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Película 'Mi amigo Ángel”, obra maestra del cine de Honduras

Un gran trabajo estético, técnico y conceptual envuelve la producción pionera, el listón está puesto bien alto para que a través de la exigencia y disciplina, el cine de Honduras alcance el panorama mundial.

21.04.2018

Tegucigalpa, Honduras
Calles de Tegucitalpa. Ángel comienza el día en su vida cotidiana donde, a su corta edad, tiene que ayudar a su madre y a su pequeño hermanito trabajando como lustrabotas en las calles de la ciudad. La relación de Ángel con las calles de esa ciudad es el marco perfecto para que el cineasta Sami Kafati nos plantee aspectos clave de la realidad urbana hondureña contemporánea: la marginación, la amistad, la violencia, el alcoholismo, la religión y hasta la muerte. “Mi amigo Ángel”, de 1962, es un mediometraje que deja puntos concisos e importantes a resaltar:

La esencia del cine hondureño en estado puro se encuentra ya en esta piedra angular de nuestra cinematografía. Un gran trabajo estético, técnico y conceptual envuelve nuestra producción pionera, el listón está puesto bien alto para que a través de la exigencia y disciplina, el cine de Honduras se convierta en un gran protagonista en el panorama mundial.

Aun sin experiencia académica en la materia o experiencia en el medio técnico de cine, pero si con una visión fílmica clara e innata, Sami logra una pieza que no solo responde perfectamente a los códigos y postulados del cine argumental internacional de su momento, sino que es coherente con su tiempo y, más importante, con su contexto.

Sami, por intuición tal vez, aunque yo creo que por ser un buen lector de películas y de su lenguaje, logra en esta cinta mostrar un despliegue de recursos que apoyan su libertad creadora y sitúan de plano la realidad que rodea a Ángel. Basta con observar la secuencia introductoria del filme.

El primer personaje que Sami presenta de su narrativa es la ciudad. Una toma aérea que nos da, a vuelo de pájaro, un recorrido desde el corazón de esta ciudad hasta la periferia marginal. El encuadre se va cerrando, mostrándonos postales de esa orilla deslucida de la ciudad, donde sus recurrentes visitantes son buitres. En un movimiento de maestría, Sami se atreve, sutilmente, a identificar al espectador mediante una toma subjetiva del acercamiento de estas aves carroñeras saltando en vuelo caído sobre la muerte, sobre el frágil techo que cubre a nuestro amigo Ángel, y súbitamente entramos a su casa, escuchamos su nombre y nos topamos con el rostro de su madre exaltada.

Esta manera de poner nuestros pies en la tierra, en esa tierra de Ángel, insinuándonos que nuestro reciente viaje fue a través de una pesadilla de la madre, es una metáfora fabulosa del interior de la psiquis que gobierna estos personajes. A lo largo del filme, primeros planos de rostros cargados de expresión, pajaritos enjaulados, el rostro del bebé en llanto, una lucha y una agresión sexual representada en toda su fuerza a través de un primeros planos de las manos, el imponente altar de una iglesia vacía, son algunos elementos de realidad con los que Sami logra estructurar un poema sórdido sobre Ángel y la ciudad que lo acoge y probablemente lo ahoga.

Con una impresionante actuación de Roger Membreño Guzmán como Ángel y un estupendo elenco, esta producción, además de la ya comentada espectacular fotografía de Sami Kafati, es una lección de virtuosismo en edición cinematográfica, acreditada a Fernando Uribe, un reconocido cineasta mexicano.

Considerada, incuestionablemente, la primera película de ficción en Honduras, “Mi amigo Ángel” es un punto de referencia bien alto para todos nosotros los creadores de cine hondureño en la actualidad. Esperemos estar a la altura de Sami Kafati, gran cineasta a cuyo legado en este abril rendimos los más altos honores.

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