Don Antonio Valladares, nacido en el emblemático barrio La Hoya de Tegucigalpa, rememora con nostalgia la casa de adobe donde creció.
Con paredes de casi un metro de grosor y un techo completamente cubierto de tejas de barro, la vivienda era típica de la época.
“Me acuerdo que, allá por 1970 o 1971, cambiaron parte del tejado del techo principal, especialmente en el cuarto donde dormíamos los hermanos varones, que éramos tres”, relata.
La casa tenía una altura impresionante, de al menos 8 o 9 metros, con una primera planta que superaba los cuatro metros.
Para cambiar los focos en esta primera planta, su padre contrataba electricistas de la ENEE, quienes utilizaban grandes escaleras para alcanzar la altura requerida. En la segunda planta el proceso era menos complicado.
“Nosotros montábamos sobre cómodas de metro y medio de alto, poníamos un par de sillas encima y así cambiábamos los focos”, comenta con una sonrisa. Cuando realizaron los trabajos en el techo, recuerda que utilizaron una entrada en el cuarto de los varones que llevaba al tabanco.
“Por ahí se subieron para hacer el trabajo”, recordóLa casa destacaba por su tejado largo en la parte frontal, dos balcones y dos puertas grandes de doble hoja.
Estas puertas tenían una ventana con barrotes en la parte superior que permitía la entrada de luz y alcanzaban alturas considerables de hasta tres metros.
Don Antonio también menciona la biblioteca de su padre, un espacio que conectaba con estas imponentes puertas.
A la par de su vivienda se encontraba otra casa más pequeña y antigua, que era propiedad de don Paco García Valladares, quien fue interventor de la lotería durante los 16 años de Carías y, posteriormente, alcalde de Tegucigalpa durante el gobierno de Juan Manuel Gálvez.
Tradición antigua
El historiador Daniel Vásquez explica que la cocción del barro con fuego es una tradición milenaria en la región. Desde la época prehispánica, ya se elaboraban objetos de cerámica, como lo demuestran los vestigios encontrados en el río Ulúa y en Comayagua.
Ollas y artefactos de barro reflejan una técnica ancestral que combina creatividad y funcionalidad.Sin embargo, el uso del barro cocido para techos se popularizó durante la época colonial, cuando los españoles introdujeron sus propias técnicas de construcción.
“A diferencia de las viviendas con techos de paja que se utilizaban en algunas épocas prehispánicas, los españoles promovieron el uso de techos de tejas elaboradas con barro cocido, consolidando una tradición arquitectónica”, explica Vásquez.
En la época prehispánica, el barro cocido no se utilizaba para techos, sino principalmente para la creación de ollas, artefactos y figuras de deidades.
Aunque no existen evidencias concretas de su uso en techos antes de la llegada de los españoles, sí se ha documentado ampliamente en registros coloniales.
Por su parte, el Instituto Hondureño de Antropología e Historia (IHAH) destaca que las casas con techos de teja de barro aportan un valor estético y paisajístico singular, conocido como “vista de quinta fachada”.
Este término se refiere a la apariencia de las edificaciones vistas desde el aire, un elemento clave en el casco histórico de Tegucigalpa.
El IHAH también subraya la diversidad de estilos arquitectónicos vernáculos presentes en el centro histórico. En algunos casos, los techos de teja de barro son evaluados como parte de la evolución arquitectónica, considerándose elementos patrimoniales de la nación.
Para realizar cambios a estos tejados dentro del centro histórico, los propietarios deben seguir los dictámenes establecidos por el IHAH. Esto asegura que se preserve la integridad arquitectónica y cultural de estas construcciones emblemáticas.