Subir al cielo sin subir

“Subida al cielo y otros cuentos” fue el primer libro de Roberto Castillo, publicado en 1980 y reeditado por la Editorial Mimalapalabra en 2021. Este libro daría cuenta de la dimensión literaria del autor

  • 08 de octubre de 2024 a las 11:34
Subir al cielo sin subir
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Tegucigalpa, Honduras.- Es posible que al terminar la lectura de “Subida al cielo y otros cuentos” de Roberto Castillo, hablo exactamente de su última oración, sienta que hay que volver a leerlo. Tal vez no haya manera de entenderlo todo a la primera.

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La última historia, “Crónica”, por lo que cuenta y por cómo está escrita, da la impresión de ser un “bonus track”, de ser un cuento que está allí a manera de epílogo, como si se tratara de un balde de agua fría para aplacar la fiebre que provocó el final de “Subida al cielo”, la penúltima historia.

El prodigio de la fantasía
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Sin embargo, se llega a la última oración y se encuentra con que apenas en ese final comenzaron las verdaderas historias: “Todos los que escuchaban se morían de la risa, y las risas se terminaban, pues ya estaban abriéndoles el local donde tendrían la reunión de su organización campesina” (p. 119).

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Esta oración es un severo giro de timón a los argumentos del libro, cuyos personajes y situaciones parecen nada más excéntricos, pero son una bofetada de realidad (histórica).

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“Subida al cielo...” no evita la crueldad, solamente la disfraza o la reviste solemnemente (que bien podría ser lo mismo) para ponerla frente al espectador. El símbolo en ocasiones nos libra de la terrible experiencia de estar frente a lo fatal, lo mismo que la risa y que la sátira. De allí que pueda considerarse el epígrafe de “Crónica” como el epígrafe de la colección completa: “[...] mejor es de risa que de llanto escribir / pues lo propio del hombre es reír” (de Rabelais, p. 113).

Los reflejos

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Muchas historias se constituyen en dos planos de realidad, Chabacán, por ejemplo, cuenta con su parnaso: “reproduce en imágenes especiales el mundo real, pero sólo puede reproducir el pasado, nunca el presente o el futuro” (p. 44).

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En “El salón de los espejos”, “Blanca Navidad” y “Selene y los espejos” el reflejo es ese otro plano que al principio podría parecer solamente un juego, pero que luego es revelador.

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Hay una correspondencia simbólica que transgrede el simple reflejo: “Las luces estaban encendidas alrededor y dentro del espejo roto” (p.99). Sobre esta oración dos detalles. El primero, la construcción: el narrador no se refiere al espejo como un espejo con luces alrededor sino como unas luces que están fuera pero también dentro del espejo, habla de ese reflejo como si fuera otra realidad. El segundo, el espejo estaba roto, y por lo tanto el reflejo de Blanca lo está y más que el reflejo, ella misma; es una pobre mujer que tiene que desnudarse por las noches para vivir mientras tiene dulces recuerdos de su infancia.

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Ese espejo representa su verdadera condición: “Otra vez estaba maquillada y tenía sueño. Hubiera sido capaz de arrojarse sobre el tocador que sostenía el espejo roto [...] y dormirse allí. Pero el ojo que conservaba abierto le dio un tic, que vio quedarse para siempre en el espejo, cuando se oyó por el altoparlante la voz...” (p.103), que decía su nombre.

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Así también Cuturina, se queda para siempre en el salón de los espejos: “Se entristeció de no poder ir a consolarla, pues Cuturina se había quedado para siempre en el Salón de los Espejos” (p. 98). Un salón cuyos espejos, por cierto, son sinestésicos, es decir, transforman el sonido en imágenes, reflejan la realidad de la misma manera.

Realidad transformada

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Sería divertido (por supuesto no indispensable) pensar que “Genoveva” y “Subida al cielo” suceden en el mismo lugar: Tegucigalpa, después de todo lo que busca ella con las obras de misericordia espirituales y corporales es subir al cielo, al que ya subió Gaspar: “Genoveva hizo cubrir la tumba de rosas rojas porque según dijo, Gaspar ya estaba entre los ángeles” (p. 87).

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La clave de este cuento es la oración: “Al dormir soñaron, pero no soñaban” (p. 89), es decir, es el otro plano. Después de ese sueño-no-sueño la realidad se transforma: “Seguía (Genoveva) caminando sobre cuerpos tirados en plena calle, teniendo a veces que saltar; algunos eran de gente que dormía, otros estaban muertos” (p.90).

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¿Por qué tantos muertos en la calle? “Los niños soñaban que eran grandes y que volaban en el avión de verdad” (p. 92); se transforma en: “El ejército de niños, que ya no son niños, reparte caramelos, ropa...” (p.93). Después, los aviones vuelan bajo y cae una lluvia sobre los tejados de Tegucigalpa. Hay que estar claros que esa lluvia es de las maneras más sublimes y a la vez sutiles de referirse a un ataque de guerra.

Un texto diverso

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Así aparecen en la historia otros planos de realidad como la locura (Anita, la cazadora de insectos) o lo mágico (Las moscas), entre otros.

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Y lo más importante, en ese segundo plano expresado a través de lo onírico, de la locura, de lo sobrenatural, parece estar la verdad o por lo menos el trasfondo de las cosas.

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Del mismo modo, “Subida al cielo y otros cuentos” da para muchísimas lecturas, se puede hablar de la mujer, de la locura, de la guerra, de la muerte real y la metafórica y de la religión, por mencionar algunos temas. Sin duda, uno de los textos narrativos más ricos, diversos y valiosos de la literatura centroamericana.

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Josué R. Álvarez
Josué R. Álvarez
Escritor y docente

Autor de “Guillermo, el niño que hablaba con el mar”, “Instrucciones para un taxidermista” y “De la estirpe del cacao”. Ganador del Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, el Concurso de Cuentos Cortos Inéditos “Rafael Heliodoro Valle” y el Premio Nacional de Poesía Los Confines.

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