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Tegucigalpa, Honduras.- “Tensión de rotura” (Fantasma Libros, 2024), de la poeta guatemalteca María Lara, parece una carta a los cuerpos y a las almas, que siempre están a punto de romperse, pero no se sabe muy bien por dónde ni mucho menos por qué.
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El poemario, en sus cuatro secciones, no escatima cuando se trata de mostrar el cuerpo, se explora en cada una de sus partes, de sus funciones, de sus procesos, de sus significados y valores simbólicos, se muestra incluso en la relación con otros: “Ajamos la superficie de los objetos/ con el maravilloso sonido/ de los cuerpos// cuerpos que se aman/ cuerpos que se duelen/ cuerpos que restallan en otros cuerpos” (pág. 34).
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Se lo mira sin juicios sin discursos ni banderas aparentes, nada más con las cualidades mismas que él posee.
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Se construye una tensión con oposiciones: “un vasto páramo sin fuego / poblado / de soledad” (pág. 14); “Trato de diluirme/ en el rocío del bosque/ pero soy roca/ pesada/ visible/ segadora del agua/ que añoro/ ser” (pág. 32), en estos versos hay una dolorosa tensión existencial en la ironía de ser justamente lo opuesto de lo que se pretende, ¿hay acaso algún fracaso superior? La construcción del verso unimembre “ser” en el último aliento del poema delata el peso semántico que tiene en él. Es como si dijera que basta ser para sufrir la tensión.
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Hay un trabajo de precisión en la selección de los vocablos (o debería decir evocaciones) que remiten a la rotura (que aún no es pero tal vez sí), sustantivos como “fractura”, “pedazos”, “fisura”, “grieta”, “herida” y probablemente la mejor elegida de todas, o por lo menos la más llamativa para la lengua: “hiato” y verbos como “romper”, “titubear” o el mismo “tensar”.
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“Tensión de rotura” es un poemario insistente en su temática, en sus estructuras, en sus paralelismos, en los recursos, pero nunca es repetitivo, cada uno de los regresos que hace a sus obsesiones, trae consigo un viento fresco.
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Se puede encontrar una anáfora: “Desde esta orilla/ escucho la voz de mi madre [...] Desde esta orilla/ hundo raíces invisibles [...] Desde esta orilla/ palpo el rostro de la vida” (pág. 36), como un paralelismo: “una fuente las espera/ una gota las recibe/ una duda las posee” (pág. 38).
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Recuerda quizá a un esqueleto, es decir, a la estructura de un cuerpo. Se hace más evidente en el final de cada una de sus cuatro partes, que termina siempre con tres parejas de versos, el primero en forma de pregunta, y el segundo con esas mismas palabras en forma de afirmación.
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La primera pareja de versos se formula en segunda persona singular, la segunda en primera persona plural y la tercera en tercera persona. Cada una de ellas causa un efecto distinto.
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Aquí el cuerpo es más que un cúmulo de carne y huesos, se desdobla en diferentes materias, como haciéndose uno con todo. Y a la vez se usan partes del cuerpo, casi como pretexto para hablar de muchas otras cosas.
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Sentí, por ejemplo, que la voz no es una simple inherencia del cuerpo sino una extensión de este. Después de todo la voz contiene las palabras, los silencios, que también nos constituyen, ¿qué sucede, entonces, cuando de verdad escuchamos al otro?, ¿y qué cuando le hablamos de verdad al otro?
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En la segunda parte del poemario aparece con más claridad la idea del alma, y se genera la tensión, entonces, entre cuerpo y alma, entre lo concreto y lo abstracto, entre la carne y el símbolo, entre ser lo uno y lo otro.
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Habla de un alma, ¿parte del cuerpo? “Tensión de rotura” es un poemario lleno de figuras potentes, de imágenes para recordar y, sobre todo, para pensar.
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Se desarrolla con suficiente amplitud, refresca constantemente su propio discurso, se reinventa ante las posibilidades y permite que el lenguaje, incluso en sus silencios y sus omisiones, cobre su propio sentido, es decir, se ilumine con la poesía.
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Y a propósito de la luz, pensé que, si después de la tensión viene ineludiblemente la rotura, tal vez, solo tal vez, ante la falta de transparencia de nuestros cuerpos, por fin escuchemos “la llegada de la luz” (pág. 78).