TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Como mil demonios sueltos, los autos que escupen cólera por el escape se apoderan de la jungla de cemento en la soleada mañana capitalina; José Antonio Galdames llega algunos minutos tarde a su lujosa oficina y se disculpa: “El tráfico de Tegucigalpa me estresa... es que en La Ceiba andamos en bici... ja, ja”.
Tiene toda la pinta de sacerdote el personaje vestido de guayabera blanca y pantalón azul que estrecha la mano del fotógrafo Emilio Flores poco después de cruzar el umbral. No lo sabíamos, pero lo confirma: “Es que ya vengo con la aureola incorporada... ja, ja, ja”, dice mientras agacha una cabeza del color de las aceitunas que está perdiendo pelo justo en el centro de gravedad. Ya fuera de bromas nos revela: “Tengo dos años de haber iniciado una carrera que me ha generado críticas y mofas: teología”.
- ¿Cuéntenos por qué motivo se mete a estudiar teología un ministro de Ambiente?
- Lo hago porque si ya tengo conocimientos técnicos y políticos, ahora necesito tener conocimientos religiosos para tomar las mejores decisiones en esta Secretaría.
La parte religiosa me puede ayudar a ser una mejor persona y a saber a dónde voy en la vida.
José Antonio Galdames es una extraña mezcla de elementos que lo hacen peculiar: va de aquí para allá como un pequeño saltamontes, pero su tiempo es increíblemente controlado por un diminuto pedazo de cartulina de colores que le dice todo lo que debe hacer. Que a las 8:00 de la mañana atiende a esta gente; que a las 4:00 de la tarde se entiende de los políticos; que a las 12:00 del mediodía
almuerza. Que a las 5:00...
¿De dónde viene José Antonio Galdames?
Somos 0101, ceibeños de corazón. Nací en el barrio Inglés, pero crecí en una vecindad propiedad del señor Taufiq Nasser en el barrio El Imán y otra parte de mi niñez la pasé en Potreritos.
O sea que creció en una vecindad como la del Chavo del Ocho, ¿eh?
Sí... ja, ja, ja. Éramos muchos niños y muchas niñas que íbamos a la Escuela Dionisio de Herrera a doble turno. A mí me decían “Chepito” y jugábamos fútbol de calle, aunque yo era malo, era suplente del portero... ja, ja.
P ero recuerdo que cuando estaban las finales de las Grandes Ligas en EE UU nos contagiábamos de béisbol y como no podíamos comprar guantes, los fabricábamos...
¿Cómo?
Cortábamos por mitad las pelotas de fútbol de plástico, dibujábamos nuestra mano en el caparazón, abríamos los hoyos y por abajo los amarrábamos. Eran como nuestros guantes artesanales y de la otra mitad del caparazón salían los cascos.
Vivían con lo justo.
Claro. Mi familia era muy humilde, muy luchadora y si hay un recuerdo que jamás se me olvidará es cuando mi abuela-mamá me compró mi primera bici, una Chopper de segunda que le costó 40 lempiras. Fue un sacrificio enorme que hizo doña Alejandra Rojas, que saliendo de tercer curso me compró mi segunda bici: una montañesa 26.
¡26! Hablando de números, ¿cómo hizo para salir adelante en medio de las carencias de su familia?
Para suplir las necesidades económicas comencé a trabajar en la Leyde siendo un cipote, era conserje y andaba caminando y entregando documentos por toda la ciudad... eso sí, al regreso tenía derecho a tomar gratis las famosas ChocoLeyde. Pude complementar mis clases con una beca que me dieron por jugar volibol. Gracias a mi 1.68 de estatura era el acomodador del equipo... je, je.
Los chiquitos son “malías” con las mujeres...
Ja, ja, ja... no, para nada. Nunca fui pajero como decimos los hondureños.
¿Y cómo le hizo para conquistar a su esposa Carol Alvarado?
Bueno, le cuento que he tenido dos rounds en mi vida: en el primero tuve a mi hija Génesis Alejandra y ya con Carol llevamos 15 años de matrimonio y tres hijos: Deynor, Isaac y José Alejandro. A ella la conocí en un proyecto del Banco Mundial, comenzamos a comer juntos en los almuerzos, luego salíamos y al final concretamos todo.
¿Pero cómo la conquistó? ¿Era de los que mandaba flores?
¡Ah, claro! Recuerdo que había un compañero que la molestaba a ella preguntándole si es que tenía algún muerto en su casa de tantas flores que miraba. Todas se las enviaba yo. Le mandaba muchas cartas también, pero claro que me gustaba escribir cosas diferentes.
¿Cuántos años tiene?
47. Soy modelo 71, pero clásico y cuando me presento lo hago sin complejos: “Vengo con rines y llantas anchas (se toca las lonjas del estómago); tengo quemacoco incorporado (se toca su cabeza) y si hay algún problema con el Sol ya estoy polarizado (se toca la piel)... ja, ja, ja.
Ja, ja, ja... bueno, ha metido tres goles en su actual matrimonio. ¿El último hace cuánto?
Hace 11 años, José Alejandro.
¿Y cómo va con la viagra, ya la conoce?
¡No! Por ahora la pasión se mantiene intacta con mi esposa, que es nueve años menor que mí. Hablando de viagras, cuando hacemos la jornada de liberación de la tortuga siempre aconsejo a los señores que no coman mucho huevo de tortuga porque más bien les va a generar colesterol malo y se les obstruirán las venas. Les digo que mejor se compren una viagra porque van a lo seguro... ja, ja, ja.
¿Pero el ministro de MiAmbiente come huevos de tortuga?
No le puedo mentir diciendo que no los he comido, pero sinceramente no me gusta la sensación del huevo. Si tuviera que elegir mejor prefiero los curiles o los ceviches de caracol o de pescado, sobre todo ahora con la veda de las tortugas en el país.
Hay personas que respetan tradiciones desde pequeñas. ¿Y usted?
Sí. Desde chiquito y hasta el día de hoy mi pasatiempo favorito es la pesca. Solo que cambian algunas cosas: en el norte se pesca con carnada y a mano mientras que en la zona sur se pesca con caña y engañadores. En la región de las camaroneras está prohibido usar carnada orgánica porque puede contaminar el camarón que luego se exportará.
¿Y cuál es el animal más raro que sacó en su vida como pescador?
Una vez en la playa de Los Maestros de La Ceiba pesqué una mantarraya gigante. Yo jalaba y jalaba y cuando la miré de frente fue una impresión muy fuerte; luego en la zona sur saqué un pescado bien feo que le dicen zapamiche, muy grande y con una apariencia grotesca. Y otra vez pescando en lancha en Cayos Cochinos nos apareció una especie de anguila gigante, algo todo raro que parecía culebra más bien. De inmediato lo devolvimos al mar.
Un “infiltrado” y el “Rojo”
Dueño de dos maestrías (una de educación y género y otra de imagen y comunicación política), José Antonio Galdames habla como una locomotora moderna y admite ser una persona que no nació con la vena política. “A Juan Orlando lo conocí hace poco, pero le ayudé a ganar las internas contra Ricardo álvarez. Antes le había ayudado a ‘Pepe’ Lobo siendo yo presidente de los ingenieros forestales”, recuerda, mientras se quita su camisa blanca y se pone la del “Rojo Radiante”.
¿Por qué se hizo del Vida y no del Victoria?
En los ochenta tenía 11 años y eran los momentos de gloria del Vida, ganamos dos títulos, fuimos tres veces subcampeón. Ahí comienza mi amor por el “Rojo”.
¿Y cómo llega a la presidencia del club?
Fui a una asamblea y pidieron aportantes; luego me dijeron que apoyara con una vocalía y después me elevan a una vicepresidencia hasta llegar a la presidencia hace dos años junto a Roberto Dip (preso en EE UU) y Jaín Matute. En este período logramos bajar la planilla mensual de 1.2 millones a 700 mil lempiras, aunque seguimos arrastrando una deuda de 11 millones de lempiras.
¿Y le ha tocado poner plata de su bolsillo?
Sí. Una tarde el club se paró antes de ir a jugar a Olanchito contra Social Sol y tuve que pagar la planilla de mi bolsa para que nos presentáramos. Por suerte ganamos ese juego clave para evitar el descenso pero cuando hice el depósito el cajero me dice: “Qué mal por usted porque va a perder ese dinero”.