TEGUCIGALPA, HONDURAS
“Estaba nervioso, llegó a la casa, lloró, abrazó a mi mamá y le entregó al niño de cuatro años, desde ahí nos imaginamos que algo había pasado... pero no pensamos encontrar a su mujer metida en el freezer”.
Así de impactante es el relato de uno de los hermanos de Darwin Díaz, el hombre que un día, con dulces palabras, abrazos, besos y caricias, conquistó el amor de Dalubia Zelaya, pero quien meses después convirtió todos esos sentimientos en uno solo: un despiadado instinto asesino.
“Los visité una sola vez y se pusieron a pelear, era una vida de problemas la que llevaban’’, recuerda el hermano de Darwin, quien por su seguridad prefirió no ser identificado.
Un estrecho callejón en la colonia El Sitio, con varias casas con números “18” pintados, es la entrada a la vivienda donde Dalubia, la mujer asesinada y que luego fue metida en un frezeer por Darwin, su compañero de hogar, es el ambiente en el que vivía la pareja.
EL HERALDO llegó en el momento justo cuando con un par de trocos, los familiares del supuesto asesino, retiraban las pertenencias de la pareja, pues la casa donde vivían, junto a su pequeño niño de apenas cuatro años, era alquilada y la debían entregar. “Tuvimos que regalar el perro que tenían, y las cosas las venimos sacar porque pidieron la casa’’, contó con pesar.
Los hechos
La joven murió frente a su pequeño hijo, producto de certeros golpes que supuestamente le dio su esposo en una acalorada discusión. El frezeer donde fue metido su cuerpo sin vida era propiedad de un amigo del joven, que le pidió el favor de “tenerlo por mientras”.
La pareja venía mal, pues Díaz llevaba más de un año de no tener trabajo, su título de Perito Mercantil y Contador Público era un adorno en la pared de la sala y los problemas económicos no les permitían tener un poco de paz.
La joven madre, por su parte, viajaba todos los miércoles, desde Tegucigalpa a Choluteca a trabajar en una funeraria, versión que su esposo nunca creyó y que, presuntamente, lo motivó para acabar con la muchacha.
Su pequeño retoño, fruto del amor que un día se tuvieron, juega en la sala de la casa de su abuela y allí pregunta por su mamá, pero también por su papá. A ella nunca más la podrá ver.
Al hombre sus tíos lo buscan en postas, morgues, solares baldíos, pues “no sabemos nada de él”.
La Policía los visitó los primeros días, después no volvieron, los familiares de la víctima están en Olancho y el caso, como ocurre con el 90% de este tipo de hechos, según las organizaciones de defensa de los derechos de las mujeres, prevalece en la impunidad.
Ola de violencia
Odio, venganza, crueldad, sometimiento, crimen organizado, pero sobre todo impunidad, son algunos de los ingredientes que está provocando que cada 16 horas asesinen a una mujer en Honduras, según cifras del Observatorio Nacional de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (ONV-UNAH).
Estos datos han sido más notorias en las últimas dos semanas. El más reciente caso ocurrió ayer, con el asesinato de dos jóvenes amigas que fueron halladas muertas en una quebrada en la colonia Nueva Suyapa de la capital.
Las víctimas fueron identificadas como Doris Sarahí Portillo Ramírez (18) y Cinthia Yamileth López Godoy.
Debido a esta situación por la que atraviesa el país, EL HERALDO visitó a varios de los familiares, amigos y vecinos de algunas de las 160 mujeres que han sido asesinadas en los primeros cinco meses de 2018. De ellas, al menos 20 fueron ultimadas el pasado mes de mayo cuando, irónicamente, es el mes en el que se conmemora el Día de la Madre.
Otro caso más
A kilómetros de la colonia El Sitio, específicamente en el barrio La Guadalupe, cerca del centro de la capital, en el angosto pasillo de una vivienda ubicada a orilla de calle se puede divisar una chiclera de madera subida en una mesa.
Su propietaria era Blanca Azucena Soto (39), quien fue alcanzada por al menos nueve impactos de bala mientras vendía chicles en una esquina. En el hecho murió también un menor de edad llamado Willian Moreno.
EL HERALDO visitó la casa donde por al menos 14 años vivió la mujer en compañía de su pareja, que aún llora la partida de su amada Blanca y no encuentra explicación para su asesinato, pues se dedicó siempre a trabajar.
Amigos de Soto la recuerdan como una mujer entregada a su esposo, madre de cuatro hijos de una antigua relación y dueña de una chiclera a la que le dedicó su esfuerzo por al menos 15 años de vida.
“El esposo me dijo que se sentía solo, eran unidos, todas las noches salían juntos’’, contó una allegada a la familia que prefirió el anonimato.
Su asesinato llegó de sorpresa de manos de desconocidos que se bajaron de un vehículo y sin mediar palabra comenzaron a disparar contra todo lo que se moviera. Por este homicidio no hay capturas, el esposo de la joven mantiene temor, cambió de casa, los hijos de la mujer vivieron siempre aparte, pero a pesar de ello podían saber que tenían a su madre con vida, pero ahora son cuatro huérfanos más.
Siguen sumando
Mientras el equipo de EL HERALDO se disponía a visitar a otras familias más, víctimas de femicidios, se recibió la información que en la colonia San Francisco había una mujer asesinada y una menor de edad herida.
Al llegar a una pulpería, donde además vendían bebidas alcohólicas en el bloque Q, de la segunda avenida, en la calle Los Laureles, se encontró la trágica escena.
Doña Ramona Barahona (75) y su nieta Katherine Andino (11) habían sido atacadas por un hombre desalmado, quien era un nuevo vecino de la colonia, el cual se enfureció porque la humilde señora no le quiso fiar una cerveza y la mató.
La mujer a la que todos en la colonia conocían como “Margarita”, pese a no ser su nombre, recibió varias puñaladas en su garganta de manos de Gerson Ariel Cuello, quien también intentó asesinar a la niña que salió de la pulpería gritando que un hombre había matado a su abuelita.
Esta vez el asesino no pudo escapar y ser parte de los miles de asesinos de mujeres que caminan libres en las calles ante la vista y paciencia de las autoridades del país.
El hombre fue capturado por un nutrido grupo de vecinos que al escuchar los gritos de la niña montaron un cerco humano, rodearon la pulpería y lograron despojar del cuchillo al peligroso hombre.
Uno de los vecinos sorprendido con la serenidad del asesino relató que Cuello, al verse rodeado y con el cuerpo de la señora en el suelo, se dirigió a la refrigeradora de la pulpería, sacó la cerveza que la abuelita no le quiso fiar y se la comenzó a tomar mientras miraba la sangre de su víctima.
“Estaba nervioso, llegó a la casa, lloró, abrazó a mi mamá y le entregó al niño de cuatro años, desde ahí nos imaginamos que algo había pasado... pero no pensamos encontrar a su mujer metida en el freezer”.
Así de impactante es el relato de uno de los hermanos de Darwin Díaz, el hombre que un día, con dulces palabras, abrazos, besos y caricias, conquistó el amor de Dalubia Zelaya, pero quien meses después convirtió todos esos sentimientos en uno solo: un despiadado instinto asesino.
“Los visité una sola vez y se pusieron a pelear, era una vida de problemas la que llevaban’’, recuerda el hermano de Darwin, quien por su seguridad prefirió no ser identificado.
Un estrecho callejón en la colonia El Sitio, con varias casas con números “18” pintados, es la entrada a la vivienda donde Dalubia, la mujer asesinada y que luego fue metida en un frezeer por Darwin, su compañero de hogar, es el ambiente en el que vivía la pareja.
EL HERALDO llegó en el momento justo cuando con un par de trocos, los familiares del supuesto asesino, retiraban las pertenencias de la pareja, pues la casa donde vivían, junto a su pequeño niño de apenas cuatro años, era alquilada y la debían entregar. “Tuvimos que regalar el perro que tenían, y las cosas las venimos sacar porque pidieron la casa’’, contó con pesar.
Los hechos
La joven murió frente a su pequeño hijo, producto de certeros golpes que supuestamente le dio su esposo en una acalorada discusión. El frezeer donde fue metido su cuerpo sin vida era propiedad de un amigo del joven, que le pidió el favor de “tenerlo por mientras”.
La pareja venía mal, pues Díaz llevaba más de un año de no tener trabajo, su título de Perito Mercantil y Contador Público era un adorno en la pared de la sala y los problemas económicos no les permitían tener un poco de paz.
La joven madre, por su parte, viajaba todos los miércoles, desde Tegucigalpa a Choluteca a trabajar en una funeraria, versión que su esposo nunca creyó y que, presuntamente, lo motivó para acabar con la muchacha.
Su pequeño retoño, fruto del amor que un día se tuvieron, juega en la sala de la casa de su abuela y allí pregunta por su mamá, pero también por su papá. A ella nunca más la podrá ver.
Al hombre sus tíos lo buscan en postas, morgues, solares baldíos, pues “no sabemos nada de él”.
La Policía los visitó los primeros días, después no volvieron, los familiares de la víctima están en Olancho y el caso, como ocurre con el 90% de este tipo de hechos, según las organizaciones de defensa de los derechos de las mujeres, prevalece en la impunidad.
Ola de violencia
Odio, venganza, crueldad, sometimiento, crimen organizado, pero sobre todo impunidad, son algunos de los ingredientes que está provocando que cada 16 horas asesinen a una mujer en Honduras, según cifras del Observatorio Nacional de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (ONV-UNAH).
Estos datos han sido más notorias en las últimas dos semanas. El más reciente caso ocurrió ayer, con el asesinato de dos jóvenes amigas que fueron halladas muertas en una quebrada en la colonia Nueva Suyapa de la capital.
Las víctimas fueron identificadas como Doris Sarahí Portillo Ramírez (18) y Cinthia Yamileth López Godoy.
Debido a esta situación por la que atraviesa el país, EL HERALDO visitó a varios de los familiares, amigos y vecinos de algunas de las 160 mujeres que han sido asesinadas en los primeros cinco meses de 2018. De ellas, al menos 20 fueron ultimadas el pasado mes de mayo cuando, irónicamente, es el mes en el que se conmemora el Día de la Madre.
Otro caso más
A kilómetros de la colonia El Sitio, específicamente en el barrio La Guadalupe, cerca del centro de la capital, en el angosto pasillo de una vivienda ubicada a orilla de calle se puede divisar una chiclera de madera subida en una mesa.
Su propietaria era Blanca Azucena Soto (39), quien fue alcanzada por al menos nueve impactos de bala mientras vendía chicles en una esquina. En el hecho murió también un menor de edad llamado Willian Moreno.
EL HERALDO visitó la casa donde por al menos 14 años vivió la mujer en compañía de su pareja, que aún llora la partida de su amada Blanca y no encuentra explicación para su asesinato, pues se dedicó siempre a trabajar.
Amigos de Soto la recuerdan como una mujer entregada a su esposo, madre de cuatro hijos de una antigua relación y dueña de una chiclera a la que le dedicó su esfuerzo por al menos 15 años de vida.
“El esposo me dijo que se sentía solo, eran unidos, todas las noches salían juntos’’, contó una allegada a la familia que prefirió el anonimato.
Su asesinato llegó de sorpresa de manos de desconocidos que se bajaron de un vehículo y sin mediar palabra comenzaron a disparar contra todo lo que se moviera. Por este homicidio no hay capturas, el esposo de la joven mantiene temor, cambió de casa, los hijos de la mujer vivieron siempre aparte, pero a pesar de ello podían saber que tenían a su madre con vida, pero ahora son cuatro huérfanos más.
Siguen sumando
Mientras el equipo de EL HERALDO se disponía a visitar a otras familias más, víctimas de femicidios, se recibió la información que en la colonia San Francisco había una mujer asesinada y una menor de edad herida.
Al llegar a una pulpería, donde además vendían bebidas alcohólicas en el bloque Q, de la segunda avenida, en la calle Los Laureles, se encontró la trágica escena.
Doña Ramona Barahona (75) y su nieta Katherine Andino (11) habían sido atacadas por un hombre desalmado, quien era un nuevo vecino de la colonia, el cual se enfureció porque la humilde señora no le quiso fiar una cerveza y la mató.
La mujer a la que todos en la colonia conocían como “Margarita”, pese a no ser su nombre, recibió varias puñaladas en su garganta de manos de Gerson Ariel Cuello, quien también intentó asesinar a la niña que salió de la pulpería gritando que un hombre había matado a su abuelita.
Esta vez el asesino no pudo escapar y ser parte de los miles de asesinos de mujeres que caminan libres en las calles ante la vista y paciencia de las autoridades del país.
El hombre fue capturado por un nutrido grupo de vecinos que al escuchar los gritos de la niña montaron un cerco humano, rodearon la pulpería y lograron despojar del cuchillo al peligroso hombre.
Uno de los vecinos sorprendido con la serenidad del asesino relató que Cuello, al verse rodeado y con el cuerpo de la señora en el suelo, se dirigió a la refrigeradora de la pulpería, sacó la cerveza que la abuelita no le quiso fiar y se la comenzó a tomar mientras miraba la sangre de su víctima.
La niña, por su parte, fue llevada a la sala de emergencias del Hospital Materno Infantil, donde fue atendida y lograron salvar su vida.
Familiares de doña Margarita relataron que la humilde anciana tenía al menos 40 o 50 años de tener su negocio en pie, nunca tuvo un problema con nadie, hoy ella ya no está en este mundo, como tampoco lo están las decenas de mujeres que han partido y cuya memoria aún aguarda por justicia.