Carta sobre una casa-árbol-mar

El poeta Leonel Alvarado leyó “El árbol hace casa al soñador”, de Albany Flores Garca, y dejó en estas líneas la impronta de esa lectura de la poesía del autor hondureño

  • 18 de diciembre de 2024 a las 13:50
Carta sobre una casa-árbol-mar
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Tegucigalpa, Honduras.- Qué mundos, querido Albany, hay en esta casa-árbol-mar que has compartido conmigo; lo he leído con la alegría del tiempo convulsamente detenido. Y me parece que es lo que ocurre en este libro: Una fuerza contenida, que no se desborda debido a la medida trabajada de la escritura.

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Repito: libro que reposa y a veces parecería estar a punto de desbordarse por esa misma intensidad. Libro de viaje hacia varios adentros y algunos afueras; mejor decir, libro de múltiples viajes.

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Antes me ha sorprendido gratamente la seriedad que encuentro en la poesía que se produce en las Honduras desde hace quizá un par de décadas (el tiempo es impreciso), y también me atrae la impronta individual que advierto en libros como el tuyo.

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Esto es bienvenido porque se trata de una poesía empeñada en búsquedas que nos trascienden y que son asumidas con un respeto enorme por el oficio; y en tu libro se siente, además, la relación digna con la palabra y con lo que la palabra toca.

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Sabemos que buscamos otras formas de decir con un lenguaje que nos es limitado y que traduce pobre y malamente las velocidades y las angustias que nos habitan. Y me parece que hay en tu libro una traducción de esos mundos, de paisajes, de encuentros y desencuentros, de grandes búsquedas, repito, hacia los adentros y los afueras que somos y que nos acercan y alejan de los otros.

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Insisto en lo del viaje porque se va hacia adentro de poemas que forman un solo poema, un solo árbol, una casa llena y vacía de sí misma y de lo que somos y no somos. La búsqueda del poema orgánico no es frecuente en el ejercicio de la poesía hondureña; quizá por eso tu libro me hizo pensar en “Tiempo detenido”, de Óscar Acosta; o quizá pensé en ello por la necesidad que tenemos de anclarnos en lo conocido para alumbrarnos a ciertas horas. El libro de Acosta no es definitivo; es otra búsqueda, como debe ser.

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Me complace, y esto es arbitrario, pensar que tu libro converse con una tradición innovadora de nuestra poesía. Tu libro, como los de otros de esas décadas que dijimos, dan para mucha conversación; habrá que sentarlos a la mesa.

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Te felicito por este libro sin prisa; así se siente. Uno se tarda lo necesario para llegar a esa casa que termina haciéndose pedazos, deshaciéndonos. Comparto esta idea de que vamos, como esa casa, en pedazos pero enteros; las fraternidades, los cariños, la poesía nos sostienen, como el árbol a los sueños.

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Y hay tanta mano que llega a ese “solo llamador”, como a la “aldaba sin puerta” de otro poeta nuestro. Queda, entre tantas, esta lección: el acto de decir en ese esperar impaciente, que solo se cumple en el encuentro de esas manos.

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