Bogotá, Colombia
A sus 67 años, Jorge Enrique Robledo es, seguramente, uno de los oradores más brillantes de Colombia. A su larga trayectoria profesional de profesor, arquitecto y político con vocación de servicio público, se le viene a unir su condición de ser el senador más votado de Colombia con más de 225.000 votos en las últimas elecciones de marzo.
Ahora, con el viento a su favor tras haber sido reelegido y asegurar al Polo Democrático su continuidad como partido, espera continuar con su trabajo político de denuncia de la corrupción y los abusos cometidos por los poderosos.
LA GESTIÓN DE SANTOS COMO PRESIDENTE
Ricardo Angoso: ¿Qué balance hace de estos años de presidencia de Juan Manuel Santos?
Jorge Enrique Robledo: Si se exceptúa el proceso de paz, que a pesar de sus errores fue un acierto, el balance de Santos es desastroso.
Los acuerdos de paz, en lo fundamental, terminaron bien porque desarmaron a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), como era el propósito principal. Nos salimos de más de medio siglo de una violencia estéril –“no mejoró nada y lo empeoró todo”, dijo el padre de Roux–, con lo que el país tiene la posibilidad de empezar otra era.
De lo más importante del proceso de paz, además de desarmar a las Farc, consiste en que se le quitó toda legitimidad a la idea de medio siglo en Colombia de que cuando algo iba mal se adquiría el derecho de arreglarlo a bala, por fuera del Estado de derecho.
Aunque se digan mentiras al respecto, lo cierto fue que las Farc entregaron las armas y se sometieron a la Constitución y a la ley, luego de cambiar a su concepción de hacer política a bala por hacerla dentro de la legalidad.
Pero si se exceptúa el proceso de paz, todo lo demás del gobierno de Santos es un desastre. La situación económica es un desastre; el estado de la sociedad, es otro desastre y la política, desgraciadamente, otro desastre.
Pero con un agravante, a Santos le tocó el país en una gran bonanza minera, como Uribe, con un chorro muy importante de plata entrando que él y Uribe despilfarraron, hasta el punto de hacerles un daño enorme al agro y la industria. Y, ahora Santos entrega un país con malas cuentas externas, notable déficit fiscal, endeudamiento altísimo, bajo crecimiento y una economía en fuerte desaceleración.
Vamos hacia abajo.
El problema es la política ejecutada. Aquí el problema no es de los maquinistas, que además siempre han sido bien malos, sino las carrileras por las que llevan a Colombia, que van al abismo. Otros que hubieran aplicado las mismas políticas habrían llegado al mismo resultado.
R.A.: ¿Pero no le parece que el proceso no tuvo una traducción en la reducción de la violencia en el país si tenemos en cuenta que el año pasado hubo 12.000 homicidios y casi 7.000 desaparecidos?
J.E.R.: No había que caer en la ilusión de que con la firma de la paz con las Farc se iban a resolver los demás otros problemas nacionales.
Se podía terminar con la violencia de las Farc, como en efecto ocurrió, pero era obvio que pervivirían otras violencias, como la del Ejército de Liberación Nacional (ELN), que no estaba sujeta a la negociación. Y las del narcotráfico y la delincuencia común.
Nada de eso tenía por qué cambiar de la noche a la mañana. Hubo y hay astucia e ingenuidad entre quienes pidieron y piden cambios milagrosos, pero eso no le quita una inmensa importancia al fin de las Farc como organización armada.
Es muy importante además haber logrado que miles de personas, que no estaban armadas, pero que sí defendían políticamente esa violencia, hayan renunciado a esas ideas. No olvidemos que las armas no se disparan solas. Las de las Farc se disparaban porque había una idea, una concepción política, que así lo justificaba y ordenaba.
Colombia llevaba un debate de medio siglo acerca de si esa lucha armada se justificaba o no como una respuesta automática al régimen de oprobio en todos los sentidos que hemos padecido. Y para fortuna de Colombia ha quedado claro que la violencia no se justifica por la lamentable realidad de la pobreza que el país ha padecido y padece, cambio de ideas que significa un avance muy positivo para el país.
Y si no se entiende esta inmensa importancia es por la posición cerril asumida por Álvaro Uribe y sus seguidores, que convirtieron el proceso de paz en un pretexto para hacer política doméstica para ganar la jefatura del Estado, aun a costa de negar verdades incontrovertibles y hacerle daño al país, que necesita, luego del proceso, lo que he llamado el desarme de los espíritus, que no consiste en que desaparezcan las controversias pero sí que no se libren como peleas de perros y gatos y menos si como ocurre en este caso apuntan a ocultar que santistas y uribistas, me refiero a sus élites, coinciden el en 99 por ciento de los asuntos del Estado.
EL RECHAZO AL PROCESO DE PAZ
R.A.: ¿Cree que la victoria del “no” en el plebiscito sobre los acuerdos de paz representaba el sentir de la mayoría de los colombianos?
J.E.R.: Es un hecho que ganó el No en el plebiscito, así no fuera por una diferencia abrumadora. Y ello ocurrió en parte porque el debate político se ha degradado mucho en Colombia, donde los hechos poco o nada importan, por más incontrovertibles que sean.
Y en esta descomposición cuenta bastante que las redes sociales, aquí y en otros países, terminaron convertidas en instrumentos de manipulación tan poderosos que ya hay un debate global sobre qué hacer con esta nueva y perversa realidad, que en Colombia se están usando para llenar de miedo y de odio a los colombianos, la mejor manera de engañarlos.
En tales proporciones se ha degradado el debate que resulta inevitable pensar en el dirigente nazi Joseph Goebbels, quien aseguraba que una mentira repetida miles de veces se acaba convirtiendo en una verdad, por aquello de que los hechos son los hechos pero las realidades son las percepciones –se le atribuye a Einstein–, aunque no reflejen la realidad.
Y tenga en cuenta que, así lo oculten, todo el acuerdo agrario entre las Farc y el gobierno fue modificado según las exigencias de Uribe y Pastrana. En lo que no pudieron ponerse de acuerdo fue en otros temas.
LA CORRUPCIÓN
R.A.: ¿Qué medidas se pueden tomar para poner freno a la corrupción galopante que padece Colombia?
J.E.R.: La corrupción de Colombia, de sus élites, que es de las más altas del mundo, todo hay que decirlo, tiene su origen en un pacto que se hizo cuando se creó el Frente Nacional hace sesenta años.
Esto está perfectamente documentado y consistió en que los dos grandes partidos que en Colombia habían monopolizado el poder desde el siglo XIX, el conservador y liberal, decidieron hacer política, ganar las elecciones y mantenerse en el poder, a punta de corrupción.
La teoría argumentó, y así sigue ocurriendo, que para vencer al populismo, considerado como cualquier idea que no estuviera de acuerdo con los intereses de ellos y de sus beneficiarios en los grandes negocios privados, valía todo, incluidas todas las formas de corrupción que permitieran arrear a los electores a las urnas.
Lo que hoy se padece es la extrema putrefacción de una pócima medio siglo pudriéndose y que ha sido adobada por el narcotráfico, las privatizaciones y la mayor corrupción de las trasnacionales.
Entonces, no estamos ante una corrupción de ovejas descarriadas o de manzanas podridas, sino de una corrupción del sistema, es decir, sistémica, que es como yo la defino.
“El problema no es la corrupción, sino el sistema que la genera y mantiene”, dijo el ex ministro de Hacienda Rudolf Hommes, quien conoce el monstruo por dentro. Y en ese sistema está inmersa toda la política tradicional de Colombia, toda sin excepción, empezando por el partido Liberal y el Conservador, al igual que sus partidos hijastros, que son los varios que vienen de ellos, incluido el Centro Democrático.
De ahí que haya solo una posibilidad de cambio en el país y es poner al frente de la presidencia de la República a alguien de fuera de ese sistema, derrotando a los que, por acción o por omisión, son los responsables de esta esta tragedia nacional.
Y esa es, precisamente, nuestra propuesta con la Coalición Colombia y Sergio Fajardo, nuestro candidato a la Presidencia. Porque no es que falten leyes o que alguna autorizara que una trasnacional corrupta como Odebrecht financiara las campañas presidenciales del 2014, la de Santos y Vargas Lleras, de una parte, y la de Oscar Iván Zuluaga y Trujillo, de la otra, es decir, las de la Unidad Nacional y el Centro Democrático, que hoy respaldan a Iván Duque y a Germán Vargas Lleras para la presidencia de la República.
LA NECESARIA REFORMA DEL SISTEMA DE SALUD
R.A.: ¿Qué falla en el sistema de salud colombiano, qué se debería de cambiar?
J.E.R.: Casi todo. Lo primero que hay que hacer es cambiar la Ley 100 de 1993, que le entregó al capital financiero –a las EPS– el derecho de hacerle ganancias no a su plata privada –que es lo obvio– sino a la pública del sistema de salud.
Y para empeorar las cosas se le entregó como si las EPS, que manejan recursos públicos por 35 billones de pesos, fueran ángeles, por lo que operan sin ninguna auditoría seria por parte del Estado.
Un día le pregunté a un ministro de Salud por qué no existía una auditoría estatal robusta que impidiera que se robaran la plata y me contestó que el sistema estaba diseñado para que mediante la libre competencia unas EPS vigilaran a las otras, pues si alguna actuaba mal los usuarios se pasaban a otra, y la felicidad para todos. Nos tratan como a imbéciles.
Robar en el sistema de salud es una ganga y se hace con total impunidad. Llevo años destapando estas lacras en el Senado, demostrando lo que pasó por ejemplo con Saludcoop. Y la Contraloría, por mi debate, investigó y sancionó a esa EPS a devolver, en plata del 2013, 1,4 billones de pesos que se había robado, plata que a la postre se perdió con la complicidad del gobierno y que a al momento de esta entrevista no había llevado a la Fiscalía a capturar a nadie.
Es notorio que en la defensa de este régimen de salud o de antisalud hay un acuerdo entre las fuerzas de la Unidad Nacional y el Centro Democrático, que hasta las pasadas elecciones controlaban el 90 por ciento del Congreso.
Como ha pasado con el caso Odebrecht, donde han llegado a un pacto de impunidad en el mismo se incluyen el Centro Democrático, la Unidad Nacional, Santos, Uribe, Vargas Lleras, Duque y Luis Sarmiento Angulo, que es el hombre más rico de Colombia. Y el Fiscal Néstor Humberto Martínez es el titiritero mayor de una obra redactada para que la impunidad prospere y queden bien los mismos con las mismas.
LA CRISIS GLOBAL DE LA POLÍTICA
R.A.: ¿Parece que hay una crisis de la política tradicional, no sólo en Colombia, sino a nivel global, no cree?
J.E.R.: Creo que este modelo de la globalización es un sistema de brutal concentración de la riqueza en unos pocos países y en esos países en manos de muy pocas personas. Las cifras de concentración de la riqueza son escalofriantes y las de la pobreza, también, como las del desempleo y las fallas de los sistemas de educación, salud y pensiones.
Entonces, con esos antecedentes, es normal que en el mundo entero haya un repudio general a las clases políticas que han gobernado. Y si a eso le añadimos la inmensa corrupción es explicable el malestar.
George Soros, que es uno de los grandes financistas del mundo, dice que en la globalización neoliberal el capital que manda es el financiero y que dicho capital no es inmoral, sino amoral, es decir, que no tiene moral, y que en este sistema, agrega, les va mejor a los que no tienen escrúpulos morales, por lo que estos son los que llegan a la cumbre del poder.
LA SITUACIÓN DE VENEZUELA
R.A.: ¿Cómo examina la crisis de Venezuela, la llegada de miles venezolanos a las fronteras de Colombia?
J.E.R.: Es muy doloroso lo que está pasando. El nivel de sufrimiento de la gente es muy grande porque no funciona el modelo económico que han implantado. Y funciona mal porque se golpeó la economía empresarial y con ella toda la economía.
Además el gobierno ha generado una ruptura institucional y en contra una oposición política con fortaleza reconocida, todo los cual ha generado en un cuadro enfrentamientos realmente complejo.
Pero con mayor razón hay que insistir en que tienen que ser los venezolanos quienes resuelvan sus problemas, sin interferencias externas.
Para el interés nacional de Colombia –para el de Colombia, reitero–, que hay que tener siempre presente que también sería un error gravísimo respaldar que Estados Unidos promueva una agresión militar en Venezuela. Porque violaría la soberanía venezolana y podría conducir a confrontaciones armadas de inmensa gravedad, que podrían incluso incendiar a Colombia.
El drama del Medio Oriente muestra que se sabe por dónde empiezan las agresiones militares pero no se sabe cómo terminan y que las posibilidades de que inflamen a una región entera son muy grandes.
Sobre los miles de venezolanos que están cruzando la frontera hacia Colombia, dos criterios: actitud democrática hacia ellos y medidas del gobierno colombiano para atender las nuevas realidades que se generan en el país.
LA IZQUIERDA EN EL MUNDO Y EN COLOMBIA
R.A.: ¿Cuál es la alternativa ante la situación que estamos viviendo, sobre todo en un momento en que la izquierda hace políticas de derecha y ya casi no hay distinción entre ambas concepciones ideológicas?
J.E.R.: Cada vez más la palabra izquierda sirve menos para establecer cuáles son las posiciones políticas y cómo llamarlas, entre otras razones porque son los medios de comunicación del statu quo más retardatario –de la derecha, si prefiere– los que se arrogan el derecho a decir quién es o quién no es de izquierda y ello lo establecen de acuerdo con las conveniencias políticas de las concepciones reaccionarias. Imagínese que una vez don Felipe López Caballero, hijo de expresidente de la República, muy amigo de Santos y propietario de la revista Semana, fue capaz de decir que “Santos era el jefe de la nueva izquierda colombiana”.
En los hechos, pareciera que va a terminar siendo cierta la afirmación de Felipe González –ficha del rey de Marruecos, de Carlos Slim y de las trasnacionales españolas, ¡pero definido como “de izquierda”!– en carta a Lucho Garzón, el ex presidente de la mayor central obrera colombiana y el ex miembro del Comité Central del Partido Comunista que terminó haciendo política con Álvaro Uribe y Enrique Peñalosa y fue ministro de Santos: “usted y yo que pertenecemos a ese ámbito indeterminado que llaman la izquierda…”.
¡Ámbito indeterminado, es decir, sin fronteras, nada, o todo, cualquier cosa! También están los casos de dos ex candidatos presidenciales del Polo Democrático Alternativo que rompieron con el partido porque este no les aceptó su determinación de aliarse con Santos, quien nunca ha dejado de representar los intereses de Washington y de la fuerzas más retardatarias de Colombia, así haya firmado un proceso de paz con las Farc con el que algunos justifican cualquier posición.
Lo que faltaba en la confusión reinante: meten el cuanto de que la naturaleza política de una persona, sector social o país depende de si se suscribe o no un acuerdo de paz, como si un pacto de esos no le pudiera convenir a intereses contradictorios que se deciden tramitar de otra manera, dentro de un determinado marco constitucional.
Y tenga en cuenta que Santos usó su izquierdismo para intentar destruir al Polo por la vía de cooptarlo, de ponerlo a comer en la mano, ofreciéndonos como gran justificación moral para que nos volteáramos el proceso de paz, con el cálculo de ayudar a ocultarle a Santos sus concepciones profundamente retardatarias en lo económico, lo social y lo político y las mismas de Uribe, Pastrana, Samper y Gaviria, que son todas las del Consenso de Washington y la recolonización de Colombia.
No sin esfuerzos, porque la agresión santista fue muy dura, la mayoría del Polo se negó a seguir las orientaciones de Clara López, ex presidenta del partido y excandidata a la presidencia de la República nombrada ministra por Santos – “ministra de oposición”, según dijo ella–, de manera que logramos salvar la orientación del Polo que creamos con Carlos Gaviria.
Por esto es que estamos en la coalición en la que estamos, que podría definirse como “ni-ni”, ni con Uribe ni con Santos –incluido en el santismo al vivo de Vargas Lleras–, porque aquí el juego del establecimiento santista es cooptar a la izquierda colombiana, así como el de la uribista fue enfrentarla. Inclusive, nadie ha sido más agresivo contra la izquierda y los movimientos populares en Colombia que Santos, porque ha sido más astuto, más eficaz, más dañino.
R.A.: ¿No tiene la impresión de que la situación de la izquierda hoy en Colombia es peor que hace unos años, en el sentido de que está más fraccionada y dividida?
J.E.R.: En desarrollo de lo dicho, entre las fuerzas que no venimos de liberalismo y el conservatismo –de donde vienen todos los sectores hoy uribistas y santistas– y que en algún momento estuvimos unidos en el Polo, hay un desacuerdo profundo sobre si hay que escoger entre ser santistas o uribistas, en el sentido de que esa es la alternativa de última instancia, posición que en estas elecciones presidenciales se traduce en aceptarles el juego a Santos y a Uribe de dividir el país como se dividió en el plebiscito del sí y el no del proceso de paz.
¡Cómo si en el país no hubiera más asuntos de importancia capital en el que uribistas y santistas coinciden! Dentro de esa lógica, las Farc fueron las primera en proponer un gobierno de transición, que no es otra cosa que ampliar la Unidad Nacional de Santos con ellos y con otros sectores.
Y si Petro no está en eso fue porque ni el partido liberal ni el de la U, que es el de Santos, le aceptaron la propuesta de unidad que este les ha ofrecido reiteradamente, acuerdo que si no le aceptaron es solo porque consideran que esa alianza los aislaría de amplios sectores del país, dadas las enormes resistencias que Petro genera.
R.A.: ¿Por qué finalmente no se decantó por ser candidato presidencial?
J.E.R.: Fui candidato presidencial del Polo con dos orientaciones: una candidatura ni-ni, es decir, ni uribista ni santista, a todos los cuales llamamos, como los llamaba Jorge Eliecer Gaitán ya en 1940, los mismos con las mismas. Y promover una convergencia nacional tan amplia que fuera capaz de vencer a Duque y a Vargas Lleras, los candidatos de Uribe y Santos, así Santos y Vargas aparezcan como con algunas distancias de menor calado, incluso sobre el proceso de paz, que no hubiera podido salir adelante sin el respaldo de Cambio Radical, el partido de Vargas. Tome nota que ya Vargas Lleras y Duque hicieron saber se unirán en una segunda vuelta presidencial para derrotar al que sea.
Por el camino y con esa orientación, el Polo, la Alianza Verde –Claudia López– y Compromiso Ciudadano –Sergio Fajardo– acordamos unirnos en la Coalición Colombia y escoger como nuestro candidato a Fajardo, a partir de tres coincidencias: un programa acertado, platearnos como un proyecto de unidad de largo plazo y proponerle al país el único candidato que en Colombia es capaz de generar la unidad tan amplia que hay que lograr para poder derrotar a los candidatos de Uribe y Santos: Iván Duque y Vargas Lleras, candidaturas que se sabe no pueden ser vencidas por la de Gustavo Petro.
Mi decisión de renunciar a la candidatura presidencial, además, tiene como fundamento una idea que desde siempre ha acompañado todas mis decisiones políticas: solo hago aquello que considero lo mejor para Colombia, así pueda no ser lo mejor para mí.
Y el Polo también llegó a la conclusión de que la candidatura de Fajardo es lo mejor para Colombia, de entrada porque no les facilita las cosas a quienes quieren regresar al bipartidismo liberal conservador con otros nombres, bipartidismo responsable de todas las tragedias nacionales.