótica emerge digna entre las luces y sombras de su propio ritual. El blanco y negro de todo el conjunto acentúa las texturas de las imágenes, pero al mimo tiempo conceptualiza el paisaje duro y a veces sórdido que envuelve a esta ciudad.
Comayagüela, a pesar de su drama social y su opaca arquitectura, internamente se abre todos los días a la vida, vibra allí donde las sombras amenazan su existencia.
Una lectura semiótica de estas fotografías instala inmediatamente el tema de la luz, la luz es como un personaje que le habla en secreto a cada imagen, es como si la luz fuera un alter ego del artista que piensa la ciudad como espacio iluminado. No se trata de una luz exterior, no es una luz que alumbra, es una luz que ilumina, nace desde el interior del paisaje urbano: luz que evoca, luz memoria, luz poesía.
La luz en estas obras no es un recurso calculado o buscado por la técnica, es una solución intuida, presentida; es producto del instante, el artista encuentra el momento y al disparar su cámara la luz se torna manantial de la memoria.
Desde una perspectiva antropológica, Godoy nos ofrece el espacio vital del mercado y la lucha cruda por la sobrevivencia. Vemos en sus imágenes rostros de esfuerzo y tensión, percibimos la aglomeración nerviosa del hondureño que todos los días sale a ver qué encuentra.
Nos muestra el universo de mercancías, masa de objetos donde las personas son como fantasmas vivientes, como si fueran objetos entre montañas de productos. En ese sentido, la foto de los maniquí que moldean cuerpos de mujeres es bastante reveladora porque construyen la metáfora del cuerpo como accesorio. El mercado es tránsito de identidades, de energías reveladoras, pero a su vez, es un templo de cosificación.
Siguiendo el hilo antropológico que cruza esta muestra, observamos la cuidadosa selección de imágenes relacionadas con los templos religiosos; el sentido de la fe es vivenciado en la conmemoración de la Semana Santa, por cierto, las imágenes expuestas están referidas a la Semana Mayor que se realizó un año antes de la pandemia (2019); Godoy captó un corte de tiempo, una discontinuidad porque en el año 2020 ya no hubo celebración.
De manera particular, me llama la atención la foto que documenta una mano sacando cruces de una caja de cartón, las cruces están hechas con hoja de palma. La relación entre la mano y la cruz es profundamente alegórica en la tradición cristiana; esta imagen me hace recordar el siguiente versículo bíblico: “hacia lo que quieras, extenderás tu mano” (Eclesiástico, 15: 16).
“Ritual, el tiempo después del tiempo” es un proyecto que desde la fotografía sintetiza el tiempo revelado en la imagen, pero a su vez, dialoga con el tiempo desde el cual captamos lo que está en ella.
La fotografía es tiempo del tiempo, memoria que habita la memoria. La fotografía capta el instante del tiempo. Todo lo que existe guarda su historia, es decir, su temporalidad, la fotografía dibuja esa temporalidad y la hace presente en nuestra propia historia.
Moisés Godoy nos devuelve el tiempo de una ciudad que afirma su presencia en cada imagen; el tiempo no es lo que pasa, es lo que se vive: es el tiempo después del tiempo.