William López extrae con ira una cabeza de repollo de su parcela, ubicada en una pequeña meseta de la aldea El Sabacuante, al sur de la capital.
Sus ojos rojos de la cólera sirven de espejo para advertir las hojas marchitas y amarillas de la hortaliza que sostiene en sus manos, mientras unas moscas negras sobrevuelan sobre ella.
Una plaga, cuyo origen aún desconoce, arrasó con el 80 por ciento de sus cultivos y amenaza con causar más estragos. Es indetenible.
William, descendiente de una familia de campesinos, ha solicitado la asistencia de técnicos de instituciones gubernamentales, pero no saben explicarle más allá que “la plaga es la culpable”, sin ofrecerle soluciones.
Esta vez la cosecha profundizó sus deudas al dejarle una pérdida de unos 21 mil lempiras, reveló el campesino que, pese a su enorme sombrero, no pudo ocultar la resignación en su rostro.
La tragedia de William es el fantasma que todos los agricultores temen enfrentar, pero que seguramente encuentran en cada cosecha.
A la mano de Dios
El trabajo bravío de los obreros y sus insumos tradicionales han sido las únicas herramientas para mitigar las plagas, las inundaciones y las sequías.
“Estamos a la mano de Dios”, así de tajante es la revelación de López, al sostener que el Estado abandonó a las principales zonas abastecedoras de hortalizas.
“Los técnicos e ingenieros que nos han visitado nos han dicho que irónicamente estos sectores están excluidos del apoyo estatal, porque no lo consideran pobre”, relató el agricultor.
Alejandro Ramírez, de 71 años, también se dedica -junto a sus hijos- a la siembra de repollo, lechuga y brócoli en la comunidad de Ocote Quemado.
Con azadón en mano y su piel curtida por el sol, contó que cada día se vuelve más difícil producir la fértil tierra que posee.
Los costos para producir una manzana de tierra sobrepasan los 500 mil lempiras, por lo que lamentó que no haya ningún tipo de financiamiento.
Este campesino criticó que el apoyo para el rubro sube por las gradas, contrario a las importaciones de los mismos productos que vienen en ascensores.
“Puedo asegurar que hay más hortaliza importada en el país que la que estamos produciendo en nuestro territorio, todo por falta de apoyo”, dijo.
La precariedad financiera del gobierno le cobra una elevada factura al sector productivo al punto de debilitarlo.
Los compromisos burocráticos estatales le ganaron la batalla a la seguridad alimentaria.
El Subdirector de la Dirección de Ciencia y Tecnología Agropecuaria (DICTA), Armando Bustillo, reconoció que un presupuesto de apenas 82 millones no ajusta para mucho.
La mayor apuesta de la institución para este año llega apenas a la entrega de los bonos de solidaridad productiva.
En las puertas del invierno, productores de 28 municipios de Francisco Morazán apenas recibirán 8,000 bonos que incluyen semilla de maíz y frijol.
Los proyectos
El viceministro de la Secretaría de Agricultura y Ganadería (SAG), Ramón Escobar, informó que la institución si se ha proyectado con la instalación de sistemas de riego en El Zamorano, Lepaterique y Azacualpa.
Asimismo, detalló que brindan asesoría técnica referente al tipo de semilla, cantidad de terreno, factible para cultivar, costos y los períodos de tiempo en que se debe realizar una siembra para tener una cosecha segura.
Por otra parte, aseguró que mantienen proyectos de cosecha de agua en sectores azotados por el inclemente verano.
Según el funcionario, en los municipios del sur de Francisco Morazán el fenómeno del cambio climático ha afectado mucho, pues la sequía ha venido a destruir los cultivos.
No obstante, reconoció las fuertes cualidades productoras de los agricultores de la periferia y que el Estado debería de prestarles más atención, ya que por sus manos pasa la alimentación de un 70 por ciento de los capitalinos.
Agricultura sostenible
Según los expertos, la poca proyección estatal ha provocado que los campesinos no incursionen en técnicas modernas de cultivo.
Ronnie Malta, ingeniero agrónomo y catedrático de la UNAH, afirmó que es necesario implementar un ordenamiento territorial de uso de suelo y agricultura sostenible.
El ordenamiento implica que el campesino no penetre en las áreas forestales, para evitar la deforestación de los bosques.
Mientras que la agricultura sostenible proclama técnicas de conservación del suelo, así como sustituir el uso de fertilizantes químicos por materia orgánica.
“Se trata de obtener la mayor cantidad posible de cosecha sin sobreexplotar la tierra, es preferible la calidad que las grandes cantidades”, señaló.
Sin embargo, recordó que la aplicación de los métodos de conservación pasa por el financiamiento, por lo que el gobierno es agente sustancial para la modernización de la estructura agraria.
Una de las zonas precursoras de la agricultora sostenible es la aldea El Sabacuante.
Los campesinos del sector han sustituido el excesivo gasto de los aspersores por un sistema que mangueras que distribuyen
el agua gradualmente en gotas.
Unas placas adhesivas que atrapan los insectos sirven para el control de plagas, lo que disminuye el uso de plaguicidas.
En vista de los últimos estragos a los cultivos, los campesinos experimentan también con la aplicación del agribón, una cubierta flotante de termoplástico a manera efecto invernadero.