Siempre

Reivindicación del chisme literario

Ya que no ejercemos la crítica literaria, valdría la pena que nos dedicáramos, de manera formal, al chisme literario, porque eso se nos da muy bien y a cada rato
22.06.2023

SAN PEDRO SULA, HONDURAS.- Poco se comenta o discute aquí, en nuestro patio, sobre literatura. A menudo nos llegan noticias, en forma de chismes, sobre lo que uno u otro dijo acerca de tal libro o de tal autor, pero esos chismes -lástima- no quedan registrados en ninguna parte, más que en la anécdota oral, que se la lleva el viento, o que sobrevive durante algún tiempo, dependiendo de la “calidad” de su contenido o de las risas que despierta en quien las oye.

Del chisme literario hablo, que no de la crítica -lo aclaro-, porque eso de la crítica implica otras condiciones: que haya, en primer lugar, en quien la escriba algo de criterio, más allá del valor de lanzarse a decir cualquier tontera, algo que les sobra a unos cuantos, atrevidos e ingenuos a partes iguales, con regular presencia en diarios o en redes sociales; porque el criterio, además, se llega a tenerlo después de muchas buenas lecturas y de mucha reflexión sobre el hecho literario.

Para el ejercicio de la crítica se requiere, también, suficiente conciencia del sentido de la libertad, sin el problema ese, tan común entre nosotros, de no poder decir algunas cosas porque tenemos aquí cerquita al aludido y no sabemos cómo vaya a reaccionar, tal vez malqueriéndonos en público o promoviendo nuestra “cancelación”, cosa muy de moda en las redes sociales, tan llenas de ofendiditos de todo tipo.

Y requiere la crítica, por último, que haya entusiasmo en quien la ejerza, esa pequeña felicidad que da descubrir un buen libro, a un buen autor, y que nos empuja a decirlo por escrito para que otros se animen a buscarlo, o, en la situación contraria, que haya valor para señalar los reparos que podemos ponerle a un libro cuando sentimos que pudo haber sido mejor o que, de plano, es malo.

No, no hablo de la crítica, que aquí, con contadísimas excepciones muy de vez en cuando, es como si no existiera.

Pero ya que no la ejercemos, valdría la pena que nos dedicáramos, de manera formal, al chisme literario, porque eso se nos da muy bien y a cada rato, es parte de nuestra idiosincrasia; todo sería cuestión de que nos propusiéramos a consignar en la libreta destinada a nuestros ratos de inspiración esas anécdotas curiosas, morbosas, festivas y muchas veces peligrosas que a veces nos llegan, por boca de algún chambroso oportunísimo, y otras veces nosotros mismos producimos; bastaría con tener la voluntad de apuntar cada cosita de la que nos enteremos o se nos ocurra sobre éste o aquel (o sobre ésta o aquella, también, por aquello de la inclusión, para que este texto no suene tan “heteropatriarcal”).

Con tanta editorial ahora dispuesta a lanzar autores al estrellato, ¿se imaginan cuánto podría crecer la bibliografía nacional? Y ni siquiera sería necesario que esos compendios de chismes se publicaran con el nombre y el apellido de sus autores; para soslayar el problema de la cobardía del chismoso están los seudónimos, cuyo uso es tan común también entre nosotros.

Yo le apostaría al género del chisme literario como el revitalizador definitivo de la literatura hondureña, tan caída en desgracia últimamente con tanto poeta lumpen y analfabeta que cree que poesía es todo, con tanto minificcionista hiperinflado e hiperantologado, con tanto novelista sobrevalorado (ahí entro yo, por supuesto, aunque los que escribamos novela no abundemos).

Hasta podríamos, después, organizar encuentros, festivales y congresos de chismosos literarios, para tener la oportunidad de intercambiar chismes y de ponernos al día.

Yo me acuerdo, por ejemplo, de una anécdota curiosa sobre cierto poeta susceptible que -dicen- llegaba a amenazar a sus críticos colocándoles, con mucha habilidad y poca discreción, un cuchillo en la yugular; de ahí su apodo de “Poeta Yugular”.

O de aquello que alguna vez oí sobre cierto narrador vencido a puño limpio por un respetado dramaturgo en la calle enfrente de ese olimpo de poetas llamado Paradiso.

O sobre aquella otra que cuentan sobre un novelista que fue a entregarse a la Policía confesando un homicidio perpetrado poco antes con una pistola diminuta; confesión no aceptada porque el policía encargado de recibir a los denunciantes no podía creer que con esa pistola de juguete pudiera matarse a nadie.

De tantas cosas podría uno acordarse y escribirlas luego para intentar hacer literatura. Pero nos da pereza (otro de nuestros rasgos muy catrachos) y el chisme, lastimosamente, se queda en el tintero.