TEGUCIGALPA, HONDURAS.- En noviembre de 2021, en el marco del Bicentenario de la Independencia de Centroamérica , se exhibió en el Centro Cultural de España en Tegucigalpa el proyecto artístico “El pasado adelante” .
En esta oportunidad quiero referirme a tres obras que tienden a problematizar ya poner en tensión las relaciones entre arte y contexto y, sobre todo, las relaciones entre el discurso estético y los medios o recursos utilizados para construir este discurso.
Estas piezas escapan a los límites conceptuales de la propia curaduría, es decir, son obras que pueden funcionar en cualquier contexto que apunte al tema de la memoria y la deconstrucción, me refiero a “Bendiga Dios la pródiga tierra en que nací”, de Medardo Cardona; “El tributo”, de Scarlett Rovelaz”, y Fantasy Identity, de Brenda Raudales.
Medardo Cardona y la historia que germina
Conversando con Cardona, planteó una perspectiva que a mi juicio define con claridad la lógica de su propuesta, lo cito: “La intención general radica en establecer sintonías formales y alegóricas con aquellos espacios geográficos desplazados, como es el caso de Honduras y sus hermanos países centroamericanos, apoderándose de sus símbolos identitarios como la bandera, el escudo y en este caso, el mapa de su división política”.
El planteamiento anterior reafirma una característica muy particular de su producción: es el único artista hondureño que gracias a su sistematicidad ha logrado establecer una estética de la territorialidad o una poética del territorio.
Lo de Cardona, más que una obra, es un programa. No olvidemos que este proyecto, “Bendiga Dios la pródiga tierra en que nací”, se enmarca dentro de la serie “Reconfiguraciones territoriales” (2018), propuesta que ha sustentado un discurso sobre tres ejes en permanente tensión: arte, territorio y conflicto geopolítico.
Este trabajo de Medardo Cardona tiene resonancias conceptuales con “Memoria fragmentada desde el centro de América”, de Santos Arzú y Bayardo Blandino (1997).
El desgarramiento ha vuelto ancho el dolor y angosta la esperanza. No en vano Rafael Heliodoro Valle dijo que: “La historia de Honduras puede escribirse en una lágrima”, y más tarde el poeta Roberto Sosa, le respondió: “La historia de Honduras se puede escribir en un fusil/sobre un balazo, o mejor , dentro de una gota de sangre”.
En la obra de Cardona, la herida de Centroamérica es la herida de su cuerpo (territorio), es por ello que la misma tiene una simbología precisa, por ejemplo, una serie de lienzos de lona cruda con una herida saturada que recupera el espacio visual de norte a sur o viceversa como si fuera, según el propio artista, una “carta náutica”.
Abajo, y con el fin de establecer una alegoría dentro de este paisaje histórico, aparece un trecho de tierra que por ser extraído de la aldea La Trinidad, lugar donde se libró una de las batallas memorables de Francisco Morazán, posee una poderosa carga semántica.
Al pasar los días, en esa porción de tierra obtendrá a germinar plantas que visualmente se conectará con ese paisaje herido y fragmentado, surgiendo así un poema donde la sangre hace germinar la flor y donde la flor es el canto de la sangre.
Curioso gesto de deconstrucción: una obra romántica perviviendo en la simbología de un lenguaje contemporáneo.
Lamentablemente, la decisión de dejar esta pieza en el espacio que se le brindó, me pareció desafortunada porque limitó su potencia visual y su capacidad de ensanchar todas las variables conceptuales que la obra sugiere.
Scarlett Rovelaz o la deconstrucción de un escultor
Rovelaz hace un formidable ejercicio de deconstrucción en la obra llamada “El tributo” ; en la acepción de la artista, el nombre representa un homenaje al escultor Mario Zamora Alcántara (1920-2017); otro de los nombres con que se le conoce a la obra es “El comercio” .
La escultura original (1960) está ubicada en el patio central de la Escuela Nacional de Bellas Artes y alude a las relaciones desiguales de intercambio comercial entre Honduras y Estados Unidos representado por las compañías bananeras.
Más allá del tema, la pieza de Rovelaz toma otra estrategia: se trata de 5 fotografías tomadas por Iveth González, estas fueron impresas cada una 13 veces en lámina de acetato para totalizar 65 imágenes (edad de la escultura original al momento de exhibirse este proyecto en el CCET).
Todo ese conjunto evoca la misma altura de la escultura y, a su vez, sobre la base de una técnica en origami, moldea la tridimensionalidad de la pieza recobrando así su naturaleza escultórica.
“El tributo” de Rovelaz no sigue la misma formalización de Zamora, aquí se rompe la jerarquía formal de la naturaleza clásica para dar paso a una lectura contemporánea a través de la fotografía y del dislocamiento estructural de la obra.
La misma se sitúa por fuera de una lógica funcional (ya no interesa como objeto de denuncia) dando lugar a un juego de imágenes fragmentadas que conectan la mirada con experiencias más relacionales que formales.
En esto último reside el gran aporte de Scarlett Rovelaz, no solo estamos frente a la deconstrucción formal de la escultura original, también propone una deconstrucción del tiempo y una más audaz: la deconstrucción material, es decir, una nueva proyección técnica, formal y conceptual de la obra.
Brenda Raudales o la estética del desplazamiento
Mediante una técnica de cerámica sublimada digital, inédita en una muestra artística, Brenda Raudales nos propone la obra Fantasy Identity.
La propuesta llama la atención por el gesto de desmitificar la concepción de identidad romántica y bucólica que caracterizó gran parte de la producción de Arturo López Rodezno, específicamente en su obra “Tegucigalpa”.
La artista hábilmente traza una ruta que nos acerca y aleja de la gráfica del maestro, pero su imaginario es otro, es el río contaminado, la marginalidad de los barrios, la explotación infantil, el paramilitarismo, los lugares que el tiempo transformó en un paisaje sórdido y anodino.
Estamos ante una estética que deconstruye la ciudad cívica y virtuosa de los años cuarenta del siglo XX y nos invita a visitarla desde un presente agobiante.
Esta obra de Raudales me hace recordar irremediablemente al poema “Tegucigalpa” de Juana Pavón: “Tegucigalpa marginada y rota/ Tegucigalpa de privilegios/ contraste de mis contrastes/ depósito de miseria y lágrimas arrastrando mi tristeza.
Frente a la gráfica idílica, ensoñadora de López Rodezno, Raudales nos ofrece un desplazamiento plástico y temporal dentro de un escenario urbano donde la desmesura no tiene límites, donde los pliegues de la identidad se manipulan en un doloroso juego de intereses, es por ello que Raudales propone un rompecabezas deslizable para que sus habitantes dibujen o desdibujen esos límites que configuran su propia visión de identidad.
De esta propuesta valoro el método de “gráfica comparada” que reúne (no identifica) pasado y presente, donde además subyace un gesto provocador que sutilmente demuele los cimientos visuales y morales de una ciudad que ya no existe.
El proyecto de Brenda Raudales no oculta que la técnica utilizada y los rasgos industriales del dibujo terminan confrontando los códigos del dibujo tradicional.