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David Herrera: el carbón como ritual de la luz

“Carbón, cuando el fuego termina comenzamos nosotros” es la instalación queel artista salvadoreño realizó tras el incendio del mercado San Miguelito, una propuesta donde se funden el horror y el sosiego, la caída y el vuelo, la belleza y la angustia
16.06.2023

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- En septiembre de 2021 un incendio consumió el mercado San Miguelito en San Salvador, todo quedó reducido a carbón y cenizas, a una materialidad oscura y precaria.

El fuego quemó esperanzas e ilusiones, destruyó toda la cultura que se vive alrededor de la compraventa: el mercado quizá sea la estructura social más viva y dinámica de una ciudad. Sentir una ciudad es sentir su mercado.

En medio de la desolación y desconsuelo de sus locatarios, el artista salvadoreño David Herrera, encontró la forma de traducir la tragedia en esperanza, de resignificar un desastre, así nace el proyecto “Carbón, cuando el fuego termina comenzamos nosotros”, inaugurado el 23 de marzo en Museo Marte de la capital salvadoreña.

Con mirada de arqueólogo, el artista recogió el carbón que a manera de brasas había quedado en el lugar después del incendio.

Con ese carbón empezó a intervenir una de las salas del Museo; sobre las paredes, un suave y envolvente claroscuro fue dotando al espacio de una realidad diferente.

Las paredes de la sala se convirtieron en gigantescos soportes, en espacios abstractos donde emanaba la energía del material; al entrar, una inmensa mancha grisácea nos envuelve como la memoria “de un fuego brutal que no se siente” (John Connolly).

Vista panorámica del proyecto “Carbón”, David Herrera nos muestra una especie de “Capilla Sixtina” en claroscuro.

La altura de las paredes genera una presencia imponente de la imagen, nos hace sentir envueltos, implicados; nos vemos dentro de la obra, sentimos sus texturas y veladuras, es como un viaje a las entrañas de la forma, como habitar la zona gris de la memoria, allí donde se empoza el dolor o donde los recuerdos concentran la luz baja de la ruina: nuestros cuerpos levitan en esa atmósfera de luces y sombras, pero no olvidan la tragedia.

Estar en ese espacio y saber que esa obra es el resultado de una fatalidad nos hace vivir un sentimiento encontrado de culpa y regocijo; culpa porque inevitablemente gozamos de una experiencia estética que es el resultado de un desastre y, regocijo porque más allá de lo que nos dice nuestra conciencia, hay en ese espacio un éxtasis sensorial que activa nuestra sensibilidad, en otras palabras, hay entre el espacio y nosotros una relación de trascendencia: la tragedia evoca un nuevo inicio, un recomienzo, una voluntad de trascender la herida.

El carbón deja de ser un medio, un recurso o el residuo de un siniestro porque al situarse dentro de la matriz artística, abandona lo contingente, su materialidad se reviste del aura del arte, el carbón se exorciza, los demonios de aquel incendio huyen y sufren una espléndida metamorfosis en el recinto del museo, de esta manera, el material pasa a ser objeto de reflexión, el fuego y el carbón encuentran su senda primigenia: ser parte del ciclo vital de la vida.

La propuesta artística de David Herrera dialoga con la frustración colectiva que viven las víctimas del incendio, es como un performance entre el mercado y el museo, pero debemos tener claro que Herrera no suprime la tragedia, sólo la reinventa o reconfigura en el espacio del arte, allí funde la belleza y la angustia en una sola carne: el mercado y el museo devienen en un sólo cuerpo que se desdobla, el primero deja ver la cicatriz pero el segundo la redime en un ritual de luz que lucha por vencer las sombras.

El artista David Herrera dialogando con el autor de este artículo.

Los enormes lienzos que cuelgan de las paredes, resueltos con el mismo material que circunda todo el espacio, son una metaobra (una obra dentro de otra obra), es la reafirmación del lenguaje pictórico dentro de un proyecto que se percibe como una gigantesca instalación en claroscuro: diálogo de lo bidimensional con lo tridimensional.

David Herrera no olvida que este proyecto concebido desde las entrañas del contexto salvadoreño y más aún, desde una experiencia socialmente desgarradora, sólo puede dialogar con el arte si esa experiencia se modeliza dentro del lenguaje artístico, el lenguaje es el medio que articula estos espacios para reafirmarlos en un cuerpo único: mercadomuseo.

No hay duda de que lo siniestro esconde otra realidad: la necesidad de redención, solo el arte es capaz de movernos entre el espanto y el encanto, sólo el arte es capaz de cambiar la cualidad de una catástrofe: lo negativo puede tornarse afirmativo.

No es casual que del centro de la sala se erija un hilo de carbón que va hacia el techo a manera de “vértebra”; en verdad, es una columna, el eje de la fuerza, la voluntad de levantarse y caminar, carbón que piensa, que se abre en un abanico de significaciones, carbón holístico que se conecta con la historia de todo lo humano, carbón-origen, viento de átomos expandiendo la vida, carbón vital, huella en claroscuro que dibuja la caída y el vuelo, la ceniza y las alas; carbón testigo del fuego y, a su vez, testigo de la esperanza, de esa espera sublime que nos hace volver a la vida otra vez.

Advertimos en “Carbón” una enorme capacidad taumatúrgica: del horror que motivó la obra, empiezas a vivir el sosiego de la experiencia artística.

Lo maravilloso de esta vivencia es que todo se concentra en partículas de carbón, un sólo objeto tiene la nobleza de hacernos gravitar en el espacio y alejarnos de la angustia, la reflexión estética toma el lugar del desasosiego.

Como señalé antes, David Herrera no esconde el infortunio, solo lo reinstala en un mundo alternativo donde la desesperanza encuentra salida y lo turbio claridad. Dejemos entonces que ese carbón tocado por el arte siga moviendo el corazón del fuego.

Las texturas y veladuras en claroscuro son recursos tomados de la pintura, “Carbón” es un inmenso lienzo de luces y sombras.
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