Tegucigalpa, Honduras
Las vivencias de la guerra del 69 le despertaron el gusto por las armas y la fatiga; una a una fue sumando estrellas hasta ponerse el uniforme de mayor y su pasión por la industria de los batallones fue tal que ni los severos castigos le hicieron declinar de su sueño.
“Eso sí no lo entendí mucho porque no era necesario, había vejámenes y situaciones que no estaban ligadas a los entrenamientos, sino a los abusos; había golpes y sometimientos innecesarios”, afirma Saúl Bueso Mazariegos, un hombre que fue militar activo por dos décadas (74-94), fundador de los Cobras, subdirector del Ministerio Público y actual oficial de seguridad del fútbol hondureño.
A sus 60 años, puede presumir de pergaminos, pero también de contar con una cordial familia.
Si su madre (Emélida) tuvo la cortesía de recibir al pelotón de Tictac con agua y refresco, su esposa -Ruth- tuvo la gentileza de sumar tres miembros más a su comedor: “Vengan a almorzar, siéntanse en casa”. Y así, entre comida, anécdotas y una charla más que amena nos adentramos en el interior de ese ser humano de contrastante apariencia: seriedad forjada en las barracas y amabilidad cultivada en el hogar Bueso Mazariegos…
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Bueno, es mayor, pero también fue menor. Háblenos de esa infancia...
Soy capitalino y me crie en la colonia Kennedy. Jugaba fútbol, bañaba en ríos, iba a excursiones y tenía aventuras. Me acuerdo que una vez le metimos tierra a un molino de maíz y la Policía llegó a la casa y platicó con mis padres. Evidentemente no me salvé de la castigada, pero ese hecho me marcó.
Lo marcó tanto que eligió ser militar...
Así es. Tenía grabados esos momentos de mucha admiración de las Fuerzas Armadas, sobre todo por el conflicto con El Salvador en 1969. Las FF AA adquirieron el nivel de héroes. Me sentí prendido a la idea de algún día ser militar; me identifiqué mucho con esos términos de defensa del territorio y de heroísmo. Pero no era fácil entrar.
¿Por qué era difícil?
Bastante gente quería entrar por esa inusitada gloria en la guerra. Conseguir el cupo era un gran logro y después venía la dificultad de quedarse. Además, el entrenamiento era fuerte, los tratos eran muy extremos.
¿Qué troleadas recuerda?
Por ejemplo, había un castigo, llamado madurar, en el que tenía que estar colgado con las manos en una segunda planta. Ese castigo se acrecentaba porque un superior se le paraba en las manos y allí era el dolor era doble.
¿Y sus padres no le decían que tirara la toalla?
Es que uno no contaba (su madre lo mira con una sonrisa de desconfianza). Es parte de la disciplina y el mantener a los familiares alejados de ese sufrimiento también es una buena práctica.
Pero me imagino que las mujeres venían solas con ese uniforme, ¿o no?
El uniforme era el que pegaba, el de adentro no, ja, ja, ja. No, yo en ese rubro no era muy ducho, no tenía buen verso con las damas. El uniforme me ayudaba algo, pero ya cuando necesitaba del otro complemento me quedaba estancado. Tuve muy pocas novias.
Una de esas pocas novias fue su esposa Ruth...
La conocí en una fiesta de militares. Ella es de San Pedro Sula y me la presentó un compañero, anduvimos un año de novios y nos casamos (1987). A ella realmente me la puso Dios en el camino, es una ayuda idónea y ha estado conmigo en las buenas y en las malas.
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Siendo sampedrana debe ser buena para la fiesta, ¿y a usted cómo le va en eso del baile?
Soy muy bueno porque me enseñó mi esposa y ella es muy buena. Me gusta bailar merengue, punta, salsa y me encanta la bachata. Soy muy buen bailador.
-En medio del almuerzo y entre pláticas de baile y otros temas salió a la luz una anécdota en Argentina (allá estudió ciencias criminalísticas).
“Sacaba a bailar a las muchachas como acá, extendiéndoles la mano, pero nadie iba a bailar conmigo. Yo decía: ¿Será que soy muy feo?, ya tenía hasta problemas de autoestima.
Le pregunté a un amigo argentino y me dijo: ‘Así no es boludo, aquí uno le hace seña así (mueve la cabeza y levanta la ceja) y si ella quiere, contesta de la misma forma’. Así hice y después sí encontraba pareja”, confiesa entre risas.
Hablando de cosas malas, ¿alguna vez sintió temor por su vida?
En varias ocasiones. Por ejemplo, cuando había fuego cruzado, porque allí hasta un disparo de un compañero puedo alcanzarlo. Allí sí uno siente bastante miedo. Varias veces tuve fuego cruzado, siendo policía más que todo, especialmente en el área de investigación. Nos pasó en la costa norte, ahí es bravo.
Ha sido muy futbolero. Fue dirigente y llegó a ser presidente del Real Maya (2000-2003), ¿verdad?
Siempre he estado vinculado al deporte de una u otra forma. Allí sí me tocó duro. El IPM nos cortó la ayuda económica en pleno campeonato y no tuvimos más remedio que hacerle frente, porque ya estaban firmados los contratos.
Eso me llevó a adquirir préstamos y a comprometer tarjetas de créditos, que era lo único de lo que disponía porque no era potentado económico. Y una vez que ya no pude pagar los préstamos y las tarjetas, tuve que rematar mi casa. Ese fue uno de los episodios más tristes de mi vida porque es duro desprenderse de su casa.
Y cuando se lo planteó a su esposa, me imagino la hecatombe...
Sí, eso fue tremendo porque uno de los cimientos de un hogar es que haya seguridad económica y lo que más sensación de seguridad da es su casa.
Aunque ande a pie, pero si tiene su casa o la está pagando está tranquilo, y que de repente tenga que entregarla es muy complicado.
Me imagino que su esposa le dijo: ¿Quién te manda a andar en eso del fútbol?
Reclamos de esos hubo bastantes, pero ella estuvo firme. Era una casa que teníamos en San Pedro Sula (allá vivía) y la hipotequé como en un millón y algo.
Por el fútbol perdí mi casa y otros bienes menores, para honrar esas deudas en los bancos. Luego se llevaron el equipo a Santa Bárbara y ya tuve un respiro para reponerme de todo lo que me había avasallado en materia económica.
¿O sea que le tocó empezar de cero?
Ajá y encima ya me habían despedido del Ministerio Público. De la noche a la mañana quedé sin casa, sin trabajo, sin nada y con la esposa enojada. Son los momentos en los que hay que llorar, clamar a Dios con todas las fuerzas, pero pronto el Señor me respondió.
¿Cómo le respondió?
Un buen amigo, Luis López, me dio administrar un taller de mecánica que tenía y posteriormente me dijo: “Mire, mayor, le voy a ayudar; quédese con el negocio, solo págueme el alquiler del local”. A partir de allí pude empezar a levantar mis finanzas. Estaba con las deudas encima.
También se refugió en la iglesia...
Todo coincidió: quedar sin trabajo, que el equipo desciende y que me quitan todo. Cuando uno está solo, hasta los amigos se ausentan, no los encuentra y al único que encuentra es al verdadero amigo: Cristo. Al único que encontré fue a él, entonces cómo no voy agradecerle, si desde ese día hasta hoy me sigue sosteniendo.
Actualmente es comisario de seguridad en la Liga Nacional, ¿ve una salida a la violencia entre barras?
Me he sentido impotente, pero nunca voy a desistir. Mi gran sueño es volver a ver a la familia en los estadios, ese es mi gran aspiración: ver estadios llenos, amigables y llenos de paz. Yo veo cerca ese sueño.