Cantarranas, Francisco, Morazán. “¡Qué dolor más intenso nos conmueve! ¡Qué cuadro dolorosamente triste nos presentan las páginas de los periódicos!”.
Estas fueron las primeras líneas escritas de aquel editorial publicado por EL HERALDO el 16 de septiembre de 1990, palabras que aún resuenan como un eco de tristeza en los corazones de quienes recuerdan aquella noche fatídica cuando más de 35 vidas se apagaron en las embravecidas aguas del río Choluteca, en la comunidad de El Zarzal, Cantarranas.
Los medios de comunicación narraban con tristeza aquel momento que enlutó a varias familias cuando un autobús fue arrastrado por las corrientes del río Choluteca, ahogando a 35 pasajeros, en su mayoría niños escolares.
¿Por qué se mueren los niños? ¿Qué mal han hecho con venir al mundo a sufrir?, cuestionaba aquel editorial publicado por este rotativo, sin encontrar ninguna respuesta lógica.
Aquel accidente, que arrancó de los brazos de sus madres a niños inocentes, dejó un vacío imposible de llenar.
Una sola familia lloró la pérdida de 11 de sus integrantes, incluyendo una niña de apenas 10 meses y varios niños en edades entre 3 y 17 años. Fue un golpe brutal, un luto colectivo que marcó a toda Honduras.
En la actualidad, 34 años después de la tragedia, los pobladores de El Zarzal y comunidades vecinas recuerdan con nostalgia aquel difícil día.
A pesar del tiempo transcurrido, las heridas siguen abiertas, no solo por las vidas perdidas, sino también por el abandono gubernamental que perpetúa los riesgos y dificultades de las comunidades de Cantarranas.
Tras la tragedia de aquel año, las autoridades gubernamentales construyeron un puente para evitar futuras desgracias. Sin embargo, el huracán Mitch en 1998 arrasó con esta estructura, dejando nuevamente incomunicados a los habitantes.
Desde entonces, los esfuerzos por reconstruir la obra han sido insuficientes.“Habían construido un puente, pero se lo llevó el Mitch, y quedamos incomunicados de nuevo”, lamenta Reinaldo Gámez, presidente del patronato de El Zarzal.
Actualmente, las crecientes del río Choluteca obligan a los habitantes a caminar largas distancias para llegar a sus hogares. “Imagínese que tenemos que dar una vuelta casi cerrada para llegar a nuestra aldea, cuando si construyeran ese puente, en cinco minutos estaríamos en el pueblo”, detalla Gámez.
Esta situación afecta a más de 10,000 pobladores de comunidades como Yamaguare, El Zurzular, Cofradía, Guaricayán, San Luis, Palo Verde y Miravalle.
Para doña Enna Cárcamo, quien perdió a dos hijos y 12 sobrinos en la tragedia de 1990, la falta de un puente seguro es un recordatorio constante del olvido en que viven.
Con lágrimas en los ojos, Enna pide al gobierno que priorice la construcción de una nueva estructura. “Nosotros venimos luchando desde hace muchos años y no hemos tenido respuesta.
Es doloroso porque, a pesar del peligro que representa el vado, no tenemos quien se preocupe por nosotros, y ahí han habido muchos accidentes”, señala.
El impacto de la falta de infraestructura se siente también en la economía local. Los productores de caña, maíz, plátano y hortalizas enfrentan dificultades para transportar sus productos por las crecidas del río.
“Lo mismo pasa con los niños que quieren estudiar en Cantarranas; tienen que dar una vuelta enorme para evitar el paso”, lamenta Gámez.
Por su parte, el alcalde de Cantarranas, Marco Guzmán, afirma haber realizado gestiones desde el inicio de su administración.
“Hemos enviado comunicaciones a la presidenta de la República, Xiomara Castro, solicitando la construcción del puente”, detalla Guzmán.
Sin embargo, la respuesta del gobierno ha sido ambigua. “Están buscando una cancelación de mutuo acuerdo entre las compañías ejecutora, supervisora y la Secretaría de Infraestructura y Transporte para así construir otro tipo de puente con fondos de Austria”, mencionó el edil de Cantarranas.
Mientras las promesas se diluyen en la burocracia de los gobiernos anteriores y actuales, los habitantes de El Zarzal y comunidades vecinas continúan enfrentando las mismas dificultades que hace décadas.
Las esperanzas de un futuro mejor chocan contra la realidad de un presente marcado por el abandono y la indiferencia de las autoridades del país.
Esta triste historia es un recordatorio de la fragilidad de la vida, pero también una lección sobre la importancia de la infraestructura para prevenir desastres.
Sin embargo, 34 años después, esa lección parece haber sido olvidada. Las palabras de aquel editorial de EL HERALDO cobran nuevamente relevancia: “¡No podemos explicar el porqué de esta tragedia!”, pero lo que sí se puede es exigir acciones concretas para evitar que historias como estas se repitan.