TALANGA, FRANCISCO MORAZÁN, HONDURAS. -Muchos al escuchar el nombre de este lugar piensan en cosas diabólicas y se les eriza la piel, es por eso que decidí adentrarme en la
Cueva del Diablo.
Esta se ubica en el municipio de Talanga, Francisco Morazán, a unos 62 kilómetros de la capital hondureña. A decir verdad, al llegar al centro de Talanga y preguntar dónde estaba la cueva, las personas me miraban con sorpresa. “Nadie viene aquí a preguntar por ese lugar”, me dijo asustada una de las señoras que estaba sentada en una banca del parque.
Ella me explicó que tenía que subir el cerro donde está una cruz blanca y cruzar una loma más para poder llegar a la cueva, pero que tuviera cuidado porque esa zona es muy solitaria.
Esta advertencia me hizo querer retroceder, pero me fui por las calles del pueblo en busca de alguien que me pudiera guiar y unos agentes de la Policía fueron los indicados. Una vez ya lista con mi mochila y mis ánimos, llegamos hasta las gradas que conducen a la cruz.
260 extenuantes escaleras pintadas de colores estaban frente a mí, subí una a una mientras comenzaba a sentir un poco de miedo. Al llegar a la cruz pude ver la hermosa llanura (tuve que tomarle una fotografía para poder presumirla después), pero ahí comenzaba uno de los caminos más desafiantes de mi vida.
Seguí un caminito que fue marcado por los pobladores del lugar, subí la primera loma, de la que me había hablado la señora del parque, pero no miraba por ningún lugar una cueva, así que seguí, volví a pasar una segunda loma y adivinen qué, no había nada.
Ya casi no podía respirar, estaba tan cansada que podía escuchar las palpitaciones del corazón en los oídos, pero no podía parar, tenía que llegar hasta la cueva y saber por qué le llaman así.
Subí una tercera loma, a este punto ya habían pasado como 50 minutos desde que empecé a caminar, pero cuando llegué a la cima de esa loma pude ver la cueva, finalmente había llegado hasta la Cueva del Diablo.
A pocos metros del lugar podía percibir el olor a azufre que emanaba de la cueva y los pelos se me ponían de punta con cada paso que daba. Atravesé varios matorrales que medían más de dos metros de altura, no les mentiré, estaba tan asustada que solo podía pensar, “en qué me metí”. Cuando salí de la maleza pude ver la entrada de la tenebrosa cueva.
No quería entrar, pero por eso había caminado tanto, así que entré. Ya dentro del lugar se podía oler el azufre, escuchar los chillidos de los murciélagos y ver los restos de basura y troncos quemados que estaban ahí.
Permanecí algunos minutos dentro y mi corazón latía a mil por hora, quise adentrarme más, pero sentí que era muy peligroso y salí casi corriendo del lugar.
Pero aún tenía curiosidad de saber por qué huele a azufre en el lugar. Indagué entre las pobladores y me explicaron que ese es un volcán inactivo y esa es la razón de su peculiar olor.
Esta es una teoría que no ha sido confirmada por los expertos, sin embargo, los talangueños siguen y seguirán creyendo que esta es la entrada al infierno, por lo que evitan visitarlo.
Esta se ubica en el municipio de Talanga, Francisco Morazán, a unos 62 kilómetros de la capital hondureña. A decir verdad, al llegar al centro de Talanga y preguntar dónde estaba la cueva, las personas me miraban con sorpresa. “Nadie viene aquí a preguntar por ese lugar”, me dijo asustada una de las señoras que estaba sentada en una banca del parque.
Ella me explicó que tenía que subir el cerro donde está una cruz blanca y cruzar una loma más para poder llegar a la cueva, pero que tuviera cuidado porque esa zona es muy solitaria.
Esta advertencia me hizo querer retroceder, pero me fui por las calles del pueblo en busca de alguien que me pudiera guiar y unos agentes de la Policía fueron los indicados. Una vez ya lista con mi mochila y mis ánimos, llegamos hasta las gradas que conducen a la cruz.
260 extenuantes escaleras pintadas de colores estaban frente a mí, subí una a una mientras comenzaba a sentir un poco de miedo. Al llegar a la cruz pude ver la hermosa llanura (tuve que tomarle una fotografía para poder presumirla después), pero ahí comenzaba uno de los caminos más desafiantes de mi vida.
Seguí un caminito que fue marcado por los pobladores del lugar, subí la primera loma, de la que me había hablado la señora del parque, pero no miraba por ningún lugar una cueva, así que seguí, volví a pasar una segunda loma y adivinen qué, no había nada.
Ya casi no podía respirar, estaba tan cansada que podía escuchar las palpitaciones del corazón en los oídos, pero no podía parar, tenía que llegar hasta la cueva y saber por qué le llaman así.
Subí una tercera loma, a este punto ya habían pasado como 50 minutos desde que empecé a caminar, pero cuando llegué a la cima de esa loma pude ver la cueva, finalmente había llegado hasta la Cueva del Diablo.
A pocos metros del lugar podía percibir el olor a azufre que emanaba de la cueva y los pelos se me ponían de punta con cada paso que daba. Atravesé varios matorrales que medían más de dos metros de altura, no les mentiré, estaba tan asustada que solo podía pensar, “en qué me metí”. Cuando salí de la maleza pude ver la entrada de la tenebrosa cueva.
No quería entrar, pero por eso había caminado tanto, así que entré. Ya dentro del lugar se podía oler el azufre, escuchar los chillidos de los murciélagos y ver los restos de basura y troncos quemados que estaban ahí.
Permanecí algunos minutos dentro y mi corazón latía a mil por hora, quise adentrarme más, pero sentí que era muy peligroso y salí casi corriendo del lugar.
Pero aún tenía curiosidad de saber por qué huele a azufre en el lugar. Indagué entre las pobladores y me explicaron que ese es un volcán inactivo y esa es la razón de su peculiar olor.
Esta es una teoría que no ha sido confirmada por los expertos, sin embargo, los talangueños siguen y seguirán creyendo que esta es la entrada al infierno, por lo que evitan visitarlo.