La sociedad hondureña transita por un sendero frágil en cuanto a identidad nacional, el amor a lo extranjero predomina por sobre lo propio.
Ese es el criterio del sociólogo Pablo Carías, catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras (UNAH).
EL HERALDO consultó su opinión sobre el tema y estas son sus apreciaciones.
¿Qué se entiende por identidad nacional? Por identidad nacional entendemos toda expresión del sentido de pertenencia que posee un individuo hacia una población o un territorio determinado.
¿Se puede hablar de una pérdida de identidad en Honduras?
Claro que sí. Nuestras costumbres y tradiciones se han visto opacadas por una transnacionalización de valores provenientes de otras culturas, lo que introduce nuevas formas de pensar, actuar y hasta de consumir. Esto lo vemos reflejado, sobre todo, en la moda, la alimentación y el lenguaje.
¿A raíz de qué surge dicha transnacionalización de valores? El desarrollo de las nuevas tecnologías comunicativas nos permite estar en contacto con nuevas sociedades, que son más preponderantes en el manejo de estas herramientas, por lo tanto imponen su manera de pensar a otros núcleos más débiles de identidad, como el caso de Honduras.
¿Qué tan perjudicial es este cambio?
No es malo sumergirse en una dimensión universal, pero hay que tener un barrera de tolerancia. Lo perjudicial es cuando lo universal va en detrimento de la identidad. Cada día, los hondureños parecemos menos hondureños.
¿Cómo se manifiesta el fenómeno en la capital? La capital es el primer lugar en padecer las secuelas de la aculturización, debido a que siempre se encuentra a la vanguardia de las innovaciones. Luego, estos cambios se exportan de la zona urbana a los sectores rurales.
¿Todavía existen aspectos de identidad en el país?
Sí existen, pero de manera débil. En el campo religioso, la gente todavía celebra las fiestas; en la educación, los maestros luchan por inculcar contenidos nacionales y en la arquitectura, aún tenemos las viviendas populares.
¿Se pueden rescatar los valores nacionales? Por supuesto, pero no es tarea fácil. Urge una reforma educativa que sirva de puente con nuestras raíces. Se necesita que el Estado asuma mayor protagonismo en la cultura, que la sociedad se organice y, no menos importante, que los padres retomen su rol como educadores.