De niño añoraba cantar para ser el Sandro o el Palito Ortega que admiraban las colegialas de Danlí, pero Dios le cambió las canciones por los goles y hoy ya liga casi 40 años de estar narrando y estremeciendo el dial con esa voz tan impactante como inconfundible.
Sí, esa voz que lo delata y que para nada pasa desapercibida.“Buenos días, mucho gusto, ¿qué tal, Erlin?”... No hace falta preguntar quién es, su grave timbre es su mejor carta de presentación.
“Me agrada muchísimo que en las calles o en los centros comerciales, solo con que diga: ‘Hola, buen día’, ya me identifican y me dicen: ‘Usted es Henry Marvin Cabrera, ¿verdad?’. Eso no tiene precio”, cuenta el danlidense, mientras se acomoda entre la hospitalidad de la que ha sido su casa desde 1978: Radio América. Y allí se comienza a enhebrar una plática que descubre una a una las páginas del libro de su vida...
Un gusto don Henry Marvin. Danlidense de cepa, ¿verdad?
Claro. Me crie en las polvorientas calles de Danlí vendiendo pan. Somos dos hermanos de padre y madre, pero mi papá fue un poco promiscuo porque llegamos a la buena cantidad de 24 hermanos.
Me imagino que tuvo una niñez pegada al fútbol...
Claro, claro... Me daba de portero y por eso recibí el mayor castigo de mi vida. Había una potra de esas que le tronaba y me llamaron para que me pusiera de portero, entonces al lado del marco pongo una paila que traía con 25 libras de queso; atrás del marco había una pulpería y creía que me estaban felicitando porque me aplaudían y yo decía: “¡Qué bien estoy!”.
¿Y no era eso?
La señora de la pulpería me estaba diciendo que unos cerdos me están comiendo el queso. Empecé a llorar porque sabía lo que me esperaba. Me amarraron a un árbol de tamarindo que había en la casa y me agarraron con un lazo mojado. Me pegaron esa que nunca la voy a olvidar, ja, ja, ja.
¿En ese momento ya narraba partidos?
Mi vocación de la narración nace precisamente en las calles de Danlí, con un canasto a cuestas lleno de pan, porque mi madre se dedicaba a esa actividad.
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¿Qué recuerdos tiene de esa época en su pueblo?
Había cantantes muy de moda, como César Costa, Palito Ortega y Sandro, y yo sentía la admiración de las colegiales por ese tipo de cantantes, entonces le pedía a Dios que me hiciera cantante, pero no cualquier cantante. Para cantar canciones, tal vez hago una que otra tonada, pero Dios es tan misericordioso que yo quería cantar y él me hizo cantante de goles.
En cuanto a su voz, ¿es natural o la trabajó?
Pues con la experiencia se va madurando, además de algunos cuidados. Yo no tengo menos de 25 años de usar el limón con miel; todas las mañanas hago gárgaras y eso me hace una limpieza de garganta.
¿Pero cómo inició en el mundo de la narración?
Mi mamá tenía comedor y los días de pago había no menos de 30 personas. Yo me subía al palo de tamarindo de la casa, narraba un partido imaginario entre Olimpia y Motagua y cuando caía gol de Motagua, brincaban los de Olimpia y decían: “El empate”… venía el empate y así iba de empate en empate... Cuando bajaba del árbol, por lo menos había sus 10 lempiras en una canastita.
-Su gusto por el relato lo llevó a Radio Oriental y, tras narrar un amistoso de Olimpia y recibir consejos de alguna gente, viajó a Tegus. “Había venido a la capital a vender rosquillas, pero agarrado de la nagua de mi madre. Me vine a los 17”.
¿Y a qué radio llega?
En unas cajitas traía 25 barras de jabón y mi ropita y llegué a Radio América (1965) a pedir una oportunidad. Quería llegar a una radio grande por vanidad, para que mis amigos y compañeros de potra dijeran: “¡Ve, dónde está ese jodido!”.
¿Y desde allí se quedó en La Poderosa?
Lo cierto es que me dijo el operador: “Entre al estudio y cuando se encienda esa luz roja empiece”. Era un tipo muy serio y ante ese trato, se encendió la luz y no dije ni “ah”, se me hizo un nudo en la garganta y me bloqueé por completo.
-Tras ese revés, tomó un taxi, tocó la puerta de Unión Radio y allí se encendió la luz de la esperanza. Entró como locutor, pero él seguía obsesionado con su pasión: la narración...
¿Cómo dio el paso de locutor a narrador?
Unión Radio era la emisora del béisbol y el básquetbol y yo llevaba los cables para instalar el equipo. Una vez llego al gimnasio Rubén Callejas Valentine, instalo, el juego empieza y no había ninguno de los tres que hacían la transmisión, entonces me sentí con fuerza, abrí micrófono y empecé a narrar básquetbol. Así empecé...
Pero tras cinco años en Choluteca y tres en Emisoras Unidas, cumple su sueño en la América, ¿no?
Sí, vine, platicamos y aquí estoy desde septiembre de 1978 hasta este día que estoy platicando con usted y con los lectores. Aquí en la América llegan las oportunidades, como por ejemplo, ir por primera vez a un mundial.
Bueno, llegaron siete mundiales y muchas coberturas. En esas vivencias hay más de alguna anécdota...
Una vez andábamos con Luis Edgardo Vallejo en una transmisión de la Selección en Lima, Perú, y cuando faltaban tres minutos para el final, me dice: “Andate para abajo, lograte un par de entrevistas”. Tomo el ascensor, se va la luz y me quedé encerrado como siete minutos.
Hablando de mundiales, ¿es cierto que Marcelo Bielsa (entrenador argentino) lo felicitó por su voz?
Eso fue en una conferencia de prensa en el mundial de Sudáfrica 2010. Cuando me toca preguntar, subo el switch del micrófono y no me funciona, entonces levanté un poquito la voz y le dije: “Señor Bielsa, soy Henry Marvin Cabrera de Radio América de Honduras”... y le formulé la pregunta, pero no me responde, si no que me dice: “Debo felicitarte y qué daría yo por tener esa voz tuya dirigiendo al Real Madrid”.
¿Le ha tocado llorar alguna vez por el fútbol?
Me tocó en el Mundial de Sudáfrica. En el momento en que se inaugura la sala de banderas de los países participantes, se izan los pabellones y se entonan los himnos, sentí una nostalgia por mi país y de repente empecé a llorar de puro
sentimiento hondureñista.
Hablando de sentimientos, ¿cuál ha sido su mayor tristeza en la vida?
Cuando muere mi madre (Enma Cabrera). Es un momento indescriptible, un dolor que jamás se supera; mi madre muere en plena Navidad (25/12/1998) y ese dolor se lleva el resto de la vida (pausa)... Hay momentos que siento la necesidad de hablar con un confidente, entonces agarro mi carro y me voy para Danlí a la tumba de mi mamá; a uno que otro le ha sucedido el hecho de platicar con una tumba.
¿Qué siente cuando habla con su madre?
Cuando yo salgo del cementerio, vengo como reconfortado, como que mi madre me escuchó o como que me aconsejó en uno que otro problema de los que tiene uno en los momentos de tribulación. Parece insólito ir a hablar con una tumba, pero se tiene la fe inquebrantable de que los restos de ese ser le escuchan y usted siente que le responden. Voy con
alguna frecuencia.
Eso en cuanto a tristezas, pero, ¿cuál ha sido la mayor de sus alegría?
Cuando nace mi primer hijo (Carlos Roberto), un momento indescriptible. Eso en el orden familiar, pero en mi trabajo es cuando se me da la oportunidad de mi primera copa del mundo como narrador (1982). Eso es como cuando se está graduando y lo llaman al estrado a recibir su título.
Ha relatado cientos de goles, pero, ¿cuál es el que más gritó?
El gol de Pecho de águila Zelaya en la Copa del Mundo de España 82. ¡Uff! Lo grité con el alma, era el primer gol de mi país en una Copa del Mundo.
¿Le hace falta algo en su carrera?
Yo me siento realizado. Tengo una familia bien estructurada, mis hijos son profesionales, ya están casados, tengo un trabajo estable en una empresa de mucho prestigio, Dios me ha dado la oportunidad de poner mis pies en los cinco continentes y eso hace que como hombre y profesional de la radio me sienta realizado...