TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Un poema, “Ante la tumba de Juan Ramón Molina”, bastó para descubrir la calidad de la poesía de Fernando Flores.
Lo leí en un café de un centro comercial de Tegucigalpa, frente al autor, que estaba del otro lado de la mesa, con su uniforme de la Cruz Roja.
Cerré el libro y lo quedé viendo. “¡Bellísimo... En estos versos uno lo lee a usted y lee a Molina al mismo tiempo”, le dije.
Flores, de 42 años, presentará hoy, en Café La Estancia del hotel Clarion, a las 6:30 de la tarde, con lluvia o con cielos despejados, dos libros: “De mi ser” y “Corazón del cielo”. Ambos han sido publicados por Editorial Arttegrama, de Chile.
“Son libros de amor”, me dijo Fernando.
Versos a sus padres; a su hijo Sebastián (de cumpleaños hoy... ¡Felicidades!); al desamor, porque este también es una forma de amor; a los recuerdos; a todo eso que llamamos vida...
“Escribo desde pequeño... Siempre me gustó la poesía, pero no me atrevía a publicar. Estoy muy contento porque podré presentar estas dos obras”, señaló.
Su influencia en la lectura tiene nombre y apellido: Santos Pastor Flores Amador... su padre. A Fernando lo estremecen los recuerdos.
“Mi papá nunca me compró un juguete —contó—; siempre regaló libros. Libros y más libros. Eso me hizo enamorarme de la literatura”.
En medio del relato asoma el deseo de llorar. O al menos así interpreté sus ojos llorosos. Pero de que Fernando estaba conmovido al hablar de su padre, no tengo duda.
¿Quién escribió estos versos?
Parecen los versos escritos por alguien con el corazón partido en dos: mitad niño, mitad adolescente. Hay cierta inocencia, sencillez para ver las cosas, una pizca de ingenuidad.
Para leer “Corazón del cielo” y “De mi ser” no se necesita diccionario ni manuales de ortografía. Tampoco una intelectualidad pretenciosa que te eleve hasta las nubes, allá donde dan mareos.
“Yo dejo a mis lectores que hagan sus propias conclusiones. A algunos les gustará lo que escribí; a otros, seguramente no. Yo respeto y valoro todas las opiniones por igual”, dijo Fernando.
Fernando es voluntario de la Cruz Roja desde que tenía dieciocho años. Estuvo en primera línea en eventos como Mitch, Eta e Iota.
El año pasado le entregaron un reconocimiento “por su entrega, sensibilidad humana y profesionalismo en la atención de quien más lo necesita”.
Presentar sus libros ante el público le provoca algo que no le sucede con huracanes, inundaciones ni derrumbes: nervios. Es algo que tiene que ver con su timidez.
“Estoy nervioso —reconoció. Sobre la mesa había dos tazas de café, y parecía que la gente que usaba las gradas eléctricas subían o bajaban del cielo—. Pero iré con toda la actitud para que el lanzamiento de mis dos libros sea un éxito”.
No tengo duda que así será.